Light y sin azúcar, la trampa perfecta
Los atajos que nos oferta la industria alimentaria y publicitan de forma magistral no parecen trigo limpio. No estaría de más que nos leyéramos detenidamente los antecedentes penales de los alimentos ultraprocesados supuestamente rehabilitados antes de incluirlos dentro de nuestras opciones nutricionales aceptables
Aunque el control de nuestro peso se ha sofisticado, un alimento que exhiba el marchamo de «light sin azúcar» es un uno en la quiniela ... de los lineales de cualquier supermercado. Pero convendría saber de que estamos hablando.
En cuanto a las denominaciones referidas a la reducción calórica podemos encontrar las siguientes:
- Light: solo puede denominarse así a los alimentos que reduzcan el contenido de uno o más nutrientes en un 30% en comparación con su versión normal.
- Bajo en calorías o bajo valor energético: aquellos que no tengan más de 40 kcal por cada 100 gramos, si es un sólido, o de 20 kcal por cada 100 ml, en líquidos.
- Sin calorías: comestibles con menos de 4 kcal por cada 100 ml.
En el caso de los alimentos sin azúcar pero sin renunciar al sabor dulce estaríamos hablando con edulcorantes artificiales añadidos. Sé que no tienen buena fama pero estas sustancias, desde que la sacarina se creara sintéticamente en 1879 y se convirtiera en el primer edulcorante artificial, han sido uno de los compuestos más estudiados y de los que más seguridad con respecto a su posible toxicidad tenemos.
Aparentemente parece que no hay problemas o en las lecturas de brocha gorda no se destaca nada que nos haga sospechar, pero lo cierto es que deberíamos.
Problemas con lo «light»
Debemos recordar que este adjetivo solo se refiere a la reducción de un determinado nutriente y no a la calidad alimentaria. Además, el enfoque de relacionar calidad con bajo contenido calórico hace tiempo que se consideró una enorme equivocación. Existen infinidad de ejemplos de alimentos calóricos imprescindibles para una buena alimentación (aceite de oliva virgen extra, frutos secos…).
Otra consideración a tener en cuenta es que cuando hablamos de alimentos light nos estamos metiendo de lleno en el campo de los alimentos ultraprocesados y eso no suele ser una buena idea.
La opción más fácil para reducir el aporte calórico suele ser darle un hachazo al contenido en grasas pero recordemos gran parte del sabor de los alimentos depende de su presencia, así que si queremos compensar esa falta de palatabilidad deberemos ser generoso en el aporte de sal y todo tipo de aditivos.
También tenemos que recordar que en gran medida la Industria utiliza el término light para blanquear sospechosos habituales con un largo expediente delictivo a sus espaldas. Esta rehabilitación nos puede hacer consumir productos que de otra forma tendríamos más que claro que no pueden formar parte de nuestra dieta. Por ejemplo unas patatas fritas son una pésima opción nutricional, nada menos que unas 500 kcal por cada 100g. Su versión light nos puede hacer pensar que si son aceptables, pues tienen unas 450 kcal. Recordemos que lo light es una reducción de algún nutriente de forma que pueden haber reducido las grasas pero aumentar los azúcares.
Esto suele ser un clásico en otros productos como las salsas, de forma que podemos empezar a consumirlas creyendo que se han transmutado en una opción sana.
Problemas con lo «sin azúcar»
Ya he comentado que los edulcorantes artificiales son de los productos más estudiados para garantizar la seguridad de sus principios activos y dosis. En ese sentido creo que existen garantías sobradas por parte de diferentes estudios. Las sospechas vienen, desde hace tiempo, en acciones más sutiles y mucho más difíciles de valorar y medir.
Las interacciones con nuestra flora intestinal son una fuente creciente de preocupación. En especial porque solo ahora empezamos a ser conscientes de las increíbles actuaciones, a todos los niveles, que tienen estos millones de bacterias que residen en la parte final de nuestro tubo digestivo y de cómo gran parte de nuestra salud depende directamente de su diversidad, número y calidad de vida. Estas incompatibilidades solo se están empezando a descubrir y lo menos malo que se puede decir es que no son nada tranquilizadoras.
Pero existe otra fuente de preocupación. Resulta que evolutivamente nuestro cuerpo ha aprendido que cuando percibe el sabor dulce este está asociado a un determinado contenido calórico que hay gestionar y metabolizar. Los edulcorantes son una especie de engaño a nuestros reguladores bioquímicos, es decir, mandamos una potente señal a nuestro cerebro de consumo de alimentos dulces y en consecuencia calóricos pero resulta que estas calorías no aparecen por ninguna parte. Este desajuste metabólico no parece salir gratis y todavía estamos empezando a entender sus consecuencias como refleja un reciente estudio de la Universidad de Yale .
Los atajos que nos oferta la industria alimentaria y publicitan de forma magistral no parecen trigo limpio. No estaría de más que nos leyéramos detenidamente los antecedentes penales de los alimentos ultraprocesados supuestamente rehabilitados antes de incluirlos dentro de nuestras opciones nutricionales aceptables.
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