Planes de verano
El pintor recuerda el verano de 1990 en el que viajó a Canarias con una veintena de amigos, una actividad que se organizó desde la arena de El Candado
Hay rutinas que valen más que cualquier aventura. La playa de El Candado era el epicentro de los veranos de Andrés Mérida durante su ... juventud. Un punto de encuentro para una pandilla más grande de lo habitual en el que se veían pasar las tardes y se planificaban las aventuras que estaban por venir, grandes y pequeñas:desde qué hacer esa noche hasta definir los pormenores de un viaje antológico a las islas Canarias para más de veinte personas. «Era el lugar en el que pasaban las cosas», explica el pintor.
Su grupo de amigos era más numeroso de lo habitual. «Cuando montábamos las toallas parecía que veníamos de acampada». A lo largo de los años, alumnos del Cerrado de Calderón –donde estudió el pintor– y el San Estanislao de Kotska fueron cruzando amistades, ampliando la familia hasta conformar una troupe que allí donde iba daba la nota. «Éramos todos muy simpáticos, muy amigables, era fácil que cualquiera que nos conocía se sumase al grupo porque éramos muy abiertos».
Cuando llegó el momento de organizar el viaje a Canarias, fue el propio Mérida quien cogió las riendas de la organización, junto a Marisa, la hermana de un amigo. Hicieron reuniones para ir comentando los detalles con los viajeros, pero todo el mundo «tenía mucha predisposición» y las cosas fueron encajando solas. «La verdad es que todo salió bien, y eso que un viaje para tanta gente suele organizarlo una agencia», bromea. Tras meses de planificación llegó el día soñado y Mérida se embarcó en un avión que le llevó a los días más divertidos de su juventud.
Estuvieron algo más de una semana en las islas, y se pasaron «todo el día de cachondeo». «Con esa edad éramos torbellinos», asegura. «Todos éramos muy amiguetes y reventamos aquello, como te puedes imaginar». Lo recuerda como unos días en los que no dejó «de reír». «Hubo una tarde que me pegué una siesta en la playa y me llené la cara de arena, pero no me di cuenta;al poco rato fui al banco a sacar dinero y me di cuenta de que todo el mundo me miraba muy raro». Cuando salió de la sucursal, uno de los miembros de la expedición empezó a reírse y le advirtió de que tenía media cara marrón. «Estuvieron lo que quedaba de día con el 'cachondeito', metiéndose conmigo, era un no parar». El resto del viaje se resume en «muchas fiestas y muchas risas», porque al fin y al cabo eran un grupo «con ganas de divertirse», por encima de todo.
Las obras de Andrés Mérida, licenciado en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Sevilla, se han expuesto desde China hasta México. Sus trabajos también han servido para representar a Málaga en un evento benéfico en Viena, además de participar en diversos proyectos multidisciplinares
Pero la llegada del avión estaba perfectamente cuadrada con otro evento con el que terminar de rematar el mes de agosto:la Feria de Málaga. «Cuando llegamos nos cambiamos y nos fuimos a la feria, que era una tradición de todos los años», comenta el pintor. Eran un grupo tan grande que se adueñaban de cualquier sitio al que iban y protagonizaban la fiesta. «Recuerdo un día en el que nos fuimos todos a la feria con unos chalecos que habíamos comprado en Tenerife, íbamos de uniforme, todos con camiseta blanca y el chalequillo, que estaban de oferta». La gente les preguntaba que si eran de un equipo o «de algo». Ellos no pudieron evitar la oportunidad de bromear y jugaron a ser «la tripulación de un barco». «Si es que nos encantaba el cachondeo más que cualquier cosa».
Sin WhatsApp
El día de los chalecos fue organizado como antaño, sin grupos de WhatsApp ni llamadas (había teléfonos, pero solo se utilizaban con la gente «de confianza»). «Supongo que lo organizaríamos un día antes, allí mismo, que es como se hacían las cosas, de un plan salía otro». Eso devuelve la historia a la playa de El Candado, que a ojos de Mérida «no ha cambiado mucho» con respecto a cuando solía ser el centro de operaciones de la pandilla.
Allí no solo se organizaban los planes más complejos, también los más sencillos, esos que dan cuerpo a cualquier recuerdo de verano. «Decidíamos si ir al Carambuco o a otro sitio, aunque siempre solía ser aquella discoteca por esa época, en invierno íbamos al Bobby Logan».
En los noventa, Mérida ya estaba empezando a pintar de forma profesional, aunque trabajaba en la empresa de su padre por lo que el viaje a Canarias y la feria se llevaron parte de sus vacaciones. «El resto del verano tenía que trabajar, pero bueno, lo disfruté igualmente;por suerte ahora tengo más margen de maniobra».
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