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Francis Salemme, en 1999, en el juicio por el que fue condenado a once años de cárcel por pertenecer a una banda criminal. The Boston Herald
El crimen que el abuelo de la mafia olvidó confesar

El crimen que el abuelo de la mafia olvidó confesar

Juzgan al exjefe del hampa de Boston por un crimen de hace 23 años. El acusado y los testigos son hoy jubilados de aspecto inofensivo

inés gallastegui

Lunes, 11 de junio 2018, 00:35

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El hombre que entró en la corte federal de Massachusetts a comienzos de mayo parecía cualquier cosa menos una amenaza para la sociedad. En silla de ruedas, vistiendo un traje holgado y zapatos cómodos, en la cara consumida y pálida del anciano de 84 años apenas quedaba nada de aquel tipo duro de mirada desafiante y mandíbulas apretadas de la ficha policial. Tal como relata 'The Boston Globe', un encorvado Francis P. Salemme, conocido como 'Cadillac' Frank cuando era el jefe de la Mafia de la ciudad atlántica, se levantó con precaución al acceder a la sala el jurado que decidirá si, como afirma el fiscal, ordenó a su hijo Frank junior estrangular a uno de sus socios y encargó a otro empleado enterrarlo bajo un par de metros de escombros. Salemme fue perdonado de crímenes brutales cuando en 2001 se prestó a delatar a antiguos compinches para el FBI y ha vivido los últimos años con una nueva identidad bajo el programa de protección de testigos, pero, al parecer, olvidó mencionar este asuntillo. «En aquella época era cuestión de matar o que te mataran. Que haya hecho cosas malas en el pasado no significa que también hiciera esta», protestó su abogado, Steven Boozang.

La prensa sigue con expectación esta anacrónica historia de la Cosa Nostra. Las declaraciones de un puñado de abuelos de aspecto inofensivo están desempolvando un submundo criminal que parece sacado del guion de 'El Padrino' o 'Los Soprano'. «Los jóvenes delincuentes de hoy ni siquiera saben quiénes son estos mafiosos antiguos», explica a 'The New York Times' Brendan Doherty, exsuperintendente de la Policía Estatal de Rhode Island. Los gánsteres actuales, recuerda, cometen delitos más sofisticados que la extorsión a locales nocturnos o el tráfico de cocaína, como las grandes apuestas, los préstamos usureros o las estafas inmobiliarias.

Cuesta creer que este jubilado de apariencia frágil fuese en los ochenta y noventa uno de los capos más temidos del hampa de Nueva Inglaterra, autor confeso de ocho asesinatos. En 1993 Frank y su hijo (fallecido de leucemia dos años después) tenían una participación secreta en The Channel, un garito del distrito portuario gestionado por un promotor inmobiliario en quiebra llamado Steven DiSarro. Preocupado porque su socio hablaba demasiado de sus conexiones con la 'familia' y estaba despertando la atención de los federales, Salemme decidió acabar con su vida, según la acusación pública.

Steven DiSarro, asesinado por hablar demasiado de sus relaciones con la Mafia. Su cuerpo estuvo enterrado 23 años en una fábrica abandonada.
Steven DiSarro, asesinado por hablar demasiado de sus relaciones con la Mafia. Su cuerpo estuvo enterrado 23 años en una fábrica abandonada. The Boston Herald

Por una rocambolesca casualidad, el cadáver oculto en el armario de 'Cadillac' Frank durante 23 años acabó saliendo a la luz: en 2016 la Policía encontró en una vieja fábrica de Providence 1.400 plantas de marihuana y el propietario del inmueble, William Ricci, prefirió revelar el secreto escondido en el subsuelo antes que arriesgarse a cargar con el muerto.

El esqueleto, el chandal que vestía y un trozo de la cuerda con la que fue estrangulado no dejaban lugar a dudas de que la muerte de DiSarro había sido violenta. Los investigadores pronto encontraron individuos dispuestos a cantar 'La Traviata' a cambio de un trato más amable en sus próximos encuentros con la Justicia. Porque, claro está, los testigos, pese a tener la misma apariencia de pacíficos pensionistas que el acusado, atesoran un currículum delictivo tan escalofriante como él.

No hay más que leer sus nombres. Stephen 'El Tirador' Flemmi declaró haber visto con sus propios ojos cómo el joven Frank asfixiaba a DiSarro mientras el otro acusado, Paul Weadick, le sujetaba las piernas. Bobby 'El Puro' DeLuca declaró ante el jurado que su exsocio le pidió «deshacerse de un paquete» y que él, a su vez, le pasó el muerto –literalmente– a su hermano Joe.

Liberado por 'soplón'

La fiscalía no parece muy preocupada por la mala reputación de sus testigos o por el hecho de que varios de ellos tengan sobrados motivos para guardarle rencor a Salemme. Bobby, por ejemplo, ya se chivó en los noventa, junto al jefe irlandés del crimen organizado de la época, James Bulger, de las turbias actividades de Frank. En 1999 este aceptó una condena de 11 años de cárcel pero, poco después, se enteró de la traición de sus viejos compinches y les pagó a ambos con la misma moneda. También ayudó a condenar a un agente corrupto del FBI. Gracias a su colaboración con la Justicia, solo estuvo un par de años entre rejas.

Tras la aparición de los huesos, alguien le dio el soplo de la que se estaba preparando y Salemme abandonó la tranquila vida de testigo protegido que llevaba en Atlanta desde hacía 11 años y escapó, pero los Marshals le interceptaron en Connecticut con 28.000 dólares en el coche. Desde entonces está en prisión provisional.

La viuda de la víctima, Pamela DiSarro, aseguró al 'Boston Herald' que Salemme le dio 100 dólares a modo de compensación por haber quitado de en medio a su esposo. Eran 100 dólares de 1993, pero ya entonces eran una miseria.

El club The Channel ya no existe. Seaport, el distrito de los muelles por cuyas calles húmedas de salitre circulaban hace unas décadas coches con cadáveres en el maletero y los mafiosos italianos e irlandeses se repartían el pastel de los bajos fondos, es hoy un barrio pijo salpicado de flamantes empresas tecnológicas y cafés de diseño donde bullen los jóvenes profesionales. Los viejos mafiosos ya no pintan nada aquí.

Maquillaje de Hollywood para dos testigos

El juicio contra Frank Salemme adquiere por momentos tintes de comedia absurda. La juez Allison Burroughs ordenó hace unos días contratar a un maquillador de cine para ocultar la identidad de dos testigos clave de la acusación, después de que el FBIadvirtiera que su vida corre peligro si declaran a cara descubierta. Se trata de dos agentes de los USMarshals, la policía judicial para los delitos federales. Antes, la magistrada había descartado celebrar la vista a puerta cerrada, mientras la defensa rechazaba que los agentes compareciesen con gorro y gafas de sol. Ante tantas precauciones, la pregunta es obvia: ¿seguro que la Mafia de Boston está jubilada?

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