Regreso al tamarismo: examen a los tiempos en que reinaban Tamara y Leonardo Dantés
Dos redactores de Pantallas, de diferentes edades, analizan la serie sobre los peajes de la fama en la España de principio de los años 2000
Entre los años 2000 y 2003 la historia de España se escribe contando la victoria de Aznar en las elecciones generales por mayoría absoluta, la ... entrada en circulación del euro, el escándalo de Gescartera y la catástrofe del Prestige. Pero también habría que contar qué fue el 'tamarismo', un fenómeno televisivo-musical protagonizado por unos peculiares personajes que colonizaron los tarareos y melodías de móvil de medio país. Del medio país que lo confesaba. El otro medio callaba pero conocía perfectamente la letra del «No cambié» o las hortalizas que Paco Porras utilizaba para sus videncias.
Netflix recupera ahora a los protagonistas de aquel acontecimiento mediático, a los que se asomaban cada noche a una tele salvaje dispuesta a todo por sumar puntos de audiencia. La plataforma estrena este viernes 'Superestar', dirigida por Nacho Vigalondo y protagonizada, entre otros, por Ingrid García-Jonsson, Secun de la Rosa y Pepón Nieto. Pantallas propone a dos redactores, de diferentes edades, que revisen la serie y la juzguen según su experiencia. Uno que vivió y formó parte del fenómeno y otro, completamente ajeno a él.
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Por Mikel Labastida
Cuando yo viví el tamarismo y no me di cuenta
España iba bien a principio de los dosmiles. Eso se había empeñado Aznar en decirnos durante su primera legislatura al frente del Gobierno y continuaba repitiéndolo al comienzo de la segunda. El país vivía una euforia económica que se trasladaba a otros ámbitos. Había una sensación de que todo valía y de que cualquier acción estaba justificada si servía para lograr el éxito. En esa carrera acelerada por triunfar hubo, por supuesto, víctimas y verdugos, auténticas apisonadoras sin escrúpulos y seres con ambiciones dispuestos a dejarse pisar. De esto último trata 'Superestar', la serie que amenaza con volver a poner de moda el «no cambié, no cambié, no cambié».
La apisonadora en este caso es un programa nocturno de la época, que se caracterizaba por traspasar líneas en cualquier tema que trataba. En la serie lo llaman 'Tiempo de Marte', pero tampoco hay que ser muy listo para saber que se refieren a 'Crónicas marcianas', el 'late night' que condujo Sardá durante años en las madrugadas de Telecinco. En una época en que esta cadena arrasaba en audiencias a base de telerrealidad, corazón tomatero y broncas. Los seres con ambición dispuestos a dejarse pisotear eran, entre otros, una cantante de Santurce con voz nasal, un compositor venido a menos que en su día escribió temas para los Chunguitos, un vidente que leía el futuro con frutas y verduras, y un representante de artistas que se disfrazaba de arlequín. Y enfrente un público dispuesto a asistir a circos televisivos con gladiadores y leones. Y escaso de piedad.
'Superestar' es una especie de serie redentora con aquellos bufones que se dejaron denigrar, mofar y maltratar en aquella época a cambio de popularidad y un mínimo reconocimiento que nunca llegaba. Las radiofórmulas se negaron a reproducir sus temas pese a que todo el mundo los coreaba. Las discográficas nunca tomaron en serio sus proyectos. Las televisiones jugaban con ellos a pesar de que les hacían subir la cuota de pantalla. Y los espectadores no sufríamos demasiado con el destino de ninguno porque considerábamos que no merecían mucho más por ser frikis. De nada de eso éramos conscientes entonces. Lo hemos reflexionado mucho después, a medida que la sociedad cambiaba y tomábamos distancia de los acontecimientos.
Nacho Vigalondo lo ha hecho -veinte años después- a través de una ficción de seis episodios en los que se intenta hacer justicia con esos personajes, regalándoles un protagonismo que les fue robado, y rodeando sus vidas de una fantasía necesaria para relatar algunos sucesos amargos a los que debieron enfrentarse. La serie es mucho más que eso. Es una especie de ensayo sobre las consecuencias y peajes de la fama, sobre la manera en que la sociedad eleva a los altares y condena a los infiernos a determinadas figuras y sobre el desprecio a quienes transitaban en los márgenes de lo normativo, en tiempos en que nadie utilizaba ese término. 'Superestar' es un ejercicio de estilo en el que el director continúa explorando en sus temas favoritos, como la búsqueda de la identidad. Y a pesar de que esto es un encargo parece que ha contado con bastante libertad.
Porque uno de los recelos que presentaba el proyecto era que navegase en la senda de 'Veneno' y se quedase en una suerte de secuela de aquella o en una copia descafeinada del trabajo anterior de los Javis, que en esta ocasión actúan como productores. Claro que su huella se adivina en varias decisiones narrativas y de reparto, pero el tono que tiene esta difiere bastante del que estos dieron lal biopic sobre Cristina Ortiz. Esta propuesta es más oscura, más perturbadora, más sórdida. Y evita romantizar o idealizar comportamientos y emitir juicios maniqueos. Todo el elenco brilla con unas interpretaciones que huyen en todo momento de la imitación o la parodia.
