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Al caer la tarde, las terminales se pueblan de algo más que viajeros con prisa arrastrando maletas. Para estos otros 'usuarios' del aeropuerto de Málaga, ... el equipaje es distinto, y las bolsas de comida y enseres se mezclan con la ropa de cama, sobre todo lo que más bulto hace, que son las almohadas. La presencia de personas sin hogar que duermen en este espacio va en aumento, según advierten trabajadores de las tiendas y bares, sindicatos e incluso quienes pasan la noche entre los bancos donde otros esperan a su vuelo. No hay cifras oficiales, porque tampoco son fijos, pero las fuentes hablan de más de 50 personas que residen de forma más o menos habitual. En cualquier caso, el escenario está muy lejos de lo que se vive en Barajas, donde a partir de este miércoles restringirá la entrada por la noche a viajeros y familiares.
Paco y Lola (nombres ficticios), madre e hijo de 50 y 30 años, son profesionales de vivir en la calle. Llevan sin techo siete años. Hablan con la autoridad de quienes han sobrevivido a una pandemia deambulando por Madrid y han superado una histórica tormenta de nieve como Filomena cobijándose donde podían. Tras pasar cinco meses residiendo en las instalaciones aeroportuarias de la capital de España y tras casi un mes en el de la Costa del Sol tienen claro que «el aeropuerto de Málaga es un hotel comparado con Barajas». Han recalado en Málaga por la inseguridad de las instalaciones madrileñas. Cuentan que allí los sin techo duermen con una navaja debajo de la almohada. «Aquí estamos muy seguros. La gente siempre ayuda. Tranquilos, por ahora». Advierte de que la situación actual de Madrid provocará que quienes estaban viviendo allí se distribuirán por otros aeropuertos cuando les impidan la entrada. «Aquí van a llegar más de Barajas», asevera. Igual de nítido reconocen, con más que resignación, que «no hay solución» y explica, sentado frente a su madre de la que nunca se ha separado, que «por más asistentes sociales que vengan a ayudarnos si no dan recursos es imposible». Lola insiste en que «los albergues están llenos de colgados y de gente que no encaja con nosotros».
En la conversación, Paco relata cómo funciona esta asistencia social y añade que cuando llevas más de seis años en la calle te declaran como persona no recuperable. «Es nuestro caso. Para recibir atención nos obligan a tener un tutor legal. Es toda una imposición que no estamos dispuestos a aceptar. Yo no voy en una pompa. No estoy enganchado. Sé lo que quiero y no es tener un tutor», afirma para concluir con un rotundo: «No hay solución». La alternativa de encontrar un trabajo en la situación actual la considera hoy por hoy inviable. «¿Cómo voy a ir a trabajar en estas condiciones? Paso el día entero aquí sentado. Llevo tres semanas sin ducharme». Sin embargo no pierde la esperanza. Se declara discapacitado (tiene unas lesiones visibles en las piernas por un atropello) y pide un sitio donde estar unos meses «para poder arrancar» y un empleo adaptado a sus capacidades. «Yo tengo 30 años y no quiero estar así toda la vida», relata junto a un puesto de carga de móviles detrás de unas cafeterías ubicadas entre la T2 y la T3 y con toda una vida a cuestas que ocupa poco más de un asiento del aeropuerto que corona con una almohada.
Es todo lo que precisan para vivir después de que en 48 horas, siete años atrás, tuvieran que abandonar su casa por orden judicial tras fallecer el padre de Lola, una mujer que deambula junto a su hijo con las mismas pocas esperanzas de salir de este bucle. «Pronto nos iremos de aquí», asegura mientras advierte de que en el aeropuerto ya están empezando a mover ficha para ponérselo más difícil. «Fui al hospital el otro día y al volver habían retirado algunos puntos de recarga», pero poco más. Ponen de relieve que no todo el mundo está tan necesitado. «Hay gente con nómina que se podría coger una habitación, pero se lo ahorra y duerme aquí. Nosotros no tenemos más alternativa, pero hay gente que lo hace por ahorrarse el dinero o dedicarlo a otras cosas», afirma para sentenciar que «cada vez somos más».
Apenas han dado las ocho de la tarde y las personas sin techo se reparten por tres puntos principales. Los más numerosos deambulan por el patio donde está el jardín vertical, desde la zona de Llegadas hacia los transportes públicos. Algunos tienen tertulia en corro y fuman; otros rebuscan en la basura, y el tesoro es un cigarro con algunas caladas por delante. Otros se han ido ya a dormir, para lo que utilizan sobre todo la parte cerrada de la terminal que está en el lateral de esa misma plaza, que es la menos concurrida, junto a la capilla y al salón de actos. Una tienda de maletas hace de parapeto discreto de un espacio donde a esa hora ya hay varias personas sobre mantas y sacos de dormir. Justo en este punto hay un baño amplio y poco concurrido. Un tercer grupo, menos numeroso, elige la terminal de salidas, sobre todo la trasera de las cafeterías entre la T2 y la T3. Algunos se confunden entre los turistas. Otros son más que conocidos. «Ese del pelo rubio lleva aquí los 16 años que yo llevo trabajando en estas instalaciones», señala un taxista al paso de un indigente con un carro más que cargado en el que lleva la vida entera. Muy cerca otro sin techo se acerca a los viajeros que acaban de llegar a la Costa del Sol para pedirles una ayuda. Los carros cargados con sus pertenencias, mantas, sacos de dormir y bolsas con comida les delatan.
