Memoria y reencuentro
Desde que me ocupé como ponente en el Congreso de los Diputados de la Ley 52/2007, de 26 de diciembre, popularmente conocida como Ley ... de la Memoria Histórica, apenas he podido volver sobre el asunto hasta que, Vicente Lázaro, profesor de la Universidad de la Rioja, me invitó a participar en un Curso de Verano que se ha celebrado esta semana.
En mi memoria de la tramitación de la ley, que ya empieza a ser histórica, han quedado las posiciones encontradas entre ERC y el PP, mientras los socialistas, ayudados por algunas almas caritativas, como los diputados del PNV, CiU, y el BNG, tratábamos de sacar adelante un texto equilibrado, que sirviera para cerrar viejas heridas sin abrir otras nuevas. De hecho durante el año de tramitación de la ley, viendo las actitudes tan enfrentadas de unos y otros, y la imposibilidad de satisfacer las demandas de todos, algunos llegaron a pensar que lo mejor era aparcarla y esperar mejores tiempos, pero no es la ley lo que está en el origen del enfrentamiento, que es previo y ajeno a la misma. De hecho quienes la critican más son quienes menos la conocen. La ley, por cierto, ha sido buena para muchas personas, como el hombre que recuperó hace unos días, junto con los restos de su madre, el sonajero que ella le había comprado en 1936, y que llevaba en el bolsillo cuando fue fusilada.
De aquella España salió, cuando tenía once años, Carlos Vélez Ocón, para seguir un periplo de casi tres años que lo llevaría de España a México, a través Argelia, Francia y República Dominicana. Carlos Vélez se doctoró en ingeniería nuclear en Ann Arbor, en Michigan. Durante toda su vida fue un destacado militante socialista. Aunque se quedó a vivir en México hasta su muerte en 2012, volvió muchas veces a España, pero nunca definitivamente. En 1977 vino a ayudar al PSOE en la campaña de las generales de ese año, e hizo una enorme apuesta personal por nuestro país: convenció a una de sus dos hijas, Marisela, para que se viniera a España y estudiara en Madrid. Hoy es doctora en biofísica en el CSIC. Conocí a Marisela en 1977, en la Agrupación Socialista Universitaria, nos hicimos amigos, con Rodrigo Peruga, su hermano Armando Peruga, y Antonio Fernández Poyato, entre otros. Esta semana la he vuelto a ver después de cuarenta años. El miércoles pasado ella nos leyó los diarios de adolescencia de su padre, muchas veces he podido constatar el amor de los socialistas a España, pero creo que nunca con una voz tan clara como la de aquel niño. Carlos Vélez sabía que no podía ignorar el pasado, que no podía volver al pasado, y que el pasado no podía volver a él, pero eso no le impidió vivir el presente y construir el futuro. Hubo una España que no pudo ser para él, pero supo hacer una España mejor que la suya, para su hija y para los hijos de todos. La generación de nuestros abuelos nos produce compasión, la de nuestros padres orgullo.
L.P. Hartley dejó escrito para la eternidad: «El pasado es un país extranjero, allí hacen las cosas de otra manera».
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