Borrar
Sr. García .
Microrrelatos SUR I Premio Pablo Aranda: sexta entrega

Microrrelatos SUR I Premio Pablo Aranda: sexta entrega

Envía tus microrrelatos a microrrelatos@diariosur.es. No existe límite de edad ni ninguna temática obligatoria, sólo hay que cumplir un requisito: no superar las 150 palabras

Sábado, 7 de agosto 2021

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

SUR renueva su apuesta por el microrrelato, y le reserva un espacio este verano tanto en las páginas del periódico cada fin de semana como en la web, el sábado como el domingo. El certamen recibe el nombre de I Premio Pablo Aranda en memoria del genial escritor malagueño y columnista de este periódico, fallecido el año pasado. El ganador recibirá un premio de 1.500 euros y además habrá dos menciones especiales dotadas con 500 euros cada una. Los originales se pueden mandar a microrrelatos@diariosur.es.

Microrrelatos sur i premio pablo aranda

Sexta entrega de relatos (07/08/2021)

Francisco Javier Guerra del Río

Alea jacta est

El brazo se estira y se contrae en una suerte de latigueo. Muestra, en cada vaivén, la impronta de un reloj de oro, que hasta hace poco, lucía en la muñeca. Sobre la mesa, a un lado del tapete, se amontonan billetes, joyas y títulos de propiedad. Al otro lado hay un revólver. La ecuación es fácil de despejar: si gana, recupera lo perdido, pero si pierde… La mano deja escapar los dados, que se precipitan girando y mostrando, con cada volteo, un sinfín de aleatorias combinaciones. Ruedan las piezas por el corredor de fieltro, colisionan entre ellas aminorando velocidad. No perseveran en su estado de movimiento, sino que obedecerán a la primera ley de Newton, porque, sin remedio, acabarán inmóviles sobre el tapete. Entonces, mostrarán definitivamente sus caras y los puntos que sobre ellas estarán marcados y que, sumados los de ambos dados, decidirán si vive o si muere..

Mario Guerrero

Círculo negro

La rueda no gira, así que la impulsas con las manos. Pero se va hacia los lados y tienes que luchar para mantenerla recta. Ella se resiste: quiere caer. Es inevitable, así que la sueltas y el estruendo al desplomarse te hace llorar. Eso del suelo es una rueda, un cuerpo, unos ojos que te miran. La rueda estira las manos hacia ti porque no es una rueda, es una persona. No, es una rueda. La levantas, le sacudes el polvo y sigues empujando. ¿Qué arde más? ¿El caucho que tocas o las lágrimas que se secan en tu rostro?

JORGE JIMÉNEZ RENDÓN

Itinerario

El hombre estaba completamente harto de que el itinerario hacia la soledad tuviera siempre el mismo recorrido: vestirse, apretar el cinturón y pagar.

Elisa Pozo

Persistencia

No saber a dónde ir no es un problema.

El verdadero aprieto viene cuando hay falta de propósito.

Esta ausencia te convierte en una máquina.

Un ventilador que gira sin descanso.

Y así, uno deja de escuchar el silencio de la siesta, o el tintineo de las gotas que rocía el aspersor sobre la hierba.

La prisa gana. Apaga a las chicharras cantarinas, y esconde el murmullo constante de las olas.

Te hace sentir importante por andar siempre con una tarea vacía y pendiente.

Te convierte en un grillo afanoso en una noche estrellada.

Una hormiga diligente bajo un cielo azul celeste.

Algunas personas no lo encontrarán nunca.

Otras, afortunadas, parecerán haber nacido con él debajo del brazo.

Elige a las segundas.

Ellas escuchan el murmullo persistente.

Bailan. Saborean.

Paran. Respiran.

Saben que lo único que permanecerá cuando los recuerdos no les pertenezcan será esa banda sonora, y una sonrisa.

