

Secciones
Servicios
Destacamos
José Manuel Portero
Viernes, 2 de mayo 2025, 23:29
Se cumple este próximo 5 de mayo el ochenta aniversario de la liberación del campo de prisioneros de Mauthausen (Austria) en el que miles de españoles, y de ellos, 149 malagueños, fueron asesinados por los nazis, con el plácet del gobierno de Franco. De los campos de prisioneros alemanes, fue el de Mauthausen, con diferencia, el que albergó mayor número de españoles.
A comienzos de 1938, Mautahusen era un pequeño pueblo de apenas tres mil habitantes a orillas del río Danubio. Un relajante paisaje de verdes prados y delicadas colinas a pocos kilómetros de Linz, la tercera ciudad del país. En marzo de ese mismo año, se produce un hecho histórico de suma importancia: el «Anschluss», o anexión de Austria al III Reich de Hitler. Unos meses más tarde, en agosto, prisioneros del campo de Dachau comienzan la construcción del de Mauthausen. Aunque en los primeros años de funcionamiento sirvió como cárcel o campo de prisioneros comunes y criminales peligrosos, se fue reconvirtiendo en un campo para prisioneros políticos, y de ahí derivó a campo de categoría III, equivalente a «campo de exterminio». Poco podían imaginar sus habitantes, que el nombre de su plácido pueblecito sería para siempre sinónimos de Muertes, Masacres y Miserias sin cuento. Con << M > mayúscula de Mauthausen.
Manuel Méndez Molina fue el malagueño de más edad de todos cuantos llegaron al maldito campo. Había nacido en Málaga el 4 de marzo de 1882. Tenía, por tanto, 58 años cuando fue deportado en agosto de 1940. En la misma remesa que él, llegaron diecinueve paisanos más. Sus edades abarcaban desde los diecinueve años del más joven, hasta el referido Manuel Méndez, con los 58 cumplidos. «El trabajo te hará libre >> era el cínico rótulo que figuraba en el portón de entrada de algunos campos nazis. En el de Mauthausen una enorme águila en hierro fundido que sostenía en sus garras una esvástica daba la bienvenida a los recién llegados. De esos veinte españoles que el día 20 de agosto de 1940 entraron juntos por la puerta del campo solo salieron tres, cuando fueron liberados en mayo de 1945. Manuel murió en la cantera de Gusen un año después de su ingreso en el campo. El trabajo libera.
A falta de conocer otras variables que pudieran influir en la supervivencia de un deportado en un campo de exterminio, decidí centrarme en un dato tan absolutamente objetivo como la edad del sujeto. ¿La veteranía, la experiencia que suelen aportar los años pudo ser un factor de supervivencia...? ¿O, por el contrario, un chico inexperto, pero joven, tenía más posibilidades de salir por sus propios píes y no por las chimeneas de los hornos crematorios...?
En la sencilla tabla que sigue, se recogen nueve rangos de edades, en grupos de cinco años. En las sucesivas columnas están referenciados el número de fallecidos/liberados y sus respectivos porcentajes.
Vemos que el porcentaje de fallecidos sube exponencialmente respecto a la edad de nacimiento, incluso en individuos bastante jóvenes, como fueron los nacidos entre 1905 y 1909 (es decir, deportados de 30 a 35 años), y que, sin embargo, fallecieron un 87%. A partir de ahí, observamos que el porcentaje de liberados va creciendo progresivamente conforme disminuye la edad del sujeto. Así, los hombres que tenían entre 20 y 25 años en la fecha de su ingreso en el campo, tuvieron un índice de supervivencia cercano al 50%. Más aún, los chicos, algunos adolescentes, de 15 a 20 años, alcanzaron un índice de supervivencia del 62%.
Aunque en menor porcentaje, también hubo chicos que, pese a su juventud, tampoco consiguieron sobrevivir al infierno nazi. Entre las reseñas biográficas de los republicanos españoles deportados que he tenido la ocasión de comprobar, hay un factor sutil, pero determinante: la suerte.
El más joven de los malagueños ingresó en Mauthausen en enero de 1941, con solo 17 años. Se llamaba Eduardo Nieto Ramírez y había nacido en Málaga capital. Murió en febrero del año siguiente, es decir, consiguió sobrevivir trece meses. Aunque apenas hay datos de Eduardo, el lugar en que murió, según consta en su ficha, es revelador: el castillo de Hartheim.
El castillo de Hartheim se encontraba a treinta y cinco kilómetros de Mauthausen. Anteriormente a la llegada de Hitler al poder, Hartheim era un internado para enfermos mentales. Las SS de Hitler lo convirtieron, primero, en uno de los centros de eutanasia del Reich para eliminar a los ciudadanos alemanes y austriacos que presentaran alguna tara física, genética o mental (el programa T4 nazi: la raza aria no podía tener estigma alguno). A partir del verano de 1941 se convirtió en un subcampo de Mauthausen. La causa fue muy simple: en el campo base aún no funcionaban las cámaras de gas, mientras que Hartheim contaba con una espaciosa sala de treinta metros cuadrados capacitada para asesinar, gaseadas, 150 personas a la vez. Ese debió ser el trágico final de nuestro joven Eduardo Nieto.
