¡Viva Málaga!
Siempre es preferible gestionar el éxito antes que gestionar el fracaso. Y Málaga se enfrenta durante estas fiestas al reto de administrar su éxito por ... la masiva afluencia de personas al centro histórico para ver el alumbrado navideño. Sería mucho peor que a estas alturas estuviésemos hablando de un casco antiguo vacío, sin interés ni para los malagueños ni para los visitantes, con restaurantes con telarañas en sus mesas y hoteles y apartamentos vacíos. Eso sí que sería un problema.
Es verdad que se han superado todas la expectativas y previsiones y que es preciso, con cierta urgencia, tomar medidas para evitar atascos en el tráfico, para agilizar los accesos al centro y para evitar el colapso por la masiva asistencia de personas. Pero de la misma forma no hay que exagerar, porque si Málaga está llena los fines de semanas es porque muchas familias, de aquí y de allá, quieren disfrutar de la ciudad. Y ayer por la noche ya se empezó a notar cómo los propios ciudadanos van tomando medidas y las aglomeraciones de vehículos y personas fueron muy inferiores a las del pasado puente festivo. Lógico por otra parte.
Es positivo que Málaga se haya convertido en uno de los principales destinos para el turismo urbano y que hoy por hoy sea considerada uno de los entornos con mayor capacidad de desarrollo, no sólo como enclave turístico sino como espacio cultural, tecnológico y de negocios. Y las cabezas pensantes, que las hay, deberían aprovechar estas circunstancias para impulsar medidas capaces de compatibilizar este crecimiento con iniciativas sostenibles que permitan hacer de Málaga un buen lugar, de los mejores del mundo, para vivir y trabajar.
De la misma forma, hay que atender las demandas de los residentes del centro histórico, de los comerciantes y hosteleros y del resto de sectores (hoteles, taxis, etc.) que desarrollan su actividad en el casco antiguo de Málaga. Aunque es una realidad la dificultad de evitar, sobre todo en fechas señalas, las molestias e incomodidades para los que residen allí.
Es llamativo, aunque sea por parte de una pequeña minoría, que se vea un gran problema en la transformación que Málaga ha experimentado en los últimos 20 años. Es cierto que en el ecosistema malaguita siempre existe el típico malasombra que vive permanentemente en una espiral catastrofista. También es verdad que hay quienes preferirían otro modelo de ciudad, que no resisten las aglomeraciones ni disfrutan de las fiestas populares y que se sienten invadidos en su propia casa. Y que están en su derecho de quejarse y reclamar 'otra ciudad'. Y es verdad, igualmente, que los hay -y muchos- que están encantados con el alumbrado, el Carnaval, la Semana Santa, la Feria, los maratones, los Mater Day, las procesiones extraordinarias, las fiestas gastronómicas, las norias, el 'chunda chunda' y cualquier otra excusa para salir a la calle.
Y están también los que ni una cosa ni la otra ni todo lo contrario. Que sí pero no. Qué se quejan del exceso de terrazas mientras se beben una caña en el Central a la hora del espectáculo musical del alumbrado al tiempo que critican a Teresa Porras y al alcalde de Vigo por tanto exceso y que, por cierto, no están de acuerdo ni con el nuevo recorrido de la Semana Santa ni con las casetas del Cortijo de Torres, aunque ellos, vaya por Dios, en Semana Santa se van a esquiar y durante la semana de Feria se dan una vuelta por Zahara de los Atunes.
Quiero resaltar con todo ello la dificultad de compaginar todos los intereses y deseos y de satisfacer todas las aspiraciones e inquietudes. Quizá el secreto sea escuchar e interpretar bien los deseos de la mayoría y tener gestos con las minorías, intentando, si es que es posible, que todos tengan su tiempo y su espacio. Y con las únicas certezas de que, como con la lluvia, nunca hay luces a gusto de todos y de que es un privilegio disfrutar de esta ciudad. ¡Viva Málaga!
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