«Pensé dos veces en quitarme la vida; es muy duro estar en la cárcel siendo inocente»
Isidro Lozano pasó un año entre rejas hasta que el Supremo anuló su condena por una agresión que no cometió
«Lozano Fernández, Isidro. Agente judicial». El anuncio sonó a las 18.30 horas del 31 de mayo por la megafonía del módulo 10 de la cárcel de Alhaurín de la Torre. «¡Libertad, libertad!», empezaron a gritar los presos al tiempo que abrazaban al compañero que llevaba un año repitiendo mañana, tarde y noche que era inocente. Isidro los miró incrédulo y preguntó a qué se debía esa algarabía. «Cuando el agente judicial viene por las mañanas, trae malas noticias. Pero si viene por la tarde es para comunicar una libertad», le explicó otro recluso.
Diez días después, en la cabeza de Isidro siguen retumbando los sonidos de la cárcel. Los gritos de «libertad» de sus compañeros, pero también el ruido del cerrojo a sus espaldas, el murmullo del patio y de los pasillos. El tacto de los barrotes del ventanuco de una celda de tres metros por cuatro a los que se agarraba para mirar al exterior, a un paraje yermo. Sin colores. «En prisión todo se ve en blanco y negro», dice.
La vida de Isidro y María del Mar Martí, su mujer, la esposa coraje de esta historia, cambió de la noche a la mañana el 21 de junio de 2008. La pareja, que lleva unida desde hace 24 años –«todo esto no me ha movido ni un milímetro de su lado; al revés, hemos salido reforzados», expresa ella–, reside en Marbella, donde, hasta ese día, llevaba una vida cómoda. El padre de Isidro era anticuario y él se dedicó al sector inmobiliario en la empresa de su difunto suegro, Ricardo Martí, que en los sesenta fue un conocido futbolista que llegó a jugar con el Córdoba en Primera División.
Aquella mañana, Isidro discutió por la ocupación de un inmueble con Antonio (nombre ficticio), un familiar de María del Mar, y acabó llegando a las manos con el compañero sentimental de éste, Fernando (nombre también figurado para proteger sus identidades). Isidro fue a curarse a la Clínica USP de Marbella y Fernando, a Hospiten, en Estepona. De camino al médico, Isidro le contó lo sucedido a sus hermanos Eduardo y Juan Carlos, y éstos fueron a Hospiten a buscar a Fernando y Antonio, a los que agredieron en el aparcamiento.
Las víctimas, en su denuncia, hablaron siempre de tres autores e identificaron a los hermanos, incluyendo a Isidro en el suceso. Él siempre reconoció su participación en el primer incidente, pero no en el segundo porque, a esa hora, aún seguía ingresado en el hospital marbellí. «¿Cómo no iba a confiar en su inocencia? ¡Yo estaba con él!», exclama su mujer.
Credibilidad a las víctimas
La Sección Novena de la Audiencia Provincial otorgó total credibilidad a los denunciantes frente a las [falsas] coartadas de Juan Carlos y Eduardo, que acabaron reconociendo que mintieron. Y esa mala estrategia de defensa los arrastró a los tres. El tribunal malagueño condenó a cada uno de ellos a cuatro años y medio de cárcel por las lesiones ocasionadas a Fernando y Antonio.
SUR investigó el caso y publicó un reportaje a doble página (ver aquí edición del 20 de marzo de 2016) con los interrogantes que presentaba el caso. Para entonces, la Audiencia había puesto ya fecha al ingreso en prisión de los tres. En un intento desesperado por librar a Isidro, sus dos hermanos se confesaron culpables y proclamaron la inocencia de éste a través de las páginas de este periódico.
Pero eso no evitó el destino marcado para Isidro por la sentencia. Ni tampoco los informes médicos que aportaron al tribunal sobre su estado de salud. Pese a los recursos que el matrimonio interponía en el Supremo, la Sección Novena siguió su hoja de ruta y ejecutó el fallo.
El 13 de junio de 2017, el contador de la vida de Isidro y María se detuvo súbitamente. El teléfono sonó a las dos y media de la tarde. «Tuve un muy mal presentimiento», recuerda María. Era de la comisaría. «Me dijeron que estaba en busca y captura, y que tenía que presentarme en Málaga», añade Isidro, que había mantenido las fuerzas hasta entonces. «Ahí me sentí derrotado, 10 años de lucha para nada. Ya no podía más. Pensé: 'Que hagan conmigo lo que quieran'». La pareja acudió a comisaría sin preparar ni el petate, porque pensó que iban a notificarle un plazo para el ingreso. No fue así. Lo detuvieron, le hicieron la ficha y lo metieron en un calabozo. «Me temblaban las piernas. Me esposaron, me quitaron los cordones (para evitar que se autolesionara) y, de pronto, me veo encerrado en una celda, el sonido del cerrojo... Eso se me ha quedado para siempre».
