Microrrelatos SUR I Premio Pablo Aranda: tercera entrega
Envía tus microrrelatos a microrrelatos@diariosur.es. No existe límite de edad ni ninguna temática obligatoria, sólo hay que cumplir un requisito: no superar las 150 palabras
Domingo, 25 de julio 2021
SUR renueva su apuesta por el microrrelato, y le reserva un espacio este verano tanto en las páginas del periódico cada fin de semana ... como en la web, el sábado como el domingo. El certamen recibe el nombre de I Premio Pablo Aranda en memoria del genial escritor malagueño y columnista de este periódico, fallecido el año pasado. El ganador recibirá un premio de 1.500 euros y además habrá dos menciones especiales dotadas con 500 euros cada una. Los originales se pueden mandar a microrrelatos@diariosur.es.
Microrrelatos SUR I Premio Pablo Aranda
Luis Fernández Tavera
El ropero vacío
Tengo una enfermedad de la que no recuerdo su nombre. Cada día me despierto entre desconocidos. Miro a mi alrededor y no recuerdo cómo llegue aquí. Unos extraños me ayudan a ponerme en pie, me dan de comer y me lavan. Me preguntan cómo estoy. No lo sé. Soy un ropero con cada vez menos ropa con la que cubrir mis recuerdos. Siento que pronto no quedará nada con que vestirme. Tengo miedo de cerrar los ojos y olvidar. Intento recordar y no puedo. Los oigo hablar en susurros, a escondidas. «Zacarías, cada vez recuerda menos». ¿Se refieren a mí? ¿Quién es Zacarías? No me neguéis la ternura, el calor de una mano amiga. Yo mañana no me acordaré de vosotros, pero me quedará la ternura grabada en el alma. Mi cuerpo está enfermo, pero mi corazón no lo está. No perdáis la paciencia conmigo, no quiero morir a oscuras...
Álvaro Gómez Pérez
'Tadberli'
Él es capaz de hacerlo, y esta es la noche. Calcula que son unos cien, incluyendo ellos dos, que salieron de Bamako hace tres meses.
Agazapado, deja pasar la última ráfaga de luz y recuerda cuando en el desierto jugaba con su hija Laila a hablar español 'al vesre', imaginando un mundo diferente. No había fronteras, ni países, solo territorios en los que te recibían con sonrisas y regalos. Tampoco había religiones. La tierra era un exuberante vergel con fuentes y frutas maduras. Entonces se sentía 'breli' y en su cabeza resonaban risas y tambores de paz.
Al amanecer, solo él sigue encaramado en la segunda valla, tras haber escalado sus acuchillantes seis metros. «¡Rápido, que se escapa!», exclama un guardia civil que acaba de llegar de refuerzo. Le vuelve a gritar que baje, y él, sin parar de llorar, solo repite una y otra vez 'tadberli, tadberli…'
Butoh (Pseudónimo)
El antimundo
Tras el traumático intento de suicidio su mente se abrió a la percepción de un mundo en el que nuestra especie se había extinguido. No sabía si se trataba de una dimensión paralela o de una visión nítida del futuro, pero lo cierto es que cuando se sentía hastiado de todo no tenía más que proyectarse hacia ese planeta yermo de ambiciones y de deseos desmesurados, de civilización y de tecnología. Sus impulsos suicidas acabaron por desaparecer a base de prolongar la frecuencia de sus visitas a este antimundo. Eran sus vacaciones de la humanidad.
Agustín Benedicto Calahorra
La espera
Sentada frente al primer café de la mañana repasaba pacientemente como cada día la página de necrológicas del diario, sin prisas, oliendo su negra tinta todavía fresca.
Pero aquella oscura mañana, mientras removía lentamente el azúcar en el fondo de la taza, pudo al fin esbozar una leve sonrisa.
