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El marcador examina uno de los cisnes del Támesis. Tolga Akmen/AFP
¿Este cisne es de la reina o de los vinateros?
¿Sabías que...?

¿Este cisne es de la reina o de los vinateros?

Asistimos a cuatro ceremonias británicas que han resistido el paso y el peso de los siglos

CARLOS BENITO

Domingo, 26 de julio 2020, 00:10

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61 clavos de herradura, ¡qué buen número!

Los británicos aman las tradiciones hasta tal punto que, en algunos casos, conservan extraños rituales cuya explicación nadie parece recordar del todo. Dicen que la segunda ceremonia más antigua del país, después de la coronación, es un desconcertante pago de rentas que la ciudad hace cada año al tesorero de la Reina. Un miércoles de octubre, en el Tribunal Superior de Justicia y sobre un paño ajedrezado, se entregan al representante de la monarca seis herraduras y 61 clavos de herrar (utilizan todos los años los mismos, pero han de contarlos igualmente). «¡Buen número!», aprueba el tesorero. También le presentan un cuchillo romo y otro afilado, que se deben probar sobre varas de avellano. La respuesta indicada a este segundo tributo es: «¡Buen servicio!». Y, como personajes de 'Alicia en el País de las Maravillas', se quedan satisfechos hasta el año que viene, «entre el día siguiente a San Miguel y el día siguiente a San Martín».

El gran momento del Marcador de los Cisnes

En el Reino Unido, hay que tener mucho cuidado con los cisnes. A mediados del siglo XIX, uno todavía podía acabar deportado durante siete años por hacer daño a una de estas aves. La Corona es la dueña de todos los cisnes sin marcar, pero, en el caso del Támesis, comparte esa propiedad desde hace siglos con dos antiguos gremios de la ciudad de Londres: el de vinateros y el de tintoreros. Así que una vez al año, durante cinco jornadas de julio, llega el momento de llevar a cabo el censo que permita contar los ejemplares, comprobar su estado de salud y medir y anillar a las crías: tradicionalmente, cada una de las dos asociaciones profesionales contaba con su propia marca, mientras que a los cisnes reales se les dejaba sin señalar. Al frente de la tarea está el Marcador de los Cisnes (un cargo que existe desde el siglo XII) y la ceremonia ha dado lugar a sus propias costumbres, como la de ponerse de pie en los botes para saludar al paso por el castillo de Windsor o la de arrojar al agua al miembro más joven del equipo. Este año, por causa de la pandemia, ha sido la primera vez que se ha cancelado el acto por completo.

El derecho a pastorear ovejas por Londres

Desde el siglo XIII la ciudad proclama cada año una lista de ciudadanos libres: originalmente, el sentido principal de este reconocimiento era que se emancipaban de los señores feudales y podían poseer tierras y ganar dinero, pero su condición también acarrea privilegios interesantes como el de pastorear ovejas por el Puente de Londres o portar una espada desenvainada. La sociedad ha cambiado, pero Londres sigue concediendo esa ciudadanía libre a unas 1.800 personas al año, nominadas por los gremios históricos o por la propia corporación. En 1987, uno de los nuevos 'liberados' invocó inesperadamente su derecho al pastoreo a través del puente (era director de una agencia de publicidad y llevaba a cabo una campaña benéfica) y desde entonces esta imagen se ha convertido en una tradición en sí misma: el ganado ovino sirve de gancho para las reivindicaciones más diversas.

No enfademos al fantasma de Richard

Pero estas ceremonias no siempre tienen que ver con la monarquía y los estamentos medievales. Richard Baddeley, actor del siglo XVIII, ni siquiera tiene entrada en la Wikipedia, pero se le recuerda puntualmente cada noche de Reyes en el teatro londinense de Drury Lane. Según cuentan, Baddeley había sido pastelero antes que intérprete y quiso dejar un recuerdo dulce al abandonar este mundo: en su testamento, destinó una provisión de cien libras, ingresadas con un interés del 3%, para que la compañía disfrutase de una 'tarta de la duodécima noche' (el equivalente inglés a nuestro roscón), además de beber vino y ponche a su salud. La costumbre se interrumpió con la Segunda Guerra Mundial, pero se retomó en tiempo de paz: parece existir la sospecha de que olvidarse de la cita con Baddeley atraería la mala suerte, algo que no parece desdeñable en un teatro tan poblado de fantasmas como el Drury Lane.

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