Europa grita hoy socorro aunque sea con sordina y guión de burócratas que no llegan a líderes. Está a merced de llamas, de vándalos y ... saqueadores como una catedral milagrera y laica, envejecida de golpe y llena de grietas. Todo es ya inflamable después de 60 años con los nuevos pirómanos eurófobos al acecho. Fuman y se carcajean mientras dicen que quieren refundar el viejo edificio como albañiles en Nôtre Dame, a base de humo, chispazos a la vista y alambradas. Son pirómanos y odiadores de todos los rincones con la vista puesta en el procés continental y definitivo después del caos en las islas. Muchos, y no sólo británicos o catalanes, serán desde hoy una parte de los 751 europarlamentarios con disfraz de refundadores comprado en los saldos del oportunismo ideológico, los mismos que en el bar de la Eurocámara, y también en el escaño tan bien pagado, jurarán fidelidad a la bandera de la tierra oscura y tribal del populismo. Cada uno de su padre y su madre patria. Son los que se cuidarán de no perder de vista la cerilla a la espera de prender hasta el campanario mientras entonan el himno de la alegría, pero sólo por los votos conseguidos. El gran artilugio político del siglo XX, la utopía todavía adolescente que nació de un mercado para acabar ensayando un gobierno de los gobiernos o una justicia sobre las justicias nacionales, tuvo arquitectos que se arremangaron después de las mayores guerras entre vecinos.
Los tratados y directivas durante seis décadas levantaron sin señores ni vasallos, sinhambrunas ni látigos un artefacto colosal y desconocido en la historia, aunque legiones de burócratas y lobistas ya nunca más tuvieron ni de lejos la magia de los primeros canteros. La obra formidable sigue causando asombro al mundo, aunque hoy la épica se desinfle y en la papeleta para elegir parlamentarios algunos ciudadanos pongan menos esperanzas en los candidatos que quien va de florero en una lista sin ganas ni de votarse a sí mismo. Pero una mayoría de europeos se siente todavía concejal pedáneo en ese ente de 500 millones de vecinos, invento de las élites que ahora debe reinventar el Estado del bienestar. El derecho comunitario tiene aún muchas misas en latín, buenos deseos y prosa oscura de espaldas a los problemas de la mayoría. Donde occidente empezó, occidente sigue con achaques y con sus mercaderes y ciudadanos, paralizados ante el nuevo adanismo populista. Todas las guerras empiezan con un móvil, y Trump ha elegido Huawei, como los británicos el brexit. No presagia sangre, pero ya viene con sudor inútil y los sollozos de May. Hoy es uno de esos días grandes, como los pensados para que no nos olvidemos de las causas más nobles, de las quimeras posibles o de las peores enfermedades. Hay que votar con la convicción de vecinos que saben que a la larga Estrasburgo o Bruselas son también formas no tan lejanas de ayuntamiento.
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