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Teresa Domínguez (atrás) con sus hijas Sofía (i) y Elena (d), su marido Iván, ‘Sari’ y su último cachorro, ‘Orlix’.
Criadores de 'perros guía'

Criadores de 'perros guía'

‘Hey’, ‘Arpa’, ‘Bella’, ‘Volcán’... Una familia voluntaria de Madrid ha ‘educado’ a 28 en su casa. Hay otras tres mil como ellas en España y han recibido el homenaje de la Fundación ONCE. Les estropean los muebles, les mean en el suelo y no pueden separarse más de dos horas de ellos. Pero cuando los perros se van del hogar «se te rompe el corazón»

Francisco Apaolaza

Lunes, 28 de septiembre 2015, 00:44

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Cuando Hey entró en casa, Sofía y Elena eran unas crías y ahora son dos mujeres. En 20 años llegaron Isa, Volan-II, Arpa, Harriet, Lupe, Uza, Turrón, Quelia, Bella, Raiso, Xar, Volcán, Vimba, Farrel-I, Julky, Yica, Vangor, Mati, Unca, Elvia, Leyla o Sari y desde ayer, Orlix. Todos llenaron ese hogar de pises y pelos, pero también de juegos, de alegría y de ese olor a galleta de mantequilla que desprenden los cachorros cuando se les abraza. Fueron 28 y al irse de allí cuando cumplieron un año de edad, se llevaron 28 pedacitos del corazón de Teresa Domínguez y su familia. No hay otra casa donde se hayan criado más perros guía de la ONCE. Teresa recibió el jueves el homenaje de los ciegos españoles en representación de esas tres mil familias que, altruistamente, han educado cachorros y los han dejado marchar con el alma partida para que fueran los ojos de los que no ven: nada menos que 2.500 personas en los últimos 25 años. «Me da pena cuando los doy, pero quiero pensar que si mis hijas o yo necesitamos ayuda, hay gente que nos va a ayudar. Me gusta ser ese eslabón. Es muy satisfactorio».

Teresa y los suyos, dueños de una empresa de cursos de idiomas, criaron en un piso del madrileño barrio de Hortaleza un ejército de ojos que han sido una salvación para tantos ciegos. Guarda como un tesoro las placas de identificación de sus 28 cachorros... menos una. Se llamaba Volcán y de esto hace un decenio. Paseaba Volcán por un muelle con su dueño,Rogelio, la novia de su dueño y el perro de ésta.De pronto, los canes se pararon. Pasaba algo.Rogelio decidió dar un paso más y Volcán se puso delante, pero no consiguió frenarlo. Cayó al mar. Rogelio tenía un miedo atroz al agua y solo se aventuraba si permanecía agarrado a la seguridad de su perro. Solían nadar juntos en el mar, pero esta vez Volcán sabía que si se tiraba, no lo sacaría y perecerían ambos; así que ladró y llamó la atención de los viandantes que pasaban por allí.

Pudieron sacar a su dueño del agua y Rogelio superó aquel trance, pero desgraciadamente, al poco tiempo, falleció de una crisis cardíaca.Teresa quiso que se fuera con él la medalla de Volcán, la única que le falta de su extensa colección, y la que es su más alto orgullo. «Mis hijas le escribieron una carta y pusimos la medalla junto a él. Si hay un más allá, sé que Rogelio necesitará a su perro».

Adopciones temporales

Llegar a ser una familia adoptiva temporal como la de Teresa resulta bastante sencillo.Si alguien quiere dar el paso, solicita ser candidato a criar un perro de la Fundación ONCE. Los entrenadores hacen una entrevista y los consideran aptos o no.Las condiciones son bien pocas: tiene que ser una familia o una persona que resida en un entorno urbano de la Comunidad de Madrid, con coche propio y que esté dispuesta a convivir el mayor tiempo posible con el perro y hacerse cargo de él. No pueden tener obligaciones que les separe del animal más de dos horas, que es el tiempo máximo que pueden pasar solos. La fundación testa continuamente el carácter de los cachorros para elegirles una familia adecuada.Cuando encuentran el par, se los entregan con solo dos meses y viven juntos hasta los 14 meses, cuando comienza el entrenamiento específico para el servicio como perro guía. En el tiempo en que están en casa, la fundación se hace cargo de los gastos de comida y veterinario. Si finalmente los canes no son aptos para el servicio, las familias pueden adoptarlos definitivamente. Igual que si cuando se jubilan, los usuarios no pueden hacerse cargo de ellos.

