A cuatro manos: reflexiones sobre el amor
Txema Martín e ISABEL BELLIDO
Viernes, 31 de agosto 2018, 00:41
Dos visiones contrapuestas sobre el amor trascendiendo mitos y tópicos.
Isabel Bellido
Friday I'm in love
Ser millennial y defender por qué no veo series resulta tan peliagudo como confesar desde ... una postura feminista que el amor es para mí lo más importante que existe, óiganme, lo más valioso de la vida: mi prioridad. No puedo renunciar a él. Lo que tantas veces ha podido hacerme daño, también muchas otras me ha salvado: con dos años le pregunté a mi madre que si quería casarse conmigo, cuando también creía que las madres no podían morirse nunca. Crecí deseando enamorarme –¿deseando, quizás, algo que nunca muriese?– y así llegué a Cernuda: «Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya, /sometiendo a otra vida su vida, /sin más horizonte que otros ojos frente a frente», escribe en su celebrado poema 'Donde habite el olvido'. El olvido persiste una vez terminado el amor, pero «no es el amor quien muere /somos nosotros mismos». El amor es lo eterno, no lo amado. La idea del amor estaba para Cernuda por encima de todas las cosas y de este modo quedaba yo absuelta, legitimada.
«¿Qué queda en este mundo infame, gris, monótono y acelerado más mágico que el buen amor?»
En mi joven edad adulta he revisado muchas cosas. Diría que hasta el propio Cernuda podría ser carne de revisión, como lo han sido otros, necesaria o innecesariamente. He tenido suerte y, sobre todo, he tenido armas para defenderme de las historias que han salido mal, pero para muchas de mis amigas no ha sido así. El amor romántico sigue poniéndome a prueba a día de hoy, pero a ellas –mujeres valiosísimas– les destrozó durante su adolescencia. Como afirma la filósofa Ana de Miguel en su libro 'Neoliberalismo sexual. El mito de la libre elección', «para los chicos el fin de su vida nunca es el amor, es desarrollar su individualidad (…) Dentro de ese proyecto de vida, el amor y formar una familia pueden tener un puesto relevante, pero siempre dentro de un proyecto global». Las chicas de hoy hemos heredado una carga muy pesada: ahora no tenemos la comida preparada cuando él llega a casa; procuramos, de hecho, trabajar fuera tanto o más que ellos, pero seguimos estando más pendientes, seguimos volcándonos y sacrificándonos más. «La organización política del amor patriarcal» determina «que las mujeres entreguen su amor sin reciprocidad, por lo que no solo resultan explotadas sus capacidades sino que viven con un continuo déficit de reconocimiento y bienestar», de «amor».
Por eso nos cuidamos de decir que el amor es el centro de nuestra vida: antes está, por ejemplo, nuestra carrera. Recupero lo que dijo Marta Sanz en una entrevista para 'El Periódico': «Me parece una enorme falacia que nos hace cómplices, sin darnos cuenta, de la lógica neoliberal más perversa. ¿Cómo que el amor no es el centro de nuestras vidas, tanto de los hombres como de las mujeres? ¿Acaso no es el amor a nuestros seres queridos lo que nos mueve? Resulta que para luchar contra el mito romántico que nos hizo tan infelices en el pasado, hemos llegado al extremo contrario, a negar el amor». Drogas aparte (que de esas siempre se tiene uno que quitar), ¿qué queda en este mundo infame, gris, monótono y acelerado más mágico que el buen amor? ¿Qué acaso más poderoso, con más capacidad de abstraernos y de movernos al mismo tiempo? Como canta Sufjan Stevens: «Oh, will wonders ever cease?/Blessed be the mystery of love».
Txema Martín
A la mierda el miedo
Qué extraño y desagradable me resulta darme la impresión de estar escribiendo en contra del amor. Menudo atrevimiento poner obstáculos a un sentimiento tan grande y tan puro, 'tan bonito', aquella tendencia o necesidad de amar y de ser amados que le viene de serie a la inmensa mayoría de la gente con alma. No. Lo que no me gusta del amor es que se ha corrompido y que ha mutado hacia una concepción, la del amor romántico, que no ha sido superada sino que a veces cobra peso y que muchas veces es fatal. Hay una fuerza adolescente que saca lo peor de nosotros mismos, nos convierte en individuos inseguros y dependientes, básicos para la sociedad de consumo, hasta que nos damos cuenta de que hemos renunciado a materias tan valiosas como la intimidad, y que hemos donado algo tan importante como nuestro tiempo.
André Gide, creo recordar que en 'Los monederos falsos', contaba una reflexión al ver a un matrimonio largo e infeliz que discutía con efusividad por cuestiones más bien absurdas, domésticas y desde luego banales; gestos, miradas o tonalidades de la voz que para cualquiera de nosotros pasarían desapercibidos pero que llevan muchos años friccionando en los mismo lugares. Al final la herida es tan profunda que un pequeño roce deriva en una explosión. A fin de cuentas, lo que queda es un par de individuos atados de por vida, haciéndose daño el uno al otro.
«La unión en santo matrimonio ha demostrado ser un auténtico fracaso»
Esta visión tan pesimista no debería deslumbrarnos. Seguro que hay matrimonios felices, más bien parejas que alcanzan juntas ese nirvana de la felicidad completa durante algún tiempo que, oye, bienvenido sea. Se trata entonces de un amor que es como una droga, una enfermedad que dura tres años pero que con paciencia se convierte en una forma de amar más madura, pero menos emocionante. Sobreviene un apego desde el que se pueden construir cosas interesantes que pasan por la confianza, igualdad, respeto a la otredad, pactar las citas. Pero el matrimonio, entendido en como la unión de por vida de dos personas en monogamia y fidelidad, ha demostrado ser un auténtico fracaso.
El amor en matrimonio es un invento de gente como Walt Disney, y que tiene una concepción del sacrificio y de la culpa típica de la moral dominante, todo ello bien empapado en una cursilería que cuesta trabajo digerirla. Dios me libre en tener algo en contra del derecho de cualquier individuo a contraer matrimonio, pero hay algo de la revolución sexual que queda anulada mediante la heterosexualización del mundo gay, es decir, la normalización como pretexto de la aceptación de la diferencia. Ahora me quiero quedar a vivir en el discurso final de 'Call me by your name' o en el San Junípero de 'Black mirror'. Ahora me asusto de que haya quedado un panfleto individualista que nos someta a la certeza de que todos somos individuos inseguros y dependientes, al final a circunstancias y personas que queremos más allá de nosotros mismos, que lo importante es quererse y ya luego que te quieran. La cuestión es si querer al otro debe ser lo que articule toda nuestra existencia.
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