Con el clero hemos topado
No todos los sacerdotes tienen por qué ser cofrades, pero algunos se obcecan en poner piedras en el camino de las hermandades
En la tarde del pasado 20 de marzo, durante su intervención en el acto organizado por la Agrupación de Cofradías de Semana Santa de Málaga ... en conmemoración de su centenario, el obispo de la diócesis, Jesús Catalá, hizo una confesión pública: «Soy un defensor convicto de las cofradías y un buen conocedor de las mismas, aunque alguien pudo pensar, a mi llegada a Málaga, que este obispo no entendía nada de ellas». Toda una declaración de intenciones para despejar cualquier duda, por si quedara alguna, sobre el apego que el prelado tiene a las hermandades y que ha ido en aumento desde que hace ya más de una década arribó a este puerto del Mediterráneo para capitanear el barco de los fieles católicos.
Ahora que estamos en Semana Santa, tiempos de reflexión y de conversión, bien vendría a algunos sacerdotes –también a ciertos laicos que caminan arrimados al cobijo de las sotanas y que en ocasiones parecen más papistas que el Papa– imitar al obispo en su reconocimiento del papel y la relevancia social y religiosa de las hermandades. Y es que, un año más, en esta cuaresma, incluso en estos días donde se rememora la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, los cofrades se han vuelto a topar con una parte del clero, que parece más interesada en poner piedras en el camino de las hermandades que en meter el hombro de la solidaridad.
Partiendo de la base de que no todos los sacerdotes tienen por qué ser cofrades (lo mismo que no lo son todos los abogados ni todos los albañiles ni todos los periodistas), sí sería de agradecer que como mínimo fueran comprensivos, menos altaneros y demostraran algo de proximidad en lugar de levantar obstáculos que llevan al desánimo a los cofrades. No se trata de permitir a las hermandades que hagan lo que quieran, pero tampoco de generarles desazón e impotencia.
Hay integrantes del clero empecinados en no entender la fuerza devocional que despiertan algunas imágenes que contribuyen a acercar a la gente a la fe y fomentar la religiosidad popular, por contra, parecen más interesados en el peculio. Es incomprensible que en algunos templos se haya retirado inmediatamente las flores que en estos días depositan los devotos delante de las imágenes titulares durante sus visitas y se argumente que no es litúrgico, mientras que otras iglesias se ven altares primorosamente adornados con flores. ¿Por qué algunos curas se muestran encantados con la labor asistencial y social de las cofradías, una actitud muy loable, y al mismo tiempo parecen alérgicos a facilitar su trabajo cuando de actividades cultuales o procesionales se trata?
Ese clero que parece tener los ojos vendados ante la relevancia de las hermandades, debería aprender de sus compañeros que sí entienden y valoran en su total dimensión a las cofradías; es más, deberían seguir la estela marcada por su pastor, el obispo de la diócesis, y convertirse en defensores «convictos» de las cofradías.
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