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SEMBLANZA

Su mejor obra era él mismo

SALVADOR MORENO PERALTA

Sábado, 23 de agosto 2008, 03:08

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AUNQUE volquemos los sentidos sobre el teclado del ordenador, es con la cabeza con lo que se escribe. Pero no se puede mantener la cabeza aplomada cuando lo que se teclea es la necrológica de un amigo del alma, pues no hay riendas que la embriden cuando ésta se desboca. Hay que intentarlo, no obstante, porque escribir estas líneas es una forma de llorar, y las lágrimas son las únicas palabras con las que Paco Peñalosa y yo podemos comunicarnos; Paco Peñalosa y la infinidad de amigos a los que también nos ha dejado con el corazón roto, como el suyo, aunque estemos de esta otra parte de la vida que desde ahora será para siempre más triste, más tosca, más mediocre. Porque quien se ha muerto es un arquitecto cuya mejor obra era él mismo, una de esas personas que dignifican el biotopo en el que se desenvuelven, que enaltece todo lo que les rodea gracias a esa mirada cargada de cultura, de humor, de sensibilidad e indulgencia con la que logran arrancar destellos de humanidad a cualquier rincón del paisaje y del paisanaje con que se nutre la jungla del asfalto.

Entre los tópicos que enfangan aún más a esa impúdica muerte que se lleva a los mejores está ése de 'morir con las botas puestas'. Paco lo ha hecho, pero a su estilo, sin botas, pero con un chándal, una gorra de béisbol y unas zapatillas deportivas -hasta así estaba elegante- sentado en el sillón de su mesa de trabajo, pocos minutos después de haber pasado un buen rato en las obras del cine Echegaray, el último tributo de amor a Málaga que este segoviano de La Malagueta nos deja, pues ha de saberse que el proyecto del nuevo teatro con el que la ciudad va a verse enriquecida se debe a su maestría, pero sobre todo a su empecinamiento contra la infame burocracia. Fue él el que inició, siguió y persiguió esta idea hasta materializarla en un proyecto cuyo final no verá. En su mesa de trabajo, dentro de la pulcritud de su estudio impuesta por su entrañable hijo Borja, había algunos croquis del proyecto junto con un libro de Joaquín Cestino, un ejemplar del Rey Lear de Shakespeare y el último soneto de Juvenal Soto, «A una fuente seca, en Padrón». El poema trata de la vívida presencia que tienen algunas ausencias. Es hermoso y a la vez desgarrador. Lo que daríamos por no tener que evocar las cosas sino disfrutarlas, palparlas y vivirlas con toda las imperfecciones de lo real. Lo que daríamos por un solo minuto más de conversación con Paco, un solo minuto: es lo que se necesitaba para recibir de él una bocanada de inteligencia y un aliento de humor para seguir viviendo.

Si mi educación sentimental no estuviera ligada a él, si mis primeros pasos en la profesión de arquitecto no estuvieran vinculados a él, si no tuviera con él -junto con Manolo Alcántara, Pedro Aparicio, Teodoro León Gross, Juvenal Soto, Rafael Porras y Juan López Cohard- una tertulia semanal de otro planeta, podría tomar distancias con la situación y hacerle un apunte biográfico: hablaría de sus magníficas obras en la Avenida de la Estación, de su etapa como presidente del Colegio de Arquitectos, al que encumbró como la más prestigiosa entidad cultural de la ciudad en los ochenta, de su descomunal columna periodística 'Panorama sin el silo' cuyo último artículo, titulado 'Medallero', dejó inacabado en una progresión hilarante que anunciaba un final apoteósico. Pero no puedo seguir, y aunque fuera Neruda tampoco podría escribir los versos más tristes esta noche pues, como digo, hasta para expresar bien el dolor hace falta más cabeza que sentimiento y en mi cabeza solo bulle la idea de que el tiempo pasa a golpes, con la muerte de los seres más queridos. Y hoy Paco Peñalosa nos ha hecho a todos mucho más viejos.

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