La maldad nazi en los campos de exterminio llegó con frecuencia a la burla más cruel. Muy posiblemente a Eduardo pudo ocurrirle igual que a otros compañeros suyos. Sabemos que con el macabro regocijo de los guardias SS, los infelices deportados se apuntaron de forma voluntaria para ir al tétrico castillo de Hartheim. Nos lo cuenta José Marfil, que logró sobrevivir.
José Marfil Peralta, tenía diecinueve años cuando en enero de 1941 llegó a Mauthausen, pero fue destinado a la durísima cantera de Gusen. En el libro de registro del campo consta que nació en Málaga ciudad, cuando realmente lo hizo en Rincón de la Victoria. Gracias a José Marfil conocemos qué pudo ocurrirle a Eduardo: «Me encontraba débil, sin fuerzas para trabajar en la cantera (eso significaba la muerte). Así que para escapar de ese infierno muchos compañeros nos apuntamos al transporte que iba a partir hacia Hartheim pues nos dijeron que nos llevarían a un sanatorio donde podríamos descansar unos días para curar heridas y recuperarnos. Había una cola enorme y cuando llegó mi turno, el encargado me ordenó que saliera, que no me admitía. Yo estaba desesperado e insistía, porque quería ir a curarme como mis restantes compañeros, pero aquel hombre no me dejó pasar. Hasta después de la liberación no comprendí que me había salvado la vida».
El padre de este joven se llamaba José Marfil Escalona. Había nacido en Fuengirola en el año 1888. Tenía recién cumplidos 52 años cuando llegó a Mauthausen en una de las primeras remesas de prisioneros. Ya hemos visto que con esa edad, y en un campo de exterminio como el de Mauthausen-Gusen, estaba irremediablemente condenado a muerte. Así fue: falleció veinte días después de su llegada. Sus compañeros tuvieron la osadía de pedir permiso reglamentario, como soldados republicanos que eran, para solicitar un minuto de silencio a Bachmayer, el cruel capitán de las SS del campo. Entre atónito y divertido, aceptó. Tras el recuento de final de jornada, los españoles permanecieron en la formación, entre los sorprendidos SS nazis y los prisioneros de otras nacionalidades que les contemplaban estupefactos. Uno de los españoles, el teniente Julián Mur, con voz fuerte y solemne arengó a aquellos hombres agotados por el esfuerzo del día y deprimidos por la muerte del camarada: «Hoy ha muerto el primer español del campo de Mauthausen. Mantened la cabeza bien alta. Demos otra vez ejemplo de nuestra solidaridad». Fue la primera y única vez a lo largo de toda la contienda que ocurrió un hecho similar en un campo nazi.
El caso de Antonio Rodríguez Gómez, que estuvo a las puertas de la muerte en varios momentos a lo largo de los cuatro años que pasó en Mauthausen-Gusen, vuelve a hablarnos de la importancia de la suerte, la buena suerte, para escapar de las garras del águila nazi.
Antonio Rodríguez nació en julio de 1941 en Málaga. Tenía diecinueve años cuando llegó a Mauthausen y en un principio fue destinado a la cantera de Gusen, «el matadero», como la llamaban los españoles. Estuvo en trance de morir en varias ocasiones. En una de ellas, a consecuencia de una desparasitación por piojos, el barracón de Antonio fue puesto en cuarentena y sus 150 moradores enviados al barracón de los inválidos, antesala del exterminio. Todas las mañanas entraban varios SS para elegir a los que consideraban más débiles y llevarlos a la enfermería para ponerles una inyección de gasolina en vena, y si esta no se encontraba, por lo débil que estaba, se inyectaba directamente en el corazón. «Ver llegar la luz del día durante tres semanas fue terrible -contó Antonio tiempo después, una vez liberado— El miedo me paralizaba cuando los veía acercarse a mí y pensaba que eran mis últimos momentos de vida. De todo el barracón, solo fuimos 40 los que salimos con vida».
Tras la liberación de los campos nazis, los prisioneros fueron reclamados por sus respectivos países de origen, esperados con ansia y abrazados con fuerza por sus familiares, reconocidos y agasajados como héroes por las autoridades, capaces de haber sobrevivir a un campo de exterminio. Los españoles, no.
José Marfil, Antonio Rodríguez y los otros 70 malagueños supervivientes liberados en Mauthausen, al igual que los restantes miles de españoles que pasaron por el mismo trance, debieron aguardar varias décadas para abrazar a sus seres queridos. Sería preciso esperar hasta 1974, un año antes de la muerte del dictador, para que se emitieran certificados oficiales de defunción de los miles de españoles asesinados en los campos nazis
Antes, como si no hubieran existido.
Nota sobre el autor:José Manuel Portero es escritor, autor del ensayo histórico Nazis en la Costa del Sol (Almuzara), además de otras obras de narrativa de ficción.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Encuentran a una mujer de 79 años muerta desde hacía varios días en su domicilio
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.