El balate de la Axarquía: el Patrimonio de la Humanidad que pasa desapercibido
Este tipo de muro de piedra seca ha sido fundamental durante siglos para evitar la erosión en esta comarca y otros puntos del planeta
Evita la erosión, sirve para crear zonas cultivables y está declarado como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco desde finales de 2018. Pese a ello, el balate de la Axarquía, uno de los muros de piedra seca que tienen esa distinción internacional pasa desapercibido. Tanto que corre el riesgo de perderse. Con él no sólo desaparecería un ingenioso sistema ancestral vinculado a la agricultura más tradicional sino que también se abriría paso la tan temida desertización.
En Andalucía, el balate no es exclusivo de la Axarquía, también se puede encontrar en otras comarcas, como la Alpujara. Eso sí, en cualquier caso, se encuentra en zonas montañosas, abruptas y, en teoría, poco idóneas para su uso agrícola. Sin embargo, es ahí donde el hombre y la piedra forjaron hace siglos una alianza para crear parcelas de cultivo, tanto de secano como de regadío, donde antes no las había.
Para ello, desde el antiguo Al-Ándalus hasta nuestros días, se han creado esos muros de piedra seca, unidos solo con una técnica ancestral, en la que hay que hacer casi un puzzle tridimensional, unido con ingenio y sin ninguna argamasa. Hubo un día en el que existió incluso el oficio de balatero. Hoy quien quiere hacer uno de esos muros tiene que buscar a uno de estos artesanos entre algunos vecinos de pueblos de la Axarquía más abrupta, donde aún quedan manos expertas, que han heredado el conocimiento de las generaciones anteriores.
A raíz de la declaración del balate como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, José Antonio Ruiz Pretel, que fue alcalde del pueblo de Arenas en la pasada década de los años noventa, apostó por crear un grupo de Facebook para evitar que esta distinción cayera en saco roto y sirviera de revulsivo para esta técnica: 'Salvemos nuestros balates'. A pesar de los apoyos iniciales, Ruiz Pretel lamenta que las distintas administraciones no se hayan contagiado del entusiasmo con el que algunas voces, como la suya, piden que se pongan en valor estos heroicos muros.
Este vecino de Arenas, localidad que recuerda a los balateros en su entrada con una cerámica, se muestra contundente a la hora de definir este tipo de muro en pocas palabras: «Es un sistema hidráulico de cíclopes». En este sentido, afirma que durante siglos «los balates han sujetado estas montañas, piedra a piedra, para evitar que se erosione y hacer parcelas cultivables». Este apasionado defensor de este sistema indica que si se sumaran todos los balates existentes habría un monumento de mayor tamaño que la propia Gran Muralla China.



Según explica el historiador Adolfo Moyano, que sabe incluso lo que es hacer balates en su pueblo, Frigiliana, esta técnica empezó a aplicarse especialmente con la denominada 'revolución verde', durante el antiguo Al Ándalus (entre los siglos VIII y XIII). Eso sí, el origen de los muros de piedra seca son mucho más antiguos, ya que hay que remontarse incluso a la Prehistoria para encontrar los primeros intentos del hombre por apilar piedras con fines como evitar el corrimiento de tierras. En este sentido, Moyano, señala la existencia de este precedente en el Poyo del Molinillo, un yacimiento de la Edad del Bronce situado cerca del cauce del río Higuerón, muy cerca del casco urbano de Frigiliana.
Frigiliana y Arenas son dos de los pueblos axárquicos que hoy tienen un paisaje determinado por el uso de balates durante siglos. Eso sí, entre ambos hay una diferencia notable. Mientras que en el primero está ligado a cultivos de regadío, en el segundo, ha predominado históricamente el secano. Así, en el caso de Frigiliana y otros próximos el balate está concebido como parte de un ingenioso sistema de riego ancestral donde entraban antaño en juego las acequias. Hoy incluso se conservan bancales ganados a la montaña con caña de azúcar. En Arenas y otros pueblos, almendros, olivos, viñas o incluso cereales han sido tradicionalmente los que han conformado esta singular agricultura de montaña sostenida gracias a estos muros de piedra.
En los últimos años, han entrado en estos bancales los subtropicales. En este sentido, Rafael Yus, presidente de GENA-Ecologistas en Acción, se muestra especialmente crítico con el modo en el que se está «agrediendo» este sistema para cultivar mangos o aguacates. «Entran con toda la maquinaria pesada, arrasan con todo lo que hay y dejan la piedra al desnudo para plantar subtropicales», lamenta.

Yus, que lleva años estudiando los balates, los define «como un elemento propio de la Axarquía, que ha sido posible gracias a sus habitantes, que han conseguido con esta técnica un mínimo de tierra para poder sacar cereales, olivos y viñas». Si no se pone remedio, el presidente de esta asociación ecologista augura un mal futuro a los balates. Y si ellos desaparecen, se pondrá en peligro el paisaje montañoso cultivable de la Axarquía.
Para hacer un balate se requiere de una técnica que, según explica Ruiz Pretel, «se pasa de padres a hijos», donde se suelen usar piedras de distinto tamaño del propio entorno, lo que lo convierte en un método sostenible. En el caso de la Axarquía, es significativo que se usen también guijarros y cantos pequeños, lo que lo diferencia de otros muros de piedra seca también reconocidos como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Adolfo Moyano explica que en este complejo y duro sistema hay tanta tradición que cuenta incluso con una jerga propia, en la que los distintos tipos de piedra y herramientas reciben denominaciones y expresiones que hoy sólo se entienden en ciertos ámbitos de la comarca de la Axarquía.
Los balates no son sólo difíciles de hacer sino también de mantener. Así, Rafael Yus recuerda que «en dos años empiezan a desmoronarse, lo que obliga a los agricultores a estar constantemente reparándolos».
El tamaño de un balate es muy variable. Los hay muy pequeños, como son especialmente abundantes en esta comarca, tal y como recuerda Ruiz Pretel, pero también algunos que llaman la atención por ser de grandes dimensiones para retener un bancal relativamente pequeño. En este sentido, Adolfo Moyano recuerda uno en Frigiliana que tiene casi una docena de metros de altura y un centenar de longitud para ganar una parcela de trescientos metros cuadrados aproximadamente.
Entre las numerosas curiosidades que tienen estos balates, están también las escaleras que se incrustan ingeniosamente para permitir a los agricultores pasar con facilidad de un bancal a otro. O también la disposición de los bancales para permitir que el desagüe tras las lluvias no sólo no perjudique este sistema agrícola sino también que las aguas se dirijan hasta arroyuelos que después lleguen hasta ríos próximos.
Desde el punto de vista medioambiental, Rafael Yus también apunta que estos muros son «un pequeño hábitat de multitud de seres vivos», desde los espárragos y otras plantas a «multitud de pequeñas arañas, ciempiés y numerosas especies de insectos, además de lagartijas o salamanquesas», entre otros.
Para que los bancales no sólo no desaparezcan sino para que se pongan en valor se apuntan muchas propuestas que pasan incluso por su protección como patrimonio material. Así, Ruiz Pretel enumera posibles acciones como «una escuela de balateros» o hacer «rutas temáticas» para que se conozcan mejor, como se hace en Mallorca con los 'marges', un primo hermano del balate tradicional en las Islas Baleares.
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