Somos lo que comemos
Paradojas de la vida, hay gente que se muere de hambre y otra que fallece de los atracones que se da. Dicen los expertos que ... somos lo que comemos. Mientras que algunos no tienen que llevarse a la boca y otros se llenan la barriga con desmesura. Es lo que hay. Uno de los grandes males de los países industrializados es el avance imparable de la obesidad y del sobrepeso. Solo hay que darse un paseo por las calles de las principales ciudades del mundo occidental para ver a personas a las que se les desparraman las carnes por el cuerpo. El de la gordura es un problema social más que genético. Es cierto que hay individuos a los que por culpa de sus genes los kilos les afloran como setas tras la lluvia. Nadie lo pone en duda. Como tampoco es cuestionable que gran parte de los obesos deben su exceso de peso a unos hábitos poco recomendables. Si se abusa de la llamada comida basura, incluidas las hamburguesas triples, los batidos de litro, las bebidas azucaradas, la bollería industrial y los helados al por mayor, por citar algunos ejemplos, la consecuencia es que se engorda sin remedio. Y si a una alimentación dañina para el organismo le añadimos el sedentarismo, pues nos encontramos con que cada vez hay más gente que es carne de cañón para la obesidad.
Para combatir las lorzas que rodean la cintura e impedir que la barriga se fusione con el pecho no hay que haber estudiado en Salamanca. Solo hay que hacer uso del sentido común, que a veces es el menos común de los sentidos. Si hay una alimentación aconsejable es la mediterránea, que ha sido desbancada por la comida rápida, que es mucho más nociva por muy extendida que esté. Entre comer lentejas y perritos calientes no hay color (sabor, en este caso). Me quedo con las lentejas, pese a ser consciente de que las salchichas embutidas en un bollo y rociadas de mostaza y ketchup son devoradas a boca llena sin reparo en cualquier parte del planeta Tierra.
Otro factor a tener muy en cuenta es que la obesidad afecta casi el doble a las personas con escaso poder adquisitivo que a las pudientes. Comer sano es más caro. Los productos de mayor calidad cuestan más dinero. Cuando no hay din, pero hay que llenar el estómago, se compra lo que se puede, aunque sea una bomba de calorías, suponga un camino hacia la gordura y traiga consigo la aparición de la diabetes, la hipercolesterolemia o la hipertensión, por citar algunas enfermedades que acortan la vida. Conclusión: hay que comer más sano y hacer más ejercicio. Aunque no me hagan caso, lo digo aquí.
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