Microrrelatos SUR I Premio Pablo Aranda: séptima entrega
Envía tus microrrelatos a microrrelatos@diariosur.es. No existe límite de edad ni ninguna temática obligatoria, sólo hay que cumplir un requisito: no superar las 150 palabras
Domingo, 8 de agosto 2021, 00:29
SUR renueva su apuesta por el microrrelato, y le reserva un espacio este verano tanto en las páginas del periódico cada fin de semana ... como en la web, el sábado como el domingo. El certamen recibe el nombre de I Premio Pablo Aranda en memoria del genial escritor malagueño y columnista de este periódico, fallecido el año pasado. El ganador recibirá un premio de 1.500 euros y además habrá dos menciones especiales dotadas con 500 euros cada una. Los originales se pueden mandar a microrrelatos@diariosur.es.
Microrrelatos SUR I Premio Pablo Aranda
Séptima entrega de relatos (08/08/2021)
David Luis Tomé Miller
La caja de zapatos
Una vieja caja de zapatos reposaba sobre su regazo. No lograba recordar por qué estaba ahí.
Con manos temblorosas levantó la tapa. Dentro había un puñado de fotos antiguas. Distraída, comenzó a ojear las imágenes. Le llamó la atención una de ellas. Reconoció el lugar donde solía pasar los veranos antaño. Pero ¿quién era la familia que posaba en ella? En la fotografía siguiente la misma pareja desconocida de antes.
Cogió otra instantánea. Era el retrato sonriente de la mujer, sola, más madura. Seguía sin resultarle familiar. Levantó la mirada y vio su propia imagen reflejada en la ventana.
Asustada, cerró la tapa con rapidez. A su lado solo sonrisas amables, pero ninguna explicación. Pasaron minutos, horas… estaba aterrada, no entendía nada.
Poco después miró hacia abajo.
Una vieja caja de zapatos reposaba sobre su regazo. No lograba recordar por qué estaba ahí.
María Pilar Zúñiga Heras
Volver
Cada noche lo esperaba, a veces llorando, de tanto como lo echaba de menos. Un día por fin vino a visitarme, aunque habían pasado varios meses desde que nos dejó; yo en mi inocencia creía que siempre estaríamos juntos, ¡Ojalá! Fui yo la que abrió cuando llamó aquella noche a la puerta, entró con paso lento y se sentó en la silla más cercana. Mi madre salió de la cocina y le dijo que se acostara en su cama, que ahora estaba en la habitación más pequeña. No le pareció raro y se fue para acostarse, se le veía cansado, pero con buena cara, guapo como él era. Su presencia lo llenaba todo. Cuando nos dio la espalda, mi madre se acercó y me susurró al oído: No le digas que está muerto, que le va a dar mucha pena.
Lasa Lasaeta
Las apariencias IV
.–¿Qué le parece? Dijo el retratista hiperrealista.
–Me ha sacado la nariz un poco larga.
–Lo rectificaré.
En efecto, al día siguiente la pintura quedó a gusto del retratado.
Contento, fue a la sesión del Congreso en la que tenía que defender una moción.
Al volver a casa quiso recrearse de nuevo en su rostro al óleo.
Observó que, otra vez, su nariz aparecía más grande de lo que él veía cuando se miraba al espejo.
Noelia Garzón Serrano
No es por nada
Ayer me rendí.
Era jueves y aunque yo tomo las decisiones importantes los viernes, hice una excepción. Siento que pierdo el tiempo, igual que lo han perdido todas las mujeres de mi familia.
Mañana pensaré si empiezo una nueva batalla. Veinticuatro mujeres en 2021 lo merecen.
Aunque otra vez voy a tener que hacer una excepción.
ANTERIORES ENTREGAS
Carola Cosme
La llamada
Después de años en blanco, el escritor frustrado se sienta en su escritorio y empieza a dibujar palabras sobre el papel.
Apenas pasan unos segundos, suena el teléfono en el salón. Farfullando por el pasillo alcanza el auricular y, al levantarlo, escucha que alguien le hace la misma pregunta que él acaba de formular: «¿Diga?»
—Disculpe, pero ha llamado usted —le dice una voz dulzona.
—¿Quién es? —pregunta el escritor.
—La imaginación.
—¡Válgame Dios! ¿Sabe cuántas veces le he llamado estos últimos veinte años? ¡Siempre comunicaba! ¿Y contesta ahora?
—No me culpe a mí, señor. Antes me llamaban los niños a todas horas… Antes —suspira la imaginación.
Herminia Dionis Piquero
Fumata Blanca
El humo salía negro, era la tarde del sexto día y tras el último escrutinio no había manera de ponerse de acuerdo.
Desde el techo, los profetas y sibilas que acompañan los frescos del Génesis, eran incapaces de adivinar en qué pensaban aquellos hombres púrpuras que, sentados sobre sus conciencias, parecían sostener el peso del mundo.
No puede ser italiano ni tampoco europeo, decían algunos. Nunca ha habido uno de Oceanía. ¿Por qué no un africano o asiático?, protestaban otros.
Los prelados tienen prohibido presentar su candidatura o hacer propaganda de sí mismos aunque intercambian opiniones. Sus eminencias se movían en corrillos secretos.
Un cardenal hizo que le trajeran una pequeña barrica con la que siempre viajaba. Sirvió a cada miembro del cónclave una copa del brandy de Jerez Solera Gran Reserva.
—Uva Palomino —añadió muy serio.
Fue elegido el primer Papa andaluz de la historia.
Alejandro Mardones de la Fuente
Ballenas que vuelan
Nos despertaron sus cánticos. Que si este azul era más feo. Que si esta espuma hacía cosquillas. Cruzaban el sol y hacían del día noche durante varios minutos. Si alguna lloraba, las calles se inundaban.
Dejé al niño en el colegio, preocupado. ¿Y si una se cae?
Analía Datri Ifrán
Hijas de nadie
Caminó directamente hacia mí, arrastrando un saco que dejó en el suelo. Con su consentimiento, me acerqué y miré dentro.
Ochenta y siete años dibujaban un pergamino en su piel. Se sentó a mi lado, me miró y habló del clima.
Del bolsillo del delantal sacó un reloj; réplica del que llevaba su padre el día que callaron su voz.
Marcaba las 21 horas.
La cena se enfrió en la mesa aquella noche. Su madre perdió la razón y deambulaba por la casa con el plato de comida putrefacta entre sus manos.
Me habló de aviones también, ensombreciendo aquellos días soleados. De gritos, pasos presurosos. De tutores estrictos, de otras hijas de nadie, me habló. Del bocadillo para cinco que nunca llegaba a su boca. De una casa humilde, llena de hijos pobres. Y del accidente que acabó con su vida.
Guardé las notas en el saco y me fui.
Elena Solano Aroca
Y entre líneas, tú
Cada noche escribías varias páginas de tu diario antes de dormir. Tus dedos seguían con dificultad el ritmo de la interminable cabalgata de pensamientos que recorría tu cerebro. Esos momentos de desahogo eran los signos de puntuación que daban algo de orden al caos: las comas entre tus inseguridades, los paréntesis con los que protegías los días felices de todos los demás, las interrogaciones cuando probabas una medicación nueva, el punto y coma que separaba un ingreso en el hospital y el siguiente. Quizás siempre dejabas el diario a la vista como una invitación a que lo leyera, pero nunca me atreví; mi imaginación adivinaba en tus silencios lo suficiente como para hacerme temblar. Pero ya no estás y tengo tu diario delante, la llave del pequeño candado en la mano derecha y una caja de cerillas en la izquierda. Necesito un punto y final.
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