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No es raro escuchar a una persona que expone una paradoja aparentemente irresoluble. Me refiero a individuos que exhiben un alto cumplimiento de los modernos preceptos del buen yantar, es decir, asumen los mandamientos de la Dieta Mediterránea e incluso presumen de hábitos de vida saludable (deporte, consumo moderado de alcohol, tabaco ni en broma…) pero a pesar de su ejemplar «modus vivendi» no pueden escapar del sobrepeso y muestran un índice de masa corporal (IMC) poco conveniente. Estos casos parecen todo un misterio hasta que preguntamos por las raciones que se consumen. Las respuestas no suelen ser muy concretas y la palabra «normal» aparece como reiterativa y clarificadora contestación. Pero ese tamaño normal suele convertirse en XXL al aclarar que, por ejemplo, la porción de macarrones debe de ser la que es capaz de contener un vaso normal de sidra o que el filete de carne no puede superar el tamaño de un paquete de tabaco.
El tamaño de la porción en los alimentos condiciona nuestra forma de comer. Esto no es ningún secreto y la industria alimentaria lo sabe. Si consiguen trasladar a nuestra mesa porciones cada vez mayores nuestro consumo, de dicho producto, aumentará, lo que, obviamente, supondrá unos mayores réditos pecuniarios.
No es extraño encontrar 2x1 en alimentos ultraprocesados o tamaños verdaderamente desproporcionados de determinados productos, solo tenemos que pensar en las dimensiones de los chocolates que se venden en los aeropuertos.
EEUU va a la cabeza, desde 1950 el tamaño de las hamburguesas a aumentado un 223%, las bebidas azucaradas tienen un volumen 5 veces superior y las chocolatinas han incrementado su tamaño un 1000%. Esto, desde luego, no les ha salido gratis a los americanos. Las mujeres pesan 11 kilos más y los hombres 13. Esta situación, además, lleva asociado un incremento feroz de problemas cardiovasculares, diabetes tipo II, síndromes metabólicos…
Todo podría quedar en el terreno de las suposiciones de no ser porque rigurosos estudios confirman las premisas anteriormente planteadas. El mejor de todos es el que desarrolló un grupo de investigación de la Universidad de Cambridge que tras recopilar información entre los años 1978-2013 concluyeron que «las personas consumen sistemáticamente más comida y bebida cuando se les ofrecen porciones, paquetes o vajillas de mayor tamaño». Es decir, tenemos una predisposición psicológica a consumir más si la ración es mayor, de alguna forma nuestro apetito pasa a ser un condicionamiento menor de forma que excedemos la carga calórica sin ser conscientes de ello. Lo curioso es que incluso la vajilla en que servimos la comida altera nuestro comportamiento.
Lo cierto es que es un tema controvertido porque el ambiente publicitario y de consumismo nos invita a que la cantidad sea más que generosa. Esto también condiciona las raciones de los niños. La obesidad infantil es un problema de primer orden y, entre otras causas, la del tamaño de sus platos no parece ser menor.
Por esta razón, algunas asociaciones como La British Nutrition Foundation recomiendan utilizar las manos como instrumento de medida ya que estas son proporcionales a nuestro tamaño y, por tanto, a nuestras necesidades. Un ejemplo podría ser:
-La palma de la mano nos indicaría la ración de proteínas que debemos comer, como carne, pollo, pescado, etc.
-El puño indica la medida de hidratos de carbono, como cereales, arroz, pasta, etc que equivale a una ración.
-La punta de tu dedo índice equivale a una ración de grasas, como el aceite o la mantequilla y a una de azúcar.
-Dos dedos juntos indica la cantidad de queso que debemos comer en una ración.
-Las hortalizas y las verduras se miden con nuestras dos manos juntas.
-Una ración de fruta sería la pieza que encaje en tu mano abierta en forma de cuenco.
Nuestra supervivencia, durante miles de años, dependió de garantizar un consumo mínimo de calorías. Estos alimentos no eran sencillos de obtener, de hecho, los homínidos fueron oportunistas antes de convertirse en cazadores. Pero incluso en el periodo de cazadores-recolectores la supervivencia no estaba nada garantizada y parece lógico que ante un esporádico banquete, nuestros antepasados, no desaprovecharan la oportunidad y comieran mucho más de lo que necesitaban durante ese día para poder almacenar el excedente en forma de grasa. Este comportamiento en pos de la supervivencia no parece nada conveniente en los tiempos del tamaño familiar y refrescos azucarados ilimitados.
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