Si aguantan los primeros días a veces, se echan atrás después de un par de noches de infierno durante el año en que están juntos realizan un viaje apasionante: se desplazan en metro, se suben a los taxis, entran en bancos, oficinas y restaurantes... En esto, como en todo, la alegría va por barrios. Ana Belén Palacios siempre lleva encima el BOE en el que se recoge la Ley que manda que los futuros perros guía pueden acceder a todos los comercios y transportes. «A veces, la gente no lo entiende o te mira mal. Han llegado a pisar a los perros a propósito en las colas», advierte. A la mayoría, sin embargo, la gente los ahoga a achuchones y ese cariño es fundamental para su desarrollo.

Decir que las familias crían y educan a los chuchos y que estos les muerden los sofás y les dejan charcos de orín en el pasillo es quedarse cortísimo. El triángulo entre familias, cachorros y personas ciegas (les llaman usuarios) está tejido por historias de amor y lazos de amistad indestructibles. Teresa y los suyos, que ayer recibieron el reconocimiento de la Reina Sofía, presente en el acto de la ONCE, han recorrido el mapa entero del perro guía. Ha llegado a tener una hembra de cría que parió en su casa un cachorro, criar ese cachorro y aceptarlo, años después, cuando se jubiló de su servicio.

A Ana Belén Palacios (Madrid, 1979), le gusta escalar montañas, así que no podía tener un perro. Ahora ya lleva siete. El primero se llamaba Kron, un labrador arena, actual guía del cantante Serafín Zubiri. Se siguen viendo. «Cuando viene a Madrid, nos encontramos, pero tengo que avisar a Serafín si estoy cerca». Si Kron la ve, sale corriendo hacia ella y puede derribar al cantante. Ana Belén sigue siendo la reina en la cumbre de los estímulos de Kron. «Claro, soy su mami. Las personas a veces se olvidan de ti. ¡Los perros, nunca!».

"Me ayudó mucho"

Ese mismo lazo, como todo lo que importa, a veces provoca dolor. El quinto perro de Ana Belén se llamaba Duk y era un labrador negro de una camada de Gijón. Con cinco meses, enfermó de parvovirus (una de las patologías que se lleva por delante a más cachorros) y no se curó. En ese momento de quiebra llegó Ítaca, una golden retriever blanca, junto a la que pasó un duelo espinoso.«Ella me ayudó mucho. Me dio toda la alegría y me dolió cuando la tuve que dar. Era valiente, trabajadora, feliz... se calla. No puedo hablar de ella sin emocionarme». Ahora, Ítaca guía a Pepe en Valencia y hablan a diario. Todos han aprendido una lección:«La vida es dura y difícil. Da pena devolverlos, pero hay que ser más humanos y ayudarse».

La huella imborrable que une a Kron con Ana Belén es una marca grabada a fuego que se puede encontrar en todos los que han pasado por el proceso, humanos y animales. Mientras la Reina Sofía otra amante de los perros descubre una placa en el centro de Boadilla del Monte que ella misma inauguró hace 25 años, Leinma y Lebri, dos cachorronas de labrador se ladran co entusiasmo. Una está arriba y otra abajo de la escalera de la grada jalonada por perros guía, tumbados en los escalones como dragones serenos, viejos, silenciosos y sabios. Leinma y Lebri son hermanas.

Lebri ya ha ido al cine con su dueño Guillermo Parras, un estudiante de 21 años que le enseña a hacer sus necesidades a la voz de Haz, a comer cuando suena el silbato, a no asustarse de las cosas, a sentarse, a tumbarse y a no perseguir ni pelotas (un juego prohibido), ni bocadillos (los labradores son aspiradores de comida). Leyma no lo sabe, pero ya ejerce una tarea delicadísima con los humanos. Antes de que Julio, su marido, llegara a casa con la idea de adoptar, a Ana Martín, comercial de 47 años, le costaba dejar de llorar. Acababa de despedir a Chico, su cocker de 16 años. «Tuve a Leyma porque sé que nunca más podré ver morir a otro perro».

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