Laura Melgarejo Pulido
Una más
Lola no podía más. Buscó consuelo en el tercer cigarrillo de la noche apoyada en la barandilla caliente y áspera que hacía que le dolieran los codos. La herida abierta de la comisura del labio estaba fresca y podía sentir el efecto de la nicotina a su alrededor. ¡Chist!, se entretenía en mirar las formas que el humo dibujaba en el cielo espeso de El Limonar mientras escuchaba a sus pulmones al grito de ¡basta! Con parsimonia, vio caer el cuerpo menudo en camisón desde el quinto piso siguiendo la trayectoria oportuna hasta estrellarse con el suelo a las puertas del portal 29. Dolores no pudo más.
José Alberto García Avilés
Referencias
Aguardaba mi entrevista para el puesto de director de una prestigiosa editorial. Su presidente, viudo y sin hijos, buscaba alguien que continuara la hermosa tarea de publicar a los mejores autores.
Entré tímidamente.
–He visto su currículum y no está mal. Pero no incluye referencias. ¿A quién conoce?
Carraspeé.
–Soy amigo de un viajero que regresa a Ítaca tras múltiples peripecias, un arponero obsesionado por cazar la ballena blanca, una mujer casada que se enamora de un joven militar y deja todo por él, un escribiente que 'preferiría no hacerlo', un caballero andante más cuerdo de lo que parece, un aviador que conversa con un príncipe que abandonó su asteroide, una joven que cada noche le narra un cuento maravilloso al sultán y en ello le va la vida…
El anciano se levantó.
–Usted es a quien andaba buscando. Mi editorial estará en buenas manos.
Y me dio un abrazo.
Enrique Malia
Emoticonos
Con mis prisas por llegar no reparé en gastos, tampoco calculé si el hotel estaba cerca de mi casa o la suya. Llegué antes para comprobar la habitación, la luz, los muebles, la posición de la cama. Abrí el vino y me bebí el tiempo en dos copas.
Él me contaba, sin faltas de ortografía, la importancia de su colección. Y las relaciones y posiciones relativas entre las cosas, una especie de fetichismo por objetos maravillosos; esta vez los echaría de menos, no los encontraría en esta habitación minimalista, de aristas blancas y luces geométricas sobre el cabecero. ¿Acaso, la joya que buscaba, temblando como un adolescente, estaría delante de él?
A la habitación 227 hasta ahora no ha llegado nadie. Esperaba encontrármelo en la puerta, impaciente. Reconocer sus dimensiones. Aquellas que en las fotos no se reconocen, los detalles que no se distinguen entre tantos especímenes catalogados.
Luis Felipe Romero Gómez
Monstruos del rebalaje
Aún recuerdo aquellos cien días de felicidad. El estruendo desapareció de un día para otro. Nos acercábamos a la playa sin miedo, brincábamos sin cesar, e incluso llegamos a atisbar, más allá del rebalaje, extraños seres cuadrúpedos que ocuparon el lugar de los monstruos. Pero ellos volvieron. Al principio, silenciosos, discretos, e incluso —yo diría—, amistosos. Pero fue una ilusión. Con la primera ola, el rugir de los motores nos hizo temblar de nuevo. Paradójicamente, los primeros en salir «por aletas» fueron los más fuertes: atunes, marrajos y meros. Con la segunda ola se cubrió el mar de mascarillas, y nuestras nuevas amigas, las tortugas, salieron despavoridas. Y como todos los años, estamos metidos de lleno en una tercera ola, en un mar de cremas, colillas, motores y mascarillas. Nosotros, los delfines, aprendimos a convivir con los monstruos, pero echamos de menos aquellos tiempos de los jabalíes en el rebalaje.
Fernando García de la Cruz Ávila
Adioses
Muchas veces lo que no se deja ver no deja ver nada más. Quizás, por eso, cada tarde mis paseos conducen a locales y lugares desaparecidos tiempo atrás, y ya solo visitables a través de los pasadizos de la memoria y en mis escasos sueños. Como extremos que de tan distintos acaban asemejándose, igual me sucede cuando de noche recorro insomne esta casa vacía: ahí está el tocador de la abuela, sus vestidos de domingo meciéndose dentro del armario, un poco más allá creo percibir el eco procedente de la radio de mi padre y, de pronto, tropiezo con todos los libros de mamá, ahora desmadejados y huérfanos.
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