Borrar

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

En enero de 2011 el Tribunal Superior de Justicia de Madrid condenó a la ex alcaldesa de una importante localidad madrileña del Corredor del Henares a ocho años de inhabilitación por prevaricación. Los tres magistrados que la juzgaron concluyeron que un convenio urbanístico que había firmado en 2001 era ilegal, y que, además, lo había hecho desoyendo los informes desfavorables del secretario y el interventor general del Ayuntamiento.

Seguramente la amable lectora, o lector, pensará que la alcaldesa, que por cierto es abogada, era culpable. Así, además del Tribunal que la juzgaba, lo consideraban quienes la denunciaron, los vecinos que hicieron pintadas en la puerta de su casa y en la de sus padres, los compañeros del colegio de sus hijos, la prensa, sus adversarios políticos y algunos de sus compañeros de partido. ¿Cómo no creerla culpable? ¿Quién creería a una política en vez de a tres magistrados, un interventor y un secretario municipal?

-El Tribunal Supremo, por ejemplo.

En efecto, en octubre de 2012, el Tribunal Supremo absolvió a la exalcaldesa con todos los pronunciamientos favorables. Es verdad que media docena de jueces de dos tribunales necesitaron unos cuantos años para concluir que la decisión que ella tuvo que tomar en un plazo bastante más breve, apremiada por las necesidades de vivienda en su pueblo, era ajustada a derecho. Por cierto, en lo que a todas luces era un debate jurídico complejo sobre un procedimiento administrativo, la sentencia del Tribunal Supremo dejó claro que la exalcaldesa tenía razón y el secretario, el interventor y los tres magistrados que la juzgaron en primera instancia, estaban equivocados. Ellos cometieron un error, pero si la equivocada hubiera sido la exalcaldesa no se hubiera considerado un error, sino un delito de corrupción.

Dicho esto, cabe preguntarse: durante aquel largo año y medio en el que la exalcaldesa estuvo condenada por prevaricación, ¿era realmente corrupta o decente? Se me ocurre que quizá valdría la respuesta de Schrödinger sobre el estado del gato sometido al célebre experimento (imaginario, para fortuna del gato) que lleva sus nombres, en el que se encierra al gato en una caja hermética con una botella de gas venenoso y una partícula radiactiva que tiene un cincuenta por ciento de probabilidades de desintegrarse, liberando el gas y matando al gato. Según el Premio Nobel austriaco la respuesta correcta, desde el punto de vista de la mecánica cuántica, es que el gato está vivo y muerto al mismo tiempo.

Según Schrödinger, solo podemos saber el verdadero estado del gato cuando se abre la caja. En el caso de los políticos no hace falta esperar a la sentencia del Supremo, porque sea cual sea el veredicto del alto tribunal, están muertos (como políticos, al menos). El día que el Tribunal Supremo absolvió a la exalcaldesa fue una jornada de alivio para ella, su familia, sus amigos y sus compañeros de partido, pero su trayectoria política, entre otras cosas, quedó arruinada para siempre.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios