La prostitución: ¿Abolirla o regularizarla?
A Cuatro Manos ·
Tan arraigada en la sociedad, sigue en el centro del debateLalia González y juan josé téllez
Domingo, 5 de agosto 2018, 01:04
Lalia González-Santiago
Adiós putero
Unas mesas más allá de en la que yo almorzaba, en un local amable y modesto que frecuentamos desde hace años, se sentaba una pareja. ... Él, con gorra americana y joyas XL, tiene un chalet por aquí cerca con 'niñas', me dijeron. Es decir, que es un proxeneta, puntualicé. Me repugnó al momento. Compartir espacio con ese tío, que hace su fortuna en un prostíbulo, sobre la esclavitud de mujeres, probablemente de manera clandestina, era como acampar junto a una cloaca. Sabes que los hay pero no los ves y resultaba violentamente repulsivo. Aún más tremenda fue la normalidad con el que en el entorno –buena gente de campo, jugadores de dominó, jubilados, turistas ocasionales– encajaba el individuo y su 'negocio'. Parecía normal, algo exótico si me apuran, pero nada traumático. Les sorprendía mi asco. ¿Cómo te pones así?, me decían mis acompañantes. ¿Y tengo que explicarlo? ¿De verdad no lo entendéis? Explota mujeres, las usa como carne, al que pague por violentarlas, además normalmente las que llamáis 'niñas' son sometidas a agresiones y abusos, la mayoría no son libres de irse, han de abonar cánones salvajes , cuando no son víctimas de redes que secuestran a sus hijos y les extorsionan con cantidades imposibles de pagar...
La nueva tarea que tenemos que acometer en el feminismo, y en los derechos humanos en general, es luchar contra el relato dominante, el imaginario que establece la prostitución como algo que no es malo de por sí, que siempre ha estado, que hay putas contentas de serlo. Está tan arraigado que aún se oyen estas cosas, como se escucha eso de que «yo nunca he sido discriminada». Pero se derrotará como se hizo con el llamado 'crimen pasional' y 'la maté porque era mía'. Es un deber de ciudadanía en el que ya hay muchas expertas y ONG trabajando y que se abre paso, poco a poco, dentro del potente flujo de la lucha contra las violencias contra las mujeres. Y como en estas, hay que apelar al hombre, zamarrearlo y colocarlo frente a los hechos. Es decir. Hay que denunciar a los puteros. Llamar a las cosas por su nombre y desplazar el foco de los cuerpos de las mujeres (tacones, shorts, escotes...) que es la imagen frecuente, hacia los que hacen posible con su consumo y que el negocio siga. Como dice Towanda Rebels, en su vídeo 'Hola putero', «tú no pagas por follar, tú pagas por violar».
No es cosa de otro tiempo ni en vías de extinción. Hay muchos jóvenes entre los cuatro de cada diez hombres que han pagado por sexo en algún momento de su vida, según datos de la Asociación de Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida (APRAMP) y el Ministerio de Sanidad. Tenemos el triste récord de ser el primer país de la Unión Europea en consumo de prostitución y los cálculos hablan de hasta 45.000 mujeres y niñas victimizadas .
La tolerancia ya no cuela. Hay prostíbulos que funcionan con licencias de hoteles, aunque todo el mundo sabe lo que son, y no pasa nada. Pero sobre todo los hombres tienen que reflexionar. No son juerguistas, divertidos héroes, chulos machitos, son puteros. No tiene un pase. Se tiene que acabar.
Juan José Téllez
El segundo oficio más antiguo
Cuentan que es el oficio más antiguo del mundo, reflexiona mi cómplice Antonio Romero 'Chipi', el letrista y vocalista de La Canalla. Pero, de inmediato, corrige: «Digo yo que será el segundo. El primero sería el que tuvieran quienes les pagaban». Confieso que he practicado mucho sexo oral con las prostitutas. Quiero decir que he hablado a menudo con ellas, menuda aberración.
La primera vez que entrevisté a un grupo de chicas de alterne, yo tenía veinte años y se empeñaron en invitarme a merendar en la cafetería más pija de mi pueblo. La última vez, el vicio me lo pagó un cura: José Chamizo, como Defensor del Pueblo de Andalucía, me encargó un trabajo de campo para estudiar con testimonios reales un exhaustivo pero tedioso informe sobre la prostitución en Andalucía. Así que acompañé a Médicos Mundi en su reparto de preservativos y jeringuillas, escapé despavorido de unos agresivos proxenetas nigerianos, localicé a señoritas de compañía de alto standing, a chaperos de barrio y a gigolós que se pagaron una carrera universitaria escoltando a personas de incierta edad pero de cierta fortuna.
Jamás yací con ninguna que se apoyara en el quicio de la mancebía pero conozco abundantes historias que se esconden tras el meretricio. Voluntarias, las menos; obligadas por chulos o por facturas, las más. Esclavas de la trata o fugitivas del mal trato que salieron del fuego para acabar en las brasas. Acompañé a Fernando Quiñones en la presentación de su libro 'Muro de las hetairas, también llamado Libro de las Putas o de la afición tanta'. Lloré con una chica que me enseñó la foto de sus hijos en un burdel de Quito, a doscientas pesetas el polvo: le puse el doble en la mesita de noche para que me contara su vida y debió pensar qué raros son estos españoles.
Odia el delito, compadece al delincuente, sentenció Concepción Arenal, pero dicha máxima no parece aplicable a las rameras bíblicas. Cuando las buenas intenciones desatan cruzadas contra esta forma de esclavitud sexual, mucho me temo que el pato lo terminan pagando ellas, las víctimas, no los verdugos –sus explotadores–, ni sus cómplices –sus clientes–. Entiendo que el feminismo no acepte ningún tipo de reconocimiento público de dicha actividad, porque por una moral de siglos de la que no escapa nadie, tenemos mucha más prevención a la hora de alquilar nuestros genitales que nuestra fuerza de trabajo o nuestra inteligencia, una costumbre cotidiana por la que nadie se rasga las vestiduras. Sin embargo, más allá de quienes insisten en que mientras abolimos la prostitución tendríamos que regularizar a quienes la ejercen, creo que podríamos encontrar estadios intermedios. ¿No aplicamos cierta protección a los inmigrantes irregulares, más allá de que tengan o no tengan papeles? ¿No podríamos ensayar algún tipo de protección para que las prostitutas no fueran tan sólo ninguneadas por sus empleadores sino por el propio Estado? Será una cuestión de principios, pero convendría contrariar a Maquiavelo y no creer que el fin justifique los medios.
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