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Ha vivido un auténtico calvario. La cara desfigurada. Un corte de siete centímetros que, a medida que cicatrizaba por dentro, le taponaba los conductos nasales ... y le impedía respirar bien. El músculo del pómulo derecho dañado, que le afectaba al ojo y le hacía lagrimear constantemente. Y aun así, dice, volvería a hacerlo.
José tiene 49 años y es agente de la Policía Local de Torremolinos desde 1992. No es la primera vez que sufre en sus carnes los gajes del oficio. Alguna intervención del pasado le dejó heridas graves –«los servicios a veces no salen como uno espera», afirma–, pero sin secuelas. De hecho, ni recuerda la fecha exacta.
Sin embargo, no pasa un solo día sin que se acuerde de lo que sucedió la noche del 9 de noviembre de 2018 en La Nogalera. Y si no, el espejo está ahí para recordárselo. «Dentro de lo malo, hoy en día al menos vas con la mascarilla y no se ve tanto. Pero cualquiera que me conoce se da cuenta», explica el agente, que trata de recuperar poco a poco sus rutinas.
Había tenido turno de tarde. Al terminar el trabajo, se fue a casa a ducharse y quedó con unas amigas para celebrar que una de ellas se había comprado una moto. El único sitio que encontraron abierto a esa hora fue la discoteca Parthenon. «Serían las dos y media de la madrugada cuando llegamos. Solo nos tomamos una copa».
Al ir al baño, se topó por primera vez con su agresora. «Vi que había varias personas gritándose. Una de ellas estaba más alterada, propinando empujones. Discutían porque una de las partes le había tirado una copa a la otra. Cuando salí del aseo, vi que estaban muy exaltados e intervine. Les dije que era policía, que todos estábamos allí para divertirnos y que si el problema era la copa, seguro que el camarero los invitaba». Parecieron entrar en razón y calmarse.
José siguió charlando con sus amigas sobre la moto nueva –él es muy aficionado al motociclismo– y el equipamiento que necesitaba. «Íbamos a pedir otra copa, pero se estaba haciendo muy tarde y yo tenía entrenamiento de 'spinning' (también le gusta mucho el deporte) a la mañana siguiente, así que decidimos marcharnos».
Salieron de la discoteca una media hora más tarde del primer incidente. Y allí estaban las dos partes. La mujer –aunque en la sentencia figura un nombre de varón, la procesada es transexual– se estaba peleando con los dos hombres con los que había discutido previamente dentro del bar.
Tal y como declaró José en el juicio, se identificó de nuevo como policía local y les dijo que, si perseveraban en su actitud, iban a acabar todos detenidos. «Aparté con la mano a los dos hombres y, al girarme, vi que ella cogía algo de la mesa. Yo me dirigía a decirle que estaba todo ok, que se calmara, pero en ese momento rompió un vaso contra la mesa y me lo estrelló en la cara», recuerda el agente.
José empezó a sangrar. Pidió gasas del botiquín y que alguien llamara rápidamente a los servicios de emergencias. La agresora aprovechó para escapar, aunque fue detenida minutos después. «Los policías que me atendieron se marearon al ver la cantidad de sangre que perdía... Como la ambulancia tardaba, me trasladaron unos compañeros al Clínico».
A partir de ahí, el rosario de operaciones. Y encima manteniéndolo en secreto a sus mayores. «Tuve que engañarles para no preocuparlos. Primero les dije que me iba de viaje, después que me tenía que hacer una rinoplastia porque no respiraba bien...», relata.
La realidad era bien distinta. Al mes tuvo la primera operación para curarle por dentro la herida y retirarle el tejido cicatricial, que le taponaba por dentro los conductos nasales. A los cuatro o cinco meses, la segunda, que vino a ser una limpieza de la primera debido a la gravedad de la lesión. Pasado el año, la tercera, ya de reconstrucción. En total, un año de baja después del ataque y, tras una breve incorporación, otros ocho meses impedido por la última intervención quirúrgica.
Entre tanto, el proceso judicial, en el que asegura haberse sentido muy arropado por su abogada, Raquel Rodríguez Barba. También por la Jefatura de la Policía Local de Torremolinos, el Ayuntamiento y por todos sus compañeros que, insiste, «estuvieron ahí» desde el primer día.
Dice José que la sentencia, adelantada ayer por SUR, y que impone tres años y medio de cárcel a la agresora, fue un «alivio» para él. «No dejo de pensar en aquella noche, pero ya he salido del túnel. Aunque me parece corta tanto en la pena como en lo económico –cifra la indemnización en 16.212 euros–, la sentencia cerró un capítulo que se estaba alargando mucho».
La cicatriz, dice, está ahí para recordárselo. «La tengo para toda la vida, pese a que no me han dado puntos de secuelas por perjuicio estético porque la forense dijo que con el paso del tiempo la herida se iría mimetizando», detalla José, que asegura que debe usar diariamente protección solar.
–¿Volvería a hacerlo?
–«Sí. Se lo dije al juez y lo digo ahora. No dudo ni un momento de que volvería a mediar en la pelea, pese a la cicatriz y a las operaciones; para eso soy policía, es mi deber».
Repite varias veces que no puede con la injusticia. Y que sigue saltando como un resorte cuando ve algo que no está bien. Hace poco, presenció un tirón en Puerto de la Torre. Él iba en su coche y llevaba dentro una bici de montaña de mil euros. Se bajó, dejando las puertas abiertas, y corrió hasta dar alcance al ladrón. Salió bien y, esta vez sí, fue una intervención de las que, en el argot, llaman «limpias».
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