Caos en Libia
FRANCISCO J. CARRILLO
Miércoles, 13 de abril 2011, 03:42
Apenas hay noticias sobre la guerra en Libia. Los periodistas en Trípoli están bajo el estricto control de militares del dictador a la espera ... que un autobús llegue para trasladarlos a lugares previamente escenificados. Nada difícil imaginar los decorados. Los periodistas carecen de libertad de movimientos. En Bengasi sí actúan, todo es un decir, arriesgándose a desplazarse a las movedizas líneas del frente. La guerra se desarrolla en una carretera, que tuve la oportunidad de recorrer en dos ocasiones. Carretera costera de más de mil kilómetros entre Trípoli y Bengasi. Todo es llano. Algunos tramos están cubiertos por la arena del desierto. No hay montañas. Sólo algunas dunas. No hay lugar para esconderse. Todo está al descubierto entre llanuras desérticas y el mar Mediterráneo. Los beduinos y sus manadas de camellos parece han desaparecido. Sólo existen dos grandes ciudades; las ya mencionadas. El resto, asentamientos humanos (Misrata, Sirte, Raf Lanuf, Brega.) que han ido creciendo en torno al petróleo y al 'modelo' de desarrollo que ha concentrado a casi todo el país a lo largo de esa carretera costera.
Las imágenes de las televisiones del mundo son prácticamente idénticas. En donde los reporteros tienen libertad de movimientos, a partir de Bengasi, se filma la guerra con secuencias que apenas se modifican: camionetas y coches avanzan y retroceden cargados del más variopinto armamento que nos parece obsoleto; combatientes con kalashnikofs, machetes, hachas y navajas. Exaltación. Del otro lado, el del tirano Gadafi, un ejército invisible, estructurado, al que da apoyo millares de mercenarios e instructores africanos pagados a tres mil dólares al mes, por adelantado. Se dice que las primeras intervenciones aéreas del 'Amanecer de la Odisea' destruyeron los aviones de Gadafi, una parte de las defensas antiaéreas, de los sistemas de comunicaciones así como de los carros de combate. El mando de la OTAN, en la nueva operación 'Protectores Unificados', ha declarado que se ha destruido el 30% de la capacidad militar del tirano. Pero no nos llegan noticias, porque los periodistas están acorralados, desde el campo de Gadafi. Quizá el grupo de agentes de la CIA que ya están operativos junto a otros servicios de inteligencia, puedan lograr lo que a los corresponsales les es imposible conocer.
La guerra en Libia parece estancarse. No es la primera vez que el coronel Gadafi, a quien nadie responde por escrito a sus diferentes misivas, utiliza 'escudos humanos' para proteger sus ofensivas, su bunker y las ciudades fantasmas en las que logró que sus tanques entrasen. Sin duda, está siguiendo una 'estrategia de lucha en el desierto' que nada tiene que ver con las de los insurrectos de Bengasi: práctica de 'tierra quemada', esperando que la población reaccione a su favor como 'padre de los libios y hombre de orden'. Hace días voló unos pozos de petróleo y culpó de ello a las bombas de la OTAN. Mañana es probable ordene el uso del gas mostaza que aún acumula en silos secretos. La presión política y militar bajo la bandera de la ONU acabará con él. ¿Cuándo? ¿A qué precio de vidas humanas? Obama es firme: ni alto el fuego ni otros artilugios; Gadafi ha de marcharse. Ya se habla del exilio del tirano. ¿A qué país? Si ese país es miembro de la ONU, Gadafi no podrá escapar de la Corte Internacional de Justicia. Por el momento, la población de Trípoli está agazapada y aterrorizada por los milicianos a cuyo frente está uno de los hijos del dictador. Parece aún lejos la esperada insurrección en la Tripolitana.
¿Cuántos muertos y heridos sin asistencia médica? ¿Cuánta gente huyendo a no se sabe donde, en condiciones insostenibles? Todos piden refugio pero ¿adónde ir? Muchos acuden, entre ellos centenares de eritreos que trabajaban en Libia, a pedir ayuda a la iglesia católica que tiene dos obispos en el país, uno en Trípoli y otro en Bengasi. Ambos siguen trabajando con escasos recursos y están al frente de Caritas en sus respectivas ciudades. Hace unos días, Giovanni Martinelli, obispo de Trípoli, nacido en Libia de padres italianos, a quien regularmente visitaba en mis viajes oficiales, lanzó un llamamiento internacional humanitario. Es urgente establecer 'corredores humanitarios' en Libia; ayudar a la población de Misrata, 'escudo humano', víctima de sangrientos saqueos por los mercenarios de Gadafi; detener el tráfico de armas que llegan a Gadafi por algunas fronteras del Sur del país. Es urgente, más allá de las operaciones de la coalición internacional, hacer un trabajo diplomático con los países fronterizos con el desierto libio: Argelia, Níger, Chad y Sudán. No basta la zona de exclusión del espacio aéreo y el control marítimo.
También urge ayudar a 'poner orden' entre los insurrectos que enarbolan la nueva bandera, en Bengasi y en sus combates, y la que fue bandera del rey Idris. Si hay presencia del Al Qaeda entre ellos, la única alternativa para 'controlar' a esa minoría es pasar del 'caos militar' en una carretera a una ofensiva más organizada por la libertad contra un sátrapa que en su día sacó de su pintoresco fondo de armario la siniestra careta de terrorista.
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