Pequeña historia de un tinglao de hierro
Víctor Heredia
Sábado, 23 de agosto 2025, 00:02
El tinglado de hierro formó parte durante un siglo del paisaje del puerto de Málaga. Prestó servicio dando cobijo a mercancías que esperaban para ser ... embarcadas o que habían sido descargadas en los muelles. Hagamos un rápido repaso a su historia, que conoció el esplendor comercial de mediados del siglo XIX, el descenso del tráfico mercantil, la emigración a América y la renovación del puerto malagueño. Todo un símbolo de una época en la que se sucedieron periodos de prosperidad y de crisis.
En el siglo XVIII, mientras avanzaban las obras del Muelle de Levante, se iniciaron en 1720 las del Muelle de Poniente, que después sería conocido como el Muelle Nuevo, a partir del Torreón del Obispo, que ocupaba aproximadamente el centro de la actual plaza de la Marina. Se formó un pequeño morro en el que se instaló la batería de San José. El Muelle Nuevo o Embarcadero permitía que se realizaran labores de carga y descarga gracias a tres pescantes giratorios que estaban acompañados de otros tantos pequeños tinglados para guardar las mercancías. Estos eran claramente insuficientes y su estado dejaba mucho que desear, hasta el punto de que se ordenó su demolición. Así nos lo narra Francisco Bejarano: «Ante este mandato, que amenazaba acabar con los únicos medios de aquella índole que existían, aun dentro de su insuficiencia, y como las necesidades mercantiles fuesen cada vez mayores, y los frutos que esperaban el embarque o los productos que se importaban, muchos de ellos delicados, exigían estar a cubierto de cualquier eventualidad, tomó cuerpo la idea que bullía en la mente de varios comerciantes sobre la construcción de un tinglado».
Eran años de expansión económica y el puerto malagueño estaba en pleno apogeo. Aun así, la génesis del tinglado fue larga y dificultosa. El comerciante Juan Zalabardo lideró en 1836 la iniciativa en el seno de la Junta de Comercio para construir esa instalación que permitiera preservar los productos más valiosos de las condiciones meteorológicas. Se aprobó la propuesta, pero no se volvió a tratar del asunto hasta cuatro años después. Entonces se encargó al arquitecto Rafael Mitjana que preparara un proyecto y su correspondiente presupuesto. Al mismo tiempo, se gestionó la cesión del terreno, que estaba bajo la jurisdicción militar. Se solicitaron los permisos a Madrid, donde el proyecto quedó empantanado.
Pasaron los años y en 1846 se decidió empezar de nuevo. La Junta de Comercio comisionó al senador Manuel Agustín Heredia para que moviera sus influencias para acelerar la tramitación del expediente. También se formó una sociedad por acciones que acometió la obra y que, a través de unas tarifas por el uso del almacén, pudo recuperar posteriormente la inversión. En febrero de 1847 se aprobó definitivamente el proyecto y se adjudicaron los trabajos precisamente a la ferrería de Heredia, quien había muerto en agosto del año anterior. El tinglado, que costó 12.000 pesos, quedó inaugurado el 30 de agosto de ese año en la explanada del Muelle Nuevo.
Cuenta Bejarano que Hacienda quiso imponer una contribución a las rentas obtenidas por la explotación del tinglado, a lo que se opuso tenazmente la Junta de Comercio, alegando que no era un negocio. Con parte de los beneficios obtenidos se hicieron arreglos en el Camino de Antequera y se contribuyó a la construcción del ferrocarril de Málaga a Córdoba. En 1856 se realizó una ampliación del tinglado, que llegó a tener unos 60 metros de largo y una superficie de unos 480 metros cuadrados.
El alcalde Gaspar Díaz Zafra reguló en 1858 el uso del almacén, disponiendo que las mercancías podrían permanecer en su interior hasta tres días sin pagar derechos y que solo serviría para aquellas susceptibles de deteriorarse a la intemperie. Quedaban excluidos de poderse colocar debajo del tinglado productos como alquitrán, carbón de piedra, anclas y cadenas, plomo, estaño, hierro, mármoles y piedras, tuberías y otros similares. Este reglamento se mantuvo en vigor muchos años y, de hecho, fue renovado en 1891.
Con la construcción de los nuevos muelles en las últimas décadas del siglo XIX el tinglado de hierro fue trasladado al muelle del marqués de Guadiaro (el actual Palmeral), en el que siguió prestando servicio y ofreciendo refugio a los miles de emigrantes que esperaban el momento de embarcarse con destino a América.
El tinglao del arte
La imagen del tinglado aparece en muchas fotografías antiguas del puerto y quedó inmortalizado en bastantes marinas decimonónicas realizadas por pintores locales. Fue una de las primeras construcciones íntegramente de hierro de la ciudad y una de las grandes obras ejecutadas en la ferrería de Heredia. Su cubierta a dos aguas se alzaba sobre 32 sólidas columnas y en un lateral había un letrero con el texto: «Comercio de Málaga 1847». Ferrándiz y Muñoz Degrain incluyeron un detalle del tinglado en la alegoría de Málaga que pintaron en 1870 en el techo del Teatro Cervantes. También aparece en el cuadro que el pintor Herrera Velasco hizo sobre la llegada al puerto del rey Alfonso XII en 1877 y en varias obras de Francisco Rojo Mellado, cuyas marinas decoraron muchos negocios de la ciudad. El tinglado fue testigo de hechos trágicos, como cuando en 1904 una mujer que esperaba embarcarse con destino a América murió por inanición, o de eventos sociales, como la comida para 2.000 personas que se ofreció en 1924 con motivo de la visita del dictador Primo de Rivera.
En 1937 se aprobó un plan de obras portuarias que contemplaba la realización de nuevos almacenes cerrados de obra en el muelle 2. El viejo tinglado de hierro fue desmontado hacia 1945, cuando le faltaba poco para cumplir cien años de vida. Existió el proyecto de aprovechar su cubierta en una nueva nave de talleres, dado su excelente estado de conservación.
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