Difícil convivencia
Los trabajadores de los bares y tiendas cercanas son testigos del aumento de personas sin techo que se refugian junto a sus negocios... Y la convivencia es a menudo difícil. También coinciden en que cada vez hay más y destacan que algunos son jóvenes con buen aspecto que han descubierto que viven en el aeropuerto porque ya llevan varios días por aquí. Una dependienta de una tienda del final de la terminal de Llegadas insiste en que hay casos que «pasan perfectamente por un turista. Los hay de todo tipo. Los hay educados y otros a los que tengo que llamarles la atención porque se ponen a pedir aquí mismo y molestan al cliente. También hay algunos que roban bebida o comida al menor descuido. Y otros que aprovechan para contarme sus vidas, que vaya vidas».
La camarera de una cafetería situada justo en el punto donde muchos pasan la noche relata, tras un elocuente suspiro, que «todos no son iguales, evidentemente, algunos son más educados y otros están borrachos y nos roban». Cuenta que «cuando los pillo robando y les digo que lo devuelvan dicen que no hablan español» y que lo peor viene cuando agreden a algún cliente que no quiere darles dinero; o cuando no les dejan hacer su trabajo. «A veces no podemos ni fregar la sala porque no quieren irse, o el mal olor, que espanta a los clientes». En realidad, pocas veces se presentan denuncias porque los hurtos son productos de cantidades menores.
A la una de la madrugada, cuando baja la presencia policial, es cuando la mayoría se acomoda en la sala. Como trabajadora veterana de estas instalaciones (lleva siete años allí), advierte de que «cada vez hay más, y este año es uno de los que más estoy viendo. Cuando empecé se podía encontrar uno, dos, tres, pero no como ahora». Según sus cálculos, habrá unas 50 personas en esta situación, repartidas por todo el aeropuerto.
Algunos sólo van a dormir. El resto del día salen a las calles de la ciudad o del cercano Torremolinos para mendigar una ayuda para comer. Es el caso de María, de 48 años, de Marruecos, que asegura que «nunca en la vida había podido imaginar que acabaría durmiendo en un aeropuerto». Está ya tumbada sobre una manta y con una improvisada almohada con la que cubre su bolso frente a los servicios de la zona más concurrida para pernoctar en el aeropuerto. Relata, sin poder contener en ocasiones la emoción, que no le ha quedado más salida que poner tierra por medio a «los problemas de una familia que quiere imponerte una vida que no es la tuya por religión o por costumbres». Lleva muy pocas pertenencias consigo y está instalada en el aeropuerto desde hace un mes, aunque está en situación de calle desde 2022. Apenas le salen las palabras, los estragos de la depresión son evidentes. «Tengo una larga historia, de mucho sufrimiento, estoy muy castigada de mente y de salud». En su relación emergen graves conflictos familiares, con las tradiciones y la religión: «Aquí estoy mejor que con ellos».
Relata que pasó su juventud estudiando gracias a una importante herencia, «para construir mi futuro, pero vino gente que destruyó todo lo que había hecho, y querían que no fuera yo misma, sino sólo cumplir con lo que me dijeran, comportarme como alguien que no soy yo y que me trataran como a un mulo». Pero su confesión todavía sorprende más cuando asegura que estudió Ingeniería Informática, unas de las carreras más cotizadas. «Yo misma no me imaginaba terminar así». Ahora se ve incapaz de retomar su carrera profesional: «Ojalá pudiera trabajar y no me vería así». Con todo, mantiene la esperanza y al final del mes tiene perspectivas de recibir una ayuda social con la que se buscará una habitación.
Trabajadores sociales de 'Puerta Única', recurso del área de Servicios Sociales del Consistorio malagueño que atiende a estas personas, aseguran que el aeropuerto es «un punto más de atención de la ciudad». Un lugar al que se trasladan de forma periódica para informar a los sin techo de todos los servicios que ofrecen para salir de la calle. Confirman que «la situación de Málaga no es extrapolable con la de Madrid» y que el perfil de las personas que han hecho del aeropuerto su hogar es muy diferente al de la capital de España. Mientras tanto se soluciona el problema esta seguirá siendo una de las primeras imágenes que reciben los turistas al aterrizar en la Costa del Sol.
La solución no es única y tiene que ser coordinada entre todas las administraciones. El artículo 25.2.e de la Ley 7/1985, de Bases del Régimen Local, indica que le corresponde a los ayuntamientos la atención a las personas en situación de vulnerabilidad, por lo que son los que deben prestar los servicios relacionados con «la atención a personas en exclusión social».
A su vez, el artículo 148.1.20-21 de la Constitución fija que corresponde a las comunidades autónomas las políticas públicas en materia de «asistencia social» y «sanidad e higiene», y por tanto, en la planificación de recursos de inserción, salud mental y vivienda de colectivos vulnerables. Por último, el Gobierno central, a través de las Fuerzas de Seguridad, tienen la labor de identificar a las personas en esta situación.
Por tanto, la única que realmente carece de competencias legales es Aena, que gestiona los aeropuertos como zonas de tránsito de personas. Lo más que puede hacer es colaborar en el control de accesos y la seguridad dentro de sus instalaciones, pero no desalojar.
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