Los títulos y la Política
En las últimas semanas se ha desatado una irrefrenable actividad de 'actualización' o más bien 'corrección de errores' de los datos académicos publicados por cargos ... políticos e institucionales. Puede que haya tenido algo que ver la dimisión de una joven diputada del PP como consecuencia de la verificación de que los títulos universitarios alegados en sus perfiles institucionales no eran tales, y la cosa ha ido a más con otra dimisión (en este caso de un comisionado gubernativo del PSOE) respecto a un título aparentemente falso. Por medio, una cascada de másteres que ya no eran másteres, si no modestos cursos y otras comprobaciones similares, que, visto lo visto, al menos espero que sirva para moderar la alegría con lo que algunos 'adornaban' sus méritos con expresiones ambiguas (sino directamente engañosas), menoscabando la confianza que debe existir en unos datos expuestos de forma pública. Pero donde se ha desenfocado el debate es sobre una supuesta exigencia ciudadana de titulaciones universitarias pare el ejercicio del noble ejercicio de la política. Vaya por delante que creo que la inmensa mayoría de las críticas al trampeo en los CV no van en esa línea; no se afea la ausencia de títulos universitarios en diputados, concejales o ministros (lo que sería, en efecto de un clasismo insostenible y trasnochado), lo que indigna es la mentira. Presumir de un mérito que no se tiene sí que refleja clasismo, y sobre todo complejos injustificados. Yo he conocido a verdaderos sabios que se ganaron la vida con un motocarro, pero habían leído mucho más que algunos profesores universitarios. Ese no es el debate por tanto.
No creo en los gobiernos de tecnócratas, y el poder lo debe ejercer quien ha dado la cara ante las urnas con un programa político y una trayectoria coherente con el mismo. La experiencia enseña que estos paladines del eclecticismo y de la asepsia política, siempre esconden un deliberado objetivo de mantenimiento del status quo con la excusa de soluciones aparentemente neutrales, pero que 'casualmente' terminan defendiendo los mismos intereses de minorías poderosas frente a las mayorías sociales. La política es cosa de todos, sin exclusión, pero hay que asumir que en la sociedad española se está instalando una desafección preocupante hacia todo lo que huela a política e instituciones, y las direcciones de los partidos, por desgracia, siguen actuando, en lo básico, con iguales formas y criterios a la hora de hacer política y seleccionar a los candidatos en los distintos procesos electorales, buscando leales a sus personas y no a las ideas, que es de lo que se trata. Además, en algunos casos, hay hombres y mujeres, con títulos o sin ellos, que llevan muchos años alejados de otra actividad que no sea vivir para y de la política, rostros, nombres y apellidos, que no ofrecen ilusión y credibilidad por su cansina presencia en el panorama público desde tiempo inmemorial, sirven para un roto y para un descosido, pero no se van a su casa ni con aceite hirviendo.
En la política, como en la vida, la credibilidad se funda en los hechos, en una vida de trabajo y compromiso cívico, en el