¿Y cómo se queda el espectador que a principios de siglo se sentaba en el sofá a ver a Sardá, rodeado de Boris, Cárdenas o Galindo, y se divertía mientras estos se burlaban de Tamara, Tony Genil, Loli Álvarez y otros cuantos cuyos nombres ya habíamos olvidado? Pues algo tocado, consciente de haber participado alguna vez en el linchamiento. No es cuestión tampoco de fustigarse ni de olvidar que los ojos con los que vemos ahora determinadas movimientos nada tienen que ver con los de hace dos décadas. Pero sí de, al menos, de poner en contexto y entender, algunas etapas y personajes a los que despachamos sin prestarles demasiada atención y sin concederles ninguna importancia.
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Por Carlos Fernández
Cómo crecí ajeno al tamarismo
La perspectiva de mi parte del artículo es la del que, antes de ver la serie, no tiene ni idea de nada. No me tocó en su momento, así que no sé por qué les conoce todo el mundo, qué hicieron, qué representaron. He disfrutado mucho 'Superstar' asombrándome continuamente de lo que intuyo que fue real, en un mundo salvaje de audiencias, insultos pactados y traiciones frente a las cámaras. Ni en mil vidas habría dicho que existió un vidente de frutas y verduras triunfando en el 'prime time', por nombrar a uno de ellos. Fueron una creación colectiva que nunca habría sucedido sin la televisión.
Tampoco es que sea tan joven, pero mis padres debieron defenderme de 'Crónicas Marcianas' con todo su empeño (antes lo habían hecho con 'Bola de Dragón' «por violenta», pero no recuerdo más censuras). Es verdad que siempre fueron un poco enemigos de este estilo de tele que últimamente estamos poniendo en el retrovisor: en el primer episodio de 'Veneno', los Javis recrearon 'Esta noche cruzamos el Mississipi', fundamental para el relato. También, salvando las distancias, el documental de León Siminiani sobre el caso Alcàsser es una revisión implacable de la tele de inicios de los noventa, con la competencia repentina de las privadas y un morbo tan terrible que ahora parecemos más capaces de detectar que antes.
Sea entonces por edad, por control parental o por amnesia selectiva, me perdí las aventuras de este grupo de gente tan colorido y rematadamente extraño, que tiene los mejores nombres que nadie se inventaría nunca: Paco Porras, Margarita Seisdedos, Toni Genil o Leonardo Dantés (por el apellido del Conde de Montecristo, ni más ni menos). Los nombres no me resultaban extraños, porque con esa calidad sonora es imposible que no se alojen en el cerebro a la primera. Ahora ya conozco mucho de ellos, incluso con las capas y capas de invención, surrealismo, duplicidades y saltos en el espacio-tiempo que aporta la serie. En una entrevista con Oskar Belategui esta semana, Vigalondo dice que no quiere juzgar a sus personajes retrospectivamente: «Se reían de ellos, de acuerdo, no lo oculto. También tenían su parte de complicidad. Querían ser tomados en serio, pero encontraban irresistible que se rieran de ellos». Tampoco quiere meterse con 'Crónicas marcianas' ni su modelo, porque él era el espectador número uno, y la audiencia es la que sostuvo al programa. Pero entonces, ¿podríamos juzgar al conjunto, al menos, personajes, público y programa? O no, claro: ¿por qué no iba a existir algo así? Al eterno debate del huevo y la gallina de la 'telebasura' (¿lo pide la gente o es una droga irresistible que se le pone delante?), se le superpone el del moralismo: ¿qué tenía exactamente de malo? A años vista parece que nada, y hasta se echa de menos.
La serie prefiere no hablarnos del programa en sí (re-titulado 'Tiempo de Marte'), de estos debates. De cómo hablaban el presentador y los colaboradores entre bambalinas, de qué tipo de gente eran. Solo aparecen en pantalla con intervenciones breves y cameos (con Aníbal Gómez y Paula Púa, el equipo 'Los Felices 20' reunido para alegría de muchos). Los Javis sí nos mostraron a un Pepe Navarro actuado moviendo los hilos de la tele, pinchando donde sabía que estaba el néctar para la audiencia. Me habría gustado ver eso aquí también, porque quizás esta pandilla sea el producto más perfecto de aquel sistema. Como dice un Vigalondo presentador al inicio de los episodios, esta gente no era ni guapa, ni rica ni mucho menos normal.
Sobre las interpretaciones: al no poder identificarlos con sus inspiradores reales, no puedo valorar la exactitud de sus imitaciones. Me sorprende y aterra la forma de hablar —y cantar— de Ingrid García-Jonsson (Tamara), y tengo que buscar urgentemente declaraciones suyas para comprobar si efectivamente hablaba con ese tono y ese ritmo. Un esfuerzo de contención importante por parte de García-Jonsson, que como sabemos tiene un registro muy grande. El resto de personajes son mil veces más histriónicos y me apasionan, aunque también reconocemos más directamente a los actores que los encarnan. El episodio de los cuatro del aeropuerto podría estirarse y estirarse y no me aburriría, aunque igual sí me deprimiría. 'Superstar' hace de todos ellos grandes personajes, aunque quizás, quizás, y sin conocerles lo digo… no lo fueran tanto. Eran material esperpéntico de primera (como esos espejos de Valle Inclán que salen, aunque los hayan cambiado de calle) y me alegro de que se decidiese que un creador así —y su equipo— disfrutase reordenando su historia. Lo que ha hecho con ellos, con este reflejo deformado de todos nosotros, puede ser perfectamente la serie del año.
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