José Luis Pascual Piernagorda

Combatir el leviatán

Se dispuso a escribir el nombre, pero la m mayúscula quedó distorsionada sobre el papel. Etérea, fantasmal, arrebujada. Tenía forma de ballena. Mal presagio. Trató de pronunciarlo una vez más, pero los labios se excedían en su libertad de movimiento y, más que unirse, chocaban, guerreaban, se arponeaban. No era capaz de evitar el tartamudeo. La letra maldita se le resistía, beligerante como un leviatán poseído.

«Moriré solo, y será pronto», se dijo. «Pero no soltaré el cabrestante que amarra a la bestia. No hasta que pronuncie el nombre del demonio blanco».

El escritor respiró profundo, y después volvió a intentarlo.

Eva Ariza Trinidad

_poc_lipsis (_lf_bético)

«¡ d´n!, ¡ d´n!», repetía mientras se miraba horrorizada en el espejo, pero él la ignoraba. Estaba absorto en el vasto agujero de la pared, viendo cómo la ciudad se deshacía arbitrariamente: partes de ventanas, puertas, paredes, calles y árboles se desintegraban sin un motivo aparente; los coches y el cielo, de momento, no. «¡ d´n!», repitió, y retrocedió al verle el rostro, también deformado, con dos orificios en lugar de la boca y la nariz. «¿Ser´ el ver(b)o?», se preguntó cuando desaparecía la siguiente letra del alfabeto. Poco a poco, la mujer fue adquiriendo conciencia del desenlace que les había impuesto, antes de que yo mismo me percatase de que el final nos llega a todos, irrevocablemente, con una suerte de vacío concretado en la página en bl nco...

Benito J. Velasco Querino

Siempre me anima a seguir

Bajando por la calle de la Victoria voy con los pasos perdidos de mi última derrota. He vuelto a caer y me duelen los pies y las rodillas. Al llegar a la plaza de la Merced, Pablo, que también está sentado, me guiña un ojo y me anima a seguir. Siempre está ahí, en el barrio, observando con el bolígrafo en la mano, cazando al vuelo la vida en forma de paloma o de personas –pura abstracción–, algo que llene su curiosidad y le ayude a contar una gran historia. Y es que me lo encuentro en todas partes, con su sonrisa y mirada infinita, como si nada hubiera pasado. Subiendo a casa por Dos Aceras, mi pie izquierdo se queda anclado y quiere gritar basta. Respiro hondo y de nuevo pienso en Pablo que, desde 'La otra ciudad', siempre me anima a seguir, a seguir caminando.

Miguel Ibáñez de la Cuesta

Una generación

Hemos perdido el tiempo. Lo buscamos por todas partes pero no aparece.

Buscad bien, dice mamá, la casa no es tan grande.

Ahora no vais a poder estudiar ni hacer nada de provecho, dice la abuela, eso es lo que pasa cuando se pierde el tiempo.

Así que salimos a comprar uno nuevo con todos nuestros ahorros.

No os da para mucho, se apena el hombre de la tienda de tiempo. Pero os puedo ofrecer un paréntesis, y nos enseña uno nuevo, reluciente, curvo por ambos lados como si quisiera proteger todo lo que haya dentro de él.

Cuando salimos de la tienda nos metemos dentro y desde entonces vivimos en un paréntesis. No se está mal. No echamos nada de menos el pasado ni el futuro. A mamá y a la abuela un poco, pero de vez en cuando saludamos. Ellas se contentan con eso. Y nosotros también.

Teresa Reina Aguilar

Dilema

Su madre se separó de él contra todo pronóstico. Era la primera vez a pesar de sus treinta años y nunca lo había previsto. Sólo serían tres días (le había dicho ella). La nevera estaba vacía y por primera vez también tuvo que ir a un supermercado. Buscó el estante adecuado y sacó dos huevos de un envase de seis.

—Cóbreme estos dos huevos, por favor, dijo amablemente a la cajera.

—Lo siento señor, no vendemos dos huevos, ni tres, ni cuatro, tiene que llevarse seis, doce, dieciocho…

—¡Qué estupidez! Sólo necesito dos. ¿Qué haría yo con media docena? me sobran cuatro. Decepcionado, fue una por una a todas las tiendas del barrio. No comprendía por qué no podía comprar dos simples huevos.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios