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EL SITIO DE MI RECREO

Recetando palabras

La alegría escribe páginas en blanco. La noche, en su oscuridad profunda, compone versos eternos

JOSÉ ANTONIO TRUJILLO

Domingo, 30 de marzo 2014, 11:09

La alegría escribe páginas en blanco. La noche, en su oscuridad profunda, compone versos eternos. La verdad en pocas ocasiones elige la sonrisa para ser anunciada, prefiere a los ojos que han llorado. Sólo se puede escribir desde el vacío de unas tripas a las que no les queda nada más para vomitar. Escribir es anticipar lo eterno.

Llega un nuevo fin de semana, y no viajo a Cigarral de Menores en Toledo, pero si que recuerdo a don Gregorio Marañón, cuando cumplimos los cincuenta años desde su partida. Ahora que el Greco se cuelga a un Toledo entero en su enjuta figura, quiero mirar por los ojos de don Gregorio. Prohombre de traje serio, biblioteca en su cabeza y ternura en su mirada. A Marañón le dolía la España que ensalza al pícaro en vida y entierra con la solemnidad del olvido al héroe. Sin duda, es el modelo para todos aquellos que le robamos tiempo a la ciencia y la consulta, para escribir con demasiado tufo a nómina fija y cena en la mesa. La Medicina la escriben de noche los «marañones» de la vida.

Uno es médico para los que escriben, y escritor para los que sanan. Al final, te encuentras en tierra de nadie, y entonces te conviertes en invisible para los que debaten en la sesión clínica o después en la tertulia. A falta de arrobas suficientes como tenía don Gregorio, el Marañón que escribía sin bata pero con la amargura de la consulta, uno escribe por entregas siempre el mismo relato ligero.

Todos los que nos atrevemos a colgar la bata y sudamos con las palabras, recordamos al ruso Anton Chejov, que fue médico de pueblo y relato breve, cuando pontificó diciendo que la medicina era su esposa legal y la literatura sólo su amante.

Cuando no hay tiempo para la definición, el médico escritor no encuentra su lugar ni en la Academia, que amablemente le cierra sus puertas, ni en la Universidad que sólo entiende de pizarras y departamentos.

En la soledad que siempre ahoga al que escribe, buceo en mi niñez, en el sitio de mi recreo, en lo que viví sin bata y sin páginas. Al final, no hago otra cosa que recetar palabras.

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