Isidro trató de explicar a los policías que era inocente, que habían puesto una denuncia falsa contra él y que era un error de la justicia, una frase que repitió como un mantra a partir de ese momento: «Cuando yo veía la tele y escuchaba a alguien diciendo que era inocente, no me lo creía. Ahora era yo el que lo decía. Y pensaba que nadie me iba a creer, que iban a decir 'otro más que no ha hecho nada'. Era como si predicara en el desierto».
Cuando cruzó el umbral de la prisión, y la vida se volvió en blanco y negro, Isidro pensó por primera vez en quitarse la vida. El centro le asignó un 'preso sombra', un recluso de confianza que, a cambio de beneficios penitenciarios, ayuda a otros internos a integrarse y trata de evitar que se autolesionen. Isidro, entre tanto, mataba el día dando vueltas sin norte por el patio y limpiando los pasillos del módulo. «No sólo perdió la libertad, sino que iba a perder la cordura», dice María, que se entrevistó con los responsables de la cárcel para mostrarles su preocupación por él. «Lo que me atormentaba es que entró mal e iba a salir mucho peor. Eso era lo que más me dolía, que no pudiera recuperar a mi marido en su sano juicio por culpa de aquella injusticia».
Porque nunca consiguió adaptarse. «Cada vez que iba a verlo, tenía más ojeras. No dormía nada», rememora ella. «Es que no podía», interviene Isidro. «Lo que no sé es cómo se puede dormir sabiendo que has puesto una denuncia falsa y que has llevado a una persona a la cárcel, a un inocente. Yo no podría haberlo hecho, no tengo el corazón así. He ido a prisión por dinero y por odio. Pensé en quitarme la vida dos veces, es muy duro estar allí sin ser culpable».
La segunda vez fue a los seis o siete meses de ingresar en Alhaurín. «Le pedía a Dios que me diera fuerzas para hacerlo, o que terminara de una vez con todo aquello. No tenía ganas de vivir. Lo único que me llevaba hacia delante era María, y también mi familia. Seguimos siendo una piña». Isidro coincidió en prisión con sus hermanos, a los que veía de vez en cuando. «Nos abrazábamos y nos dábamos ánimos. Qué otra cosa podíamos hacer... ». Curiosamente, Eduardo fue el primero en obtener el tercer grado y salir de prisión, mientras que Juan Carlos todavía sigue dentro.
Como María, los responsables del centro estaban preocupados por el estado de Isidro. «El director de la escuela vino a verme y me dijo que necesitaba distraerme y que me fuera con él a estudiar. Lo intenté, pero no me concentraba. La verdad es que todos se portaron muy bien conmigo. El educador, la trabajadora social, la jurista, que pidió que me concedieran el tercer grado desde el principio... ». Entonces, cuando ya lo creía todo perdido, empezó a escuchar a su alrededor, entre compañeros y funcionarios, una frase que le habían negado en todas las instancias judiciales a las que había llamado hasta ese momento: «Isidro, yo te creo».
Pero los jueces, en Málaga, seguían negándole la libertad. El 31 de mayo, María llamó a su abogado, Jordi Ventura, para pedirle que recurriera la libertad condicional que había solicitado la prisión y que el juez de vigilancia penitenciaria acababa de denegarle. «Yo no iba a tirar la toalla. Habría llegado al Tribunal de Estrasburgo si hubiese hecho falta», afirma el pilar en el que se apoya Isidro. «Vi a Jordi muy contento. Me dijo: 'María, no lo vamos a recurrir, no va a hacer falta. Acaba de llegar el fallo del Supremo'». A Isidro se le había cerrado otra ventana, pero se le acababa de abrir una puerta de par en par. El Alto Tribunal, por fin, tras un segundo extraordinario de revisión (algo completamente excepcional), les había dado la razón. Era materialmente imposible que Isidro, de acuerdo a los certificados horarios aportados por los hospitales, hubiese participado en la agresión porque, a la hora que esta se produjo, él estaba ingresado.
«¿Isidro Lozano? Es usted libre», anunció sin rodeos el agente judicial, que traía bajo el brazo la orden del Supremo de sacarlo de aquella pesadilla. La primera llamada que hizo fue, evidentemente, para María. «Me dijo: 'Mami, lo has conseguido. ¡Ven a por mí!'». Isidro Lozano salió del centro penitenciario de Alhaurín de la Torre minutos antes de las nueve de la noche del 31 de mayo con 12 kilos menos, 352 días perdidos y una vida por recomponer.



Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.