El hombre mayor
Me atrae ser de fuera, incluso cuando estoy delante de la casa en la que nací
M i amigo se queja de que vivimos separados unos de otros, igual que hace cientos de años, antes de la invención de los buques ... de vapor y los ferrocarriles, el viaje aéreo y el sistema postal. Luego confiesa que al hacerse viejo valora cada cálida manifestación de sentimientos que le dedican los demás. Él habla como si fuera muchos años mayor que yo, sin embargo tenemos la misma edad. Estamos paseando por el parque rodeados de turistas que no paran de hacer fotos. Nos sentamos y ellos pasan sin detenerse salvo para enfocar con el móvil la flor un breve segundo y pulsar la pantalla. Demasiadas prisas, demasiadas cosas por ver en tan poco tiempo. El tiempo que dura una escala. Así no se conoce una ciudad, después cuando regresan a su país todo se confunde en la memoria. Se está bien sentado en el parque a la sombra de agosto. Hago un recuento de las ciudades en las que he vivido. Le comento al amigo que siempre me acompaña que inconscientemente uno se amolda al ritmo de las ciudades. No es lo mismo vivir en un lugar que otro, aunque nosotros sigamos siendo los mismos.
He pasado unos días descansando en Cedeira. Días de paseos como el de hoy. Ayer atravesé la península en coche y regresé a casa. Mientras conducía y los vehículos circulaban feroces pensé en miles de cosas. La carretera se convirtió en una calle muy larga que condensaba miles de imágenes, como si anduviera entre escaparates donde se hallaban expuestos momentos presentes, pasados y futuros. Saldos y novedades. Un águila planeaba buscando la presa, como el aviador que avista señales de vida en territorio enemigo. Estas cosas ocurrieron mientras yo avanzaba sobre el asfalto cubierto de animales muertos. Adelanté coches, me adelantaron, me fijaba en las matrículas como si fueran pasaportes. El tránsito vertiginoso del verano impide a los turistas vivir tranquilos en vacaciones. Los días de descanso se transforman en cansancio.
Dejo el banco del parque y sigo paseando con el hombre mayor. No sé si por mi aspecto doy la impresión de ser de aquí o turista. En realidad no soy ni una cosa ni otra. Me atrae ser de fuera, incluso cuando estoy delante de la casa en la que nací. No me considero nunca extranjero, simplemente foráneo. Hay algo curioso que me sucede cada vez que viajo a otra ciudad, los turistas e incluso los nativos se acercan para preguntarme cualquier dirección. Me satisface el hecho de parecer un ciudadano del mundo. Ahora paseamos por el puerto. Nos cruzamos con miles de turistas que acaban de desembarcar, lo hacen cada día en un lugar distinto y por eso miran a su alrededor sin saber muy bien donde están. Mientras nosotros continuamos disfrutando del paseo como si estuviéramos descubriendo la ciudad.
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