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Con la vuelta al cole se acercan irremediablemente las graduaciones 'de todo', las fiestas y los viajes de fin de curso.
Ana Barreales
Si hace unos pocos meses me hubieran preguntado que qué me parecían los viajes de fin de curso a Magaluf hubiera respondido sin dudarlo que eran un horror y que por encima de mi cadáver iban a ir mis hijas. El caso es que eso fue hace unos meses.
Pues en apenas 24 horas pasé de considerarlo algo completamente impensable a no verlo como una mala opción. Incluso empecé a pensar que podía considerarse una especie de guardería para adolescentes, en la que les llevaban a fiestas en autocar y que, en lugar de desayunar temprano, les daban pizza recalentada cuando llegaban al hotel después de la marcha nocturna, un sueño gourmet cuando tienes 17 o 18 años.
Así que una vez más me comí mis palabras y empecé a hacer lo que muchos padres cuando les toca pasar de la teoría a la práctica:tragar.
Porque es lo que tiene la cruda realidad de ser padre, que pasas de cero a cien en 10 segundos y lo mismo te encuentras tan contento haciendo algo que juraste que «ni de coña» que te escuchas diciendo lo que te entraba por un oído y te salía por otro a su edad. Todo esto con la tremenda convicción de que a ellos les pasa parecido, que es como si oyeran llover. Pero una fuerza sobrenatural te lleva a repetir ese comportamiento.
El caso es que los chicos se gradúan ahora unas diez veces entre la guardería, la educación obligatoria, extraescolares y la madre que nos parió (con perdón), ante un público que está en ese tramo intermedio entre el babeo generalizado (de padres, abuelos y hasta tíos si son los primeros de la familia) y cierto sopor inconfesable que produce haber visto bailar diez veces en una tarde a niños de tres años el 'Bajo el mar' de 'La Sirenita' o la canción de Elsa en 'Frozen'.
Seguro que la autoestima de las criaturas está a tope de power desde chiquitines, pero ¿es realmente necesario realizar ese despliegue familiar y escolar como si hubieran hecho algo trascendental?
Porque la celebración suele ir en aumento y todavía tienen por delante, como poco: Infantil, Primaria, Secundaria y Bachillerato. Que si se mantiene el nivel cuando hagan el doctorado y lean la tesis tendrían que dar la vuelta al mundo en 80 días.
Curiosamente, el momento islas y fiesta no ha cambiado gran cosa y sigue siendo el destino preferente en el mundo estudiantil adolescente, junto con el Interrail, que o lo hacen profesionalizado, con hoteles y todo programados por una agencia o me temo que dormirían varias noches en la estación por su falta de previsión.
Por otra parte, no puedo quejarme mucho, cuando me tocó a mí hacer viaje de fin de curso en Bachillerato se hicieron dos grupos en la clase: unos que iban a Italia en un viaje en el que se visitaban muchos monumentos y otros, a Ibiza. Yo fui de las segundas, con el correspondiente sermón de mis padres que les parecía que ir a Ibiza era una pérdida tiempo. Claro que ellos no tenían 17 años.
No ha cambiado mucho la cosa:siempre nos quedará Magaluf.
Pablo Aranda
Ayer terminó agosto y nos hemos quedado a gusto. Tenemos que ir guardando las chanclas y comprando sacapuntas. Quedan unos días de playa pero la vuelta al cole es ya un hecho irremediable. Madrugón y prisas, que te laves los dientes, niño, ese zapato es en el otro pie, id llamando al ascensor que ya voy. El día a día. Y por si fuera poco este año se gradúa algún hijo tuyo ¿de qué?, de algo, seguro. Si no termina la guardería, termina el primer ciclo de Primaria o el segundo, o termina la ESO, o Bachillerato o la FP o un máster en la Rey Juan Carlos, pero se gradúa. Los niños se gradúan y se visten para la ocasión, y nosotros con ellos. Las lágrimas nos correrán el rímel. ¿Para cuándo un rímel a prueba de lágrimas? Pondremos 4 euros cada uno que por 24 son 96 (el lector que haya comprobado la multiplicación es un desconfiado) y le compraremos a la seño un bolso de 96 euros o al profe una cartera de 96 euros. Por 96 euros te compras un reloj apañadete pero no, compraremos la cartera o el bolso. Después de la solemne ceremonia se irán de fiesta cargados de lentejuelas y la organización ha asegurado que hay barra libre pero sin alcohol. Sin embargo sabemos que Castro (es un apellido escogido al azar, cualquier castroparecido con la realidad es casual), que Castro y su cuadrilla llevarán botellas de alcohol escondidas en los pantalones, a pesar de la moda del pitillo. Después vendrá el viaje de fin de curso y nos acordaremos de nuestros padres que ahora somos nosotros y del bálconing y de la tontería de irse de Málaga a Magaluf. Les pediremos que no hagan locuras y que nos llamen todos los días, lo que pasa es que luego se lían y no pude llamar, papi.
Somos la generación más pringada de la historia. Nos tocó ser hijos cuando los padres mandaban y ahora padres cuando mandan los hijos. Nos hemos tragado doscientas fiestas de fin de curso. He visto llorar a uno de mis hijos disfrazado de Tarzán en una fiesta de la guardería, sobre el escenario de Tivoli World (¿por qué World? ¿no bastaba con Tivoli?), y he grabado en vídeo cien horas de bailes en fiestas de navidad y de fin de curso, películas que nunca he vuelto a ver.
Con la vuelta al cole comienzan los entrenamientos y con los entrenamientos los partidos. A nosotros no venían a vernos pero nosotros no nos perdemos ni uno. Cuando el chico juega en Estepona, el mediano lo hace en Nerja. Si todo va bien habrá semifinales y final y entrega de trofeos que con suerte coincidirá con la fiesta de fin de curso. Quieren que me apunte al teatro de padres y al AMPA y al Consejo Escolar. Mi vida social es infantil. Esto se nos ha ido de las manos. Casi estoy echando de menos ya mi verano con medusas. Lo que pasa es que en el fondo este jaleo infantil me encanta.
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