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Dos Jóvenes circulan en bicicleta por una calle de la zona antigua de Yakarta. Reuters
Club de fans en la isla de Java

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rincones del mundo ·

Yakarta es muy fea, pero su gente es muy maja y les hacen gracia los extranjeros

Luis López

Martes, 20 de julio 2021, 00:09

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Yakarta, digámoslo claro desde el principio, es horrorosa. La clásica megaurbe asiática de avenidas kilométricas, enormes centros comerciales, rascacielos con grandes pantallas de televisión y asfalto recalentado. Pero qué buena gente hay aquí. Amabilísima. Educadísima.

La capital de Indonesia y principal ciudad de la isla de Java no es ningún destino turístico destacado por lo fea que es. Pero hay una zona al norte, junto a unos canales algo apestosos, que es como el casco antiguo. Se llama Kota. Quedan edificios coloniales de cuando los holandeses andaban por allí. También está el viejo Ayuntamiento, algún museo, un café con mucho encanto... Todo ello rodea a la plaza central del barrio, Taman Fatahillah, que siempre está repleta de grupos de estudiantes adolescentes. Sobre todo, chicas. Llevan las cabezas cubiertas con esos pañuelos indonesios tan ceñidos y tan coloridos. Parecen muy alegres y candorosas.

Pues debe ser que por aquí no llega mucho extranjero, porque cuando aparece una pareja de occidentales hay un poco de revuelo. Son el centro de atención. La situación es incluso algo incómoda. Hasta que una de las muchachas, seguramente la más intrépida, se acerca a la guiri, tan blanquita, y le pide sacarse una foto con ella. Trae un smartphone buenísimo con un palo selfie. Se pega a la extranjera, ladea la cabeza, sonríe, pone los dedos en V junto a la cara, y ya.

Eso anima a otras chicas. Llegan grupos enteros para retratarse con los visitantes. También con el varón, abrumado. Incluso señoras mayores a quienes les da la risa nerviosa pero que son las que más se rozan, las muy pillas. Todas son amables y la situación es simpática. Quizás los turistas esos se parezcan a alguna celebridad local y les estén confundiendo.

Pero no. Porque ni en el autobús de vuelta ni al llegar de regreso al hotel les hace nadie ningún caso. Eso, claro, les hace sentirse como unos mindundis.

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