Torres vigía: los vigilantes de la costa
De Manilva a Maro, cincuenta y dos torres defendían las costas malagueñas de los ataques de los piratas
Fernando alonso
Jueves, 8 de agosto 2019, 00:22
La piratería fue un mal endémico de nuestras costas por la cercanía de África y del Estrecho. En efecto, era más fácil apresar un barco ... que construirlo; capturar mercancía que comprarla o secuestrar un esclavo que contratar un jornalero. Entonces la piratería era lícita y la practicaban turcos, ingleses, genoveses, holandeses y, en general, todas las civilizaciones y pueblos. Algunos tenían hasta licencia. Eso eran las famosas patentes de corso.
Durante la Edad Moderna todas las costas malagueñas se quedaron despobladas ante el miedo a los ataques piratas. Así, la población no vivía en Fuengirola, ni en el Rincón de la Victoria, ni en Torre del Mar ni en Nerja, sino en Mijas, Benagalbón, Vélez o Frigiliana. Es fama que el temido Barbarroja asoló nuestro litoral en busca de esclavos y botín. El propio Cervantes cita en su Quijote las costas de Vélez en la Historia del Capitán Cautivo. Y es que estos temidos ataques han dejado huella en nuestro lenguaje coloquial en la expresión «hay moros en la costa».
Juan Temboury Álvarez fue uno de los historiadores malagueños más importantes del pasado siglo. A él le debemos la restauración de la Alcazaba y de otros monumentos de nuestro patrimonio artístico, y fue el primero en defender la necesidad de dedicarle un museo en Málaga a Picasso. Juan Temboury escribió un riguroso trabajo sobre nuestras torres almenaras de la Costa Occidental y dejó reunidos y clasificados datos valiosos sobre las torres de la Costa Oriental, aún pendientes de publicación.

Las torres vigías, atalayas o almenaras (del árabe 'lugar de la luz'), tenían como principal función la vigilancia y, en su caso, la defensa de nuestra costa. Para ello utilizaban un código de comunicación mediante señales de humo. Este sistema era útil y rápido, y se podía utilizar tanto de día como de noche para propagar alarmas y noticias. Se decía que en una sola noche los avisos podían llegar desde Alejandría hasta Ceuta. Las torres se ubicaban siempre en lugares estratégicos, lo que es lógico, y junto a algún riachuelo para abastecerse de agua. Desde cada atalaya se divisaban los dos puntos de vigilancia inmediatos. Cerca de ellas discurría una calzada que se corresponde con la actual Nacional 340. Los puntos principales estaban separados unos 25 o 30 kilómetros, que es la distancia que se podía recorrer a pie en una jornada. Así, podríamos destacar siete hitos principales: Guadiaro, Estepona, Marbella, Fuengirola, Málaga, Torre del Mar y Nerja.
Todas las torres y fortalezas dependían del Capitán General de Granada, que mandaba en las costas de Almería, Granada y Málaga. Las defensas de esta última obedecían a los corregidores de Marbella, Málaga y Vélez. Muchas torres tienen un origen árabe. Los Reyes Católicos, los Austrias y los Borbones las reformaron y construyeron otras más porque vieron su utilidad para prevenir los ataques piratas.
Las torres vigías solían tener tres partes: base, cámara y azotea. En primer lugar, una base sólida, de estructura maciza, obra recia, de varios metros de altura. Esto hacía que las torres no tuvieran puerta y que para acceder a ellas hubiera que utilizar una escala de cuerda, reforzándose de esta manera su función defensiva. En el caso de la Torre del Cantal, el pequeño vano de acceso estaba a muchos metros de altura. En segundo lugar, las torres tenían una cámara, casi siempre abovedada, en la que eran imprescindibles una ventana para vigilar el mar, una chimenea para hacer las señales de humo y una escalera, que solía ser de espiral, para acceder al tejado o azotea.
Temboury las clasificó en varios grupos por su forma y su cronología. Torres moras, para vigilancia, de forma cilíndrica; del siglo XVI y XVII, en las que se aumenta su superficie, para que quepa un cañón en su terraza, y se disminuye su altura, ya que aún no se conocía el disparo por elevación ni la parábola de tiro y el fuego se hacía en línea recta; finalmente, en el siglo XVIII, para defenderse de los ataques ingleses, se construyeron fortificaciones como la de Santa Clara en Torremolinos o la de Nerja (donde hoy está el Balcón de Europa).

Sus vigilantes se llamaban guardas o escuchas. Se buscaba a hombres que tuvieran conocimiento de las cosas del campo y de la mar. No podían tener ni perros ni guitarras ni mujeres que no fueran las suyas. Solía haber tres vigilantes por torre: uno se quedaba en la atalaya, mientras que los dos restantes se desplazaban cada día en dirección opuesta recorriendo las playas. Un trabajo curioso era el de los visitadores. Había solo dos y cada semana partían desde Málaga, uno hacia la Torre de la Chullera, en Manilva, y otro hacia la Torre del Pino, en Maro, para controlar el estado y el buen funcionamiento de las defensas.
Muchas torres vigías no soportaron el paso del tiempo; otras se integran hoy en modernas urbanizaciones. En algunos casos, lo que no consiguieron los piratas lo están logrando la dejadez de las instituciones y el urbanismo voraz.

El detalle: Un pequeño muestrario
En los 161 kilómetros de costa que tiene la provincia malagueña nos podemos encontrar unas cuarenta torres vigías. A modo de ejemplo citemos la Torre de Arroyo Baquero en Estepona, donde murieron el mítico Guzmán el Bueno, defensor de Tarifa, o el rey nazarí Mohamed IV; la Torre de la Duquesa, en la misma localidad, citada por Vicente Espinel porque en su entorno Marcos de Obregón fue apresado junto a varios pescadores por unos piratas turcos y luego liberado por gentes de Estepona y Casares; la Torre de los Molinos o de Pimentel, en la que a principios del siglo XVI un vigía tocó a rebato por hallarse a la vista cinco fustas de moros, acudiendo en socorro gentes de Benalmádena, Fuengirola y Mijas; la Torre de Moya, en Benajarafe, habitada en la actualidad por dos familias; o, finalmente, la Torre del Río la Miel, de eufónico nombre, con los pies casi metidos en el mar.
Sobre las 47 torres conservadas pesa una leyenda común: la existencia de tesoros bajo sus piedras.
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