El Colegio de Huérfanos de Ferroviarios de Torremolinos
En el verano de 1935 se inauguraba el Colegio de Huérfanos de Ferroviarios de Torremolinos, que ya por entonces era un destino habitual de colonias escolares, además de ser considerado un lugar ideal para la recuperación de ciertas enfermedades
VÍCTOR HEREDIA
Sábado, 31 de agosto 2019, 00:13
Cuando nos referimos al Torremolinos de los tiempos precursores del turismo se suele pensar en el Castillo del Inglés, en el topless de Gala cuando ... vino con Dalí, en los primeros chalets de la zona (como la Casa de los Navajas) y, en definitiva, en un lugar pintoresco, con un clima privilegiado y prácticamente desconocido. Pero a la altura de 1930 Torremolinos ya contaba con un cierto prestigio como destino de salud y, especialmente, de colonias escolares.
Las colonias escolares habían sido una aportación de los nuevos métodos pedagógicos aplicados por la Institución Libre de Enseñanza, que apostaba por la formación integral de la infancia a través de la realización de actividades que supusieran estar en contacto con la naturaleza y vivir experiencias que estimularan el aprendizaje en un ambiente de libertad.
La instalación del Sanatorio Nacional Marítimo en los años veinte facilitó que se hicieran esas colonias, que llevaban a grupos de niños de familias humildes malagueñas a pasar temporadas practicando ejercicio físico, tomando baños de mar, adquiriendo hábitos higiénicos y repasando las materias que habían visto en la escuela. Torremolinos se convirtió en un destino preferente de estas colonias, que también llegaban desde otros lugares como Antequera, Jaén o Madrid. De hecho eran habituales las estancias veraniegas de grupos del Colegio de Huérfanos de Ferroviarios de Madrid, inaugurado en 1930 y único existente en España entonces.
El Ayuntamiento de Málaga también instaló en Torremolinos el Internado Municipal, dedicado desde 1933 al acogimiento de menores abandonados o huérfanos. Para este fin se habilitó el Cortijo del Moro con capacidad para sesenta internos, que recibían instrucción elemental, alojamiento y manutención. Poco después, durante la Guerra Civil, en esos terrenos se estableció un campo de concentración de presos republicanos.
Con estos antecedentes no es extraño que la institución Colegio de Huérfanos de Ferroviarios, dependiente de la Asociación General de Empleados y Obreros de los Ferrocarriles de España (AGEOFE), decidiera en 1933 construir en Torremolinos su segundo centro, después del que ya existía en la capital del país. La AGEOFE era una poderosa organización, creada en 1888, que contaba por entonces con 35.000 afiliados que trabajaban en las diferentes compañías ferroviarias que operaban en España.
La ubicación del colegio sucursal, planteado como una necesidad ante la falta de plazas del de Madrid, fue debatida ampliamente y la decisión de situarlo en Torremolinos se justificó en el gran número de huérfanos andaluces y en la ventaja de que estuviera en una población marítima. Fue decisiva la intervención del presidente del consejo de administración de la institución, Jerónimo García Orive, firme partidario de la opción malagueña.
En agosto de 1933 se adquirió a Manuel Loring el terreno, una parcela de unos 23.000 metros cuadrados muy próxima a la playa del Bajondillo y a la carretera general. Las obras comenzaron en enero de 1934, con la asistencia del ministro de Instrucción Pública, José Pareja Yébenes, y estuvieron concluidas en agosto de 1935.
El proyecto fue realizado por el arquitecto Francisco Alonso Martos, quien concibió un edificio moderno, con forma de avión, dentro del denominado racionalismo aerodinámico. Según Fernando Ventajas, que ha estudiado la historia de este centro, puede considerarse el mejor ejemplo de la arquitectura racionalista en la provincia de Málaga. A partir de una planta simétrica, se dispone un cuerpo central que contiene las dependencias administrativas, un salón de actos multifuncional y el comedor. A ambos lados se despliegan las 'alas', destinadas a aulas y dormitorios. Tenía capacidad para acoger 300 menores de ambos sexos entre los siete y los doce años, que recibían enseñanza primaria graduada. Su primer director fue Jacinto Ruiz Santiago.
La inauguración oficial tuvo lugar el 7 de septiembre de 1935, con la asistencia de las autoridades locales y provinciales y de los dirigentes del Colegio de Huérfanos de Ferroviarios. En el acto se descubrió un busto de Jerónimo García Orive, en homenaje a su labor como promotor de este segundo centro de la institución. A finales de año prácticamente se habían cubierto todas las plazas, con 149 niños y 142 niñas. Más adelante, después de la guerra, el Colegio torremolinense quedaría como internado femenino. En los años cincuenta se abrieron otros colegios similares en Alicante, Palencia, Ávila y León. El de Torremolinos fue clausurado en junio de 1973, quedando en estado de abandono hasta que el Ayuntamiento de la localidad lo recuperó como Centro Cultural Pablo Ruiz Picasso en el año 2001. Antes el inmueble había sido declarado BIC en 1990. Y ahí permanece, como testimonio de la excelente decisión que, hace más de ocho décadas, tomaron los gestores de la asociación ferroviaria de instalar su colegio en un lugar paradisíaco.
El Sanatorio Marítimo de Torremolinos
La talasoterapia, el método curativo basado en el clima y los baños de mar, se extendió desde finales del siglo XIX, especialmente para el tratamiento de la tuberculosis y otras enfermedades pulmonares. Surgieron entonces los sanatorios marítimos, pensados especialmente para atender a niños tuberculosos y con padecimientos de huesos y articulaciones. En Torremolinos se establecieron casi simultáneamente dos centros similares ubicados en la playa, uno de carácter privado creado por el doctor José Lazárraga, que ya funcionaba en 1925 y que inauguró un nuevo edificio dos años después, y el otro estatal. Este último comenzó con la adquisición en 1920 de una parcela en la Huerta del Limonar, donde inicialmente se colocaron unos pabellones de madera tipo Docker para que el sanatorio funcionara mientras se construía el inmueble definitivo, cuya primera piedra se colocó en 1927. El proyecto era de Fernando Guerrero Strachan y Amós Salvador y seguía la distribución indicada para los hospitales de infecciosos, con pabellones aislados y amplias galerías abiertas que servían como solárium. Las obras terminaron en 1931.
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