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La tribuna

Ciudadanos, el lerrouxismo del siglo XXI

La clave de su atractivo reside en la promesa de que hombres y mujeres sin mácula gestionarán los asuntos públicos de manera honrada y rigurosa, en definitiva, dejándose guiar por las 'virtudes republicanas' predicadas por Lerroux

JAVIER LUQUE POLITÓLOGO

Domingo, 3 de mayo 2015, 12:47

Aunque obtuvieron una modestísima representación en el Europarlamento configurado en julio del año pasado, Ciudadanos está experimentando un extraordinario crecimiento en sus expectativas electorales, como evidencian los resultados de los últimos comicios andaluces y, de manera consistente, los sondeos de opinión. Resolver la comprensión de su irrupción y auge acudiendo a la etiqueta de 'nueva política' es sólo parcialmente satisfactorio pues, a diferencia de Podemos (que introdujo en el debate público temas inéditos como la renta básica universal o la reestructuración de la deuda), el proyecto de la formación naranja se nutre de la enésima invocación al 'espíritu de la Transición', parte del programa económico del PP en 2011 y, en materia de libertades y derechos sociales, guiños a izquierda (ley de plazos para regularizar el aborto) y derecha (retirada de tarjeta sanitaria a inmigrantes sin permiso de residencia). Es cierto que, en lo tocante al aspecto organizativo, han abrazado el método de primarias para elegir a los cabezas de lista, pero los niveles ínfimos de participación registrados en las mismas asimilan dichos procesos al opaco apaño entre amigos que ha regido y rige, a la hora de elaborar las candidaturas, en los partidos tradicionales.

Habida cuenta del limitado alcance de su carácter innovador, la interpretación del surgimiento e inicial éxito de Ciudadanos demanda aproximaciones diferentes, emergiendo la Historia como un instrumento singularmente provechoso para ello. Esto es así por los llamativos paralelismos que se detectan entre Albert Rivera y Alejandro Lerroux pero, sobre todo, por los rasgos comunes observables en los fenómenos políticos encabezados por uno y otro, a pesar de la importante brecha temporal que los separa. Alejandro Lerroux fue uno de los máximos exponentes del republicanismo en el primer tercio del siglo XX. Hombre hecho a sí mismo, de orígenes modestos, lideró la modernización de dicha corriente, incorporando a ella las inquietudes y aspiraciones del movimiento obrero. Accedió al poder tres décadas después de debutar como diputado en las últimas Cortes de la regente María Cristina de Habsburgo, primero como ministro del Gobierno fundacional de la Segunda República, más tarde como presidente de un Ejecutivo conservador. Para entonces ya no era el treintañero conocido por sus virulentas diatribas contra la Iglesia, sino un venerable y acomodado sexagenario al que muchas 'gentes de orden' confiaban el mantenimiento del 'statu quo'.

A la vista de estos datos, podría parecer que nada une a ambas personalidades. Sin embargo, al igual que Rivera, Lerroux forjó su carrera política en Barcelona y en oposición frontal al catalanismo. Su éxito electoral entre 1901 y 1907 tuvo mucho que ver con la construcción de un discurso de denuncia de la situación general, en el cual se conjugaban elementos novedosos -como la emotividad o la apelación a la propia biografía- y valores ampliamente difundidos entre los segmentos populares de la época -como el caudillismo y el anticlericalismo. El relato de Rivera, de similar vocación, apela por su parte a esas clases medias -depauperadas o no por la crisis- que disfrutaron de la prosperidad del boom inmobiliario. Para ello lo edifica sobre términos familiares ('progresismo', 'constitucionalismo' y 'regeneracionismo'), que no resultan amenazantes porque Ciudadanos no pretende que 'el miedo cambie de bando' -los dirigentes de Podemos, tan eficaces fijando en el imaginario colectivo la noción de 'casta', encuentran resistencias significativas para convencer a muchos de sus potenciales votantes de que sean 'pueblo', no digamos si la invitación se extiende a realizar un 'proceso constituyente'.

Si bien la aspiración de cambio encarnada por Lerroux era mucho más transgresora que la hoy representada por Rivera, aquel estaba tan conectado con el 'establishment' de su momento (en calidad de beneficiario financiero del 'fondo de reptiles' del conservador ministro de Gobernación Eduardo Dato), como hoy lo está Rivera (al que acompañan, por ejemplo, economistas vinculados a FEDEA, think-tank de las grandes empresas del IBEX-35). Por otro lado, como ocurriera con el Partido Republicano Radical (PRR), creado por Lerroux en 1908 tras separarse de la histórica Unión Republicana, lo menos importante de Ciudadanos es el programa. La clave de su atractivo reside en la promesa de que hombres y mujeres sin mácula gestionarán los asuntos públicos de manera honrada y rigurosa, en definitiva, dejándose guiar por las 'virtudes republicanas' predicadas por Lerroux y sus acólitos. Sin embargo, con el tiempo acabó demostrándose que la gran aportación de los lerrouxistas a la limpieza de la vida pública fue la importación, a las ciudades, de las prácticas caciquiles y clientelares arraigadas en el medio rural. En el caso de Ciudadanos, la colocación como asesor de Jordi Cañas (parlamentario catalán que dimitió tras ser acusado de fraude fiscal), o la imputación de delitos de corrupción a Fernando Mut (coordinador del partido en Valencia) y Antonio Sánchez (número 22 en la candidatura al Europarlamento), obligan a poner en entredicho su declarada voluntad de fair-play, antes siquiera de saltar al campo de juego.

El PRR y su líder desaparecieron políticamente en las elecciones de febrero de 1936, en parte por su incapacidad para alinearse con alguna de las grandes coaliciones en contienda pero, sobre todo, por la opinión generalizada de que se trataba de una organización dedicada a la utilización ilícita de recursos públicos, para la promoción personal de sus integrantes. No sabemos qué destino le deparará a Ciudadanos aunque, desde luego, Rivera tiene juventud y proyección suficientes como para pensar razonablemente que está llamado a desempeñar grandes responsabilidades. Tal cosa dependerá de su talento para no repetir los mismos errores que otros cometieron en el pasado, evitando que su partido se convierta definitivamente en el lerrouxismo del siglo XXI. De entrada, debería tener en cuenta que -a diferencia del histórico dirigente republicano- no dispone de varias décadas para alcanzar sus objetivos. Ni el estado del país, ni la vertiginosa velocidad de las actuales dinámicas políticas, le van a conceder tan amplio margen.

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