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Francisco Apaolaza
Lunes, 15 de septiembre 2014, 02:52
Mónica Ceño creció en el Madrid de los años 70 y cuando en los libros aparecía una fotografía de Adolf Hitler la tapaba con un folio, con el estuche o con la mano. «Ya entonces no podía verlo», recuerda. Representaba para ella la maldad desatada del ser humano, los límites de lo miserable. El horror. Por eso, cuando tuvo que recrear su perfume sintió ese vértigo. Estaba en su laboratorio de los olores de Madrid y se enfrentó a ese vacío, a ese viaje terrible. Porque Hitler era para ella la nada, pero «la nada no huele a nada» y la sangre tiene su olor, pero no es para un frasco de fragancia, así que pasó un mal rato. Mónica pensó a qué podría oler una guerra, en este caso la mayor contienda bélica de la Historia que dejó más de 50 millones de muertos. Lo concibió como un cuerpo de aromas de maderas y de cuero, que remiten a «las motos, los abrigos de las SS y la piel de los muertos». Después recordó la pólvora a la que huelen las batallas y tiró de la memoria de niña en las cacerías y eligió la pimienta negra. Tampoco podía evitar la muerte, el holocausto insoslayable y lo representó con el incienso. «El incienso es un homenaje a las víctimas», explicaba ayer en la muestra Los olores de la guerra que ha abierto el canal Historia y Movistar TV en su tiende de la Gran Vía de Madrid.
Una visitante toma un frasco con la cara del dictador nazi. Está relleno de un aceite dorado como si fuera una loción de las que pueblan las peluquerías añejas. «¿A ver a qué huele este desgraciado?».
La instalación podría ser parte de una feria de arte, pero resulta un encargo del canal Historia, como complemento de su serie Un mundo en guerra, que empieza el lunes a las 22.00 en Movistar TV. Carolina Godayol, directora ejecutiva del canal de pago en España y Portugal admite que los documentales de su cadena, pese a contar con las últimas técnicas cinematográficas del momento, tenían una limitación: «No transmiten el olor». Así que pusieron en marcha este curioso proyecto para diseñar fragancias inspiradas en los personajes de las dos guerras mundiales, sobre los que trata el documental. Reclutaron al especialista en la Segunda Guerra Mundial, Felipe Botaya y a la perfumista Mónica Ceño, que han hecho un curioso tándem en el que uno muestra los rasgos de la personalidad y de la vida más privada del personaje, y la otra le pone notas olfativas a la melodía.
En rigor, nadie sabe a ciencia cierta a qué olía Hitler, pues entre otras cosas, no le gustaban los perfumes, así que probablemente oliera a jabón en el mejor de los casos. Se sabe más de otros comoStalin, que encargaba litros y litros de Troinoi, su colonia favorita, una fragancia francesa que introdujo en Rusia Napoleón hecha de bergamota y neroli.Siendo un tipo tan meticuloso y maniático nunca dormía en la misma casa, no se han atrevido a cambiarle el olor. Dicen que Stalin la utilizaba como perfume, pero también como aftershave, como desinfectante de heridas y, a veces, para echar un trago como si fuera vodka. Ceño lo ha reinterpretado con un toque oriental de cilantro, muestra de «esa intensidad con la que viven la vida los rusos y de la manera diferente que tienen de ver la vida».
Franklyn DelanoRoosevelt nació en Nueva York y antes de presentarse como candidato a la Casa Blanca, sufrió un ataque de poliomelitis que le mermó físicamente. Nunca se dejó ver en silla de ruedas e hizo lo imposible por no mostrarse débil. Esa determinación del presidente norteamericano ha guiado a la perfumista. «Está inspirado en los árboles de Nueva York, en ese estar de pie, en ese olor de los bosques que es también el olor de algunas barberías de la ciudad. Hay cedro, hay enebro y hay pino».
Otro de esos retratos sensoriales acerca a Winston Churchill. Ceño lo recuerda en sus primeros años como un tipo apuesto al que no ha querido relacionar con el olor de los puros, pero sí con el whisky, al que tampoco le hacía ascos. Lo ha representado con olores a pera y frutales de ese licor. Benito Mussolini tiene una fragancia fresca, pero elevada a la enésima potencia. «Es excesiva como él, un hombre de esos que se hace notar, de los que entran en un ascensor y se han bañado en colonia». En la otra punta del espectro, el primer ministro japonés Hideki Tojo, una personalidad «uniformada y monolítica de la que solo se conoce la faceta militar, la austeridad y el cumplimiento radical de las órdenes». Solo podía haber un aroma: el té verde.
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