El verano es volver a casa
VOLTAJE ·
Hay una casa en Torre del Mar que convertía el verano en una estación infinitaHoy el momento de la columna me ha alcanzado en Torre del Mar, visitando la casa que convertía mis veranos en una estación infinita. En ... julio y agosto el tiempo era otra cosa, cada tarde era una vibración, y ahora compruebo con asombro que esta casa sigue intacta y por eso los recuerdos me asaltan en cada esquina y parece que el tiempo en realidad no ha pasado por aquí. Pero el tiempo pasa y la gente va faltando aunque todo esto le pueda parecer mentira a mis pies, que tocan ahora el mismo suelo hidráulico que pisaba, descalzo, de niño. Los cuadros son los mismos. La misma réplica del 'Gernika'. Siguen las habitaciones que no se terminan nunca, el laberinto de un dormitorio que te lleva a otro, y a otro, y lo único nuevo que veo son los colchones y los baños. En la cocina hay un microondas que puede tener treinta años, y en la terraza emerge la misma cesta de mimbre que nos servía para subir la fruta, el pan o el pescado fresco, del patio a la planta de arriba, definiendo en su trayectoria lo que para mí era la descripción del verano en el pueblo.
Detrás de esta casa de Torre del Mar puede verse la misma parcela que había antes, sin adosados y sin hotel, donde vibra el sonido de los nietos de los gallos que me despertaban por la mañana cada día. Por la noche, sin embargo, el sonido de la calle se rompía por los camiones que recogían la basura y ese ruido nos despertaba a Álvaro y a mí. En alguna de esas noches decidimos que de mayores queríamos ser basureros para pasarnos la vida subidos a un camión, recorriendo las calles oscuras de un pueblo de verano que también es infinito.
Las mismas piedras blancas sujetan las puertas y las conchas que servían como ceniceros ahora almacenan monedas y aire. Escribo desde la habitación en la que dormía con primos que eran como hermanos, aunque la vida nos ha terminado separando, como imagino que también desune a los hermanos. Mi verano en Torre del Mar era la vida en bermudas, echar la mañana en la playa del Club Náutico que ahora parece otra cosa y comer en la orilla las mejores croquetas del mundo. Después de un tiempo de piscina y helado, se volvía a casa para empezar una ducha por turnos que nos transformaba en los niños más guapos del mundo, e íbamos hechos unos pinceles al cine de verano, colonia en el pelo, zapatos ligeros y sonrisa grande, porque cada una de las noches era un acontecimiento. Hoy he charlado con mis tías y allí, sentados en el patio, me he dado cuenta de que este es el único sitio al que quiero volver, porque el verano es volver a casa.
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