Lo que sabemos sobre el exceso de permeabilidad intestinal
Podríamos creer que la piel es nuestra gran frontera defensiva pero si miramos bien, nuestra anatomía no es así
Somos conscientes de la importancia que tiene nuestra piel como barrera de protección externa. Son unos dos metros cuadrados de superficie que debemos cuidar y ... mantener. La infección de una pequeña herida nos puede dar la medida de lo peligroso que es poner en contacto el medio externo con el interno sin control. Pensemos, por ejemplo, en los grandes quemados. Su piel es destruida en un porcentaje importante convirtiendo a las infecciones externas en el principal enemigo a combatir.
Podríamos creer que la piel es nuestra gran frontera defensiva pero si miramos bien, nuestra anatomía no es así. Nuestro tubo digestivo no está en contacto directamente con el exterior pero no es en absoluto ajeno. Toda la comida, saliva, sustancias en contacto con las manos… hacen que un sinfín de compuestos transiten por nuestro interior poniendo a prueba la otra gran barrera de protección que atesoramos, la intestinal. Pero en este caso no se trata de proteger unos escasos dos metros cuadrados sino entre 400 y 600 metros cuadrados. Sí ha leído bien, una frontera 200 o 300 veces mayor que la de la piel.
Una frontera muy delicada
Por nuestro tubo digestivo entran los alimentos que permiten el mantenimiento de nuestro metabolismo. Estos alimentos se descomponen en sus nutrientes estructurales para poder ser absorbidos, es decir, la barrera intestinal debe ser permeable para permitir el paso de estas sustancias. Pero por la luz intestinal no solo pasan nutrientes. Hongos, virus, bacterias, sustancias tóxicas… son visitantes asiduos a la zona intestinal, así que con este tipo de individuos merodeando la presencia de fuerzas del orden debe ser importante.
Una maravilla de la evolución
Ya hemos hablado de la enormidad de superficie a proteger. Podríamos pensar que se trata de una barrera especialmente tupida y gruesa para impedir posibles infecciones o intoxicaciones, pero debemos recordad que su principal misión es la de absorción de nutrientes por lo que se trata de todo lo contrario. Una finísima pared compuesta, tan solo, por una capa de células. Estas células son los enterocitos y el transporte se puede hacer de dos maneras; cruzando a través de las células intestinales, ruta transcelular, o pasando entre dos células adyacentes, ruta paracelular. Estos dos caminos son necesarios y para regular que no se introduzcan sustancias demasiado grandes al torrente sanguíneo, existen unas proteínas intercelulares que controlan este tránsito.
Esta compleja estructura es completada por una barrera continua de mucosidad donde se sitúa la microbiota intestinal y gran parte de los efectivos que nuestro sistema inmunitario destina al tubo digestivo destacando las inmunoglobulinas del tipo IgA.
Toda esta espectacular configuración consigue algo complicadísimo. Combinar la correcta absorción y paso de sustancias al torrente sanguíneo con el bloqueo y defensa de las numerosas amenazas que acechan en esta zona. Generando, además, un ambiente propicio para que nuestra microflora pueda desarrollar su extensa labor de la que solo ahora empezamos a ser conscientes.
Aumento de la permeabilidad
Vemos que no se trata de un sistema precisamente simple pero además depende de un delicado equilibrio que ciertos condicionantes puede alterar. Alterar una barrera con solo una capa celular provoca, literalmente, huecos o agujeros en esta barrera donde van a entrar invitados no deseados.
Podemos hablar de varios tipos: La entrada de sustancias tóxicas puede ocasionar una evidente intoxicación pero además se empiezan a relacionar otro tipo de dolencias como enfermedades inflamatorias, autoinmunes, intolerancias o alergias. La permeabilidad a hongos, bacterias o virus derivará en problemas infecciosos.
Estas situaciones ocasionan un importante estrés a nuestro sistema inmunitario que muchas veces no sabe dónde acudir, la consecuencia es una respuesta inflamatoria más intensa y una pérdida de eficacia.
¿Qué altera esta barrera?
No está claro pero parece necesaria cierta predisposición genética a la que podemos añadir algunos sospechosos habituales para iniciar el problema. Estrés, antibióticos, insomnio, alimentos ultraprocesados, dietas inadecuadas… pueden iniciar un proceso de descomposición parcial de nuestro necesaria barrera.
La idea de que puedan existir «agujeros» en nuestra zona de absorción intestinal no deja de ser controvertida pero parece que empiezan a despejarse las dudas como así lo afirma una reciente publicación o los análisis que ya se están haciendo en centros sanitarios como el Hospital la Paz.
¿Qué hacemos?
Por lo pronto ser conscientes que la salud de nuestro tracto digestivo afecta a nuestro bienestar de forma global e impensable hace tan solo unos años. Cuidar la dieta y nuestra flora intestinal se vuelve a mostrar esencial para mantener un correcto equilibrio. Pero además podemos centrarnos en ciertas vitaminas, minerales y aminoácidos cuyo correcto nivel parece especialmente interesante en estas circunstancias: Vitamina B6, Zinc, L-arginina y L-glutamina.
Solo estamos empezando a entender las interacciones y complejas consecuencias que se cocinan en nuestro intestino condicionando nuestra salud en su acepción más amplia y limitando nuestra calidad de vida en el mismo momento que le damos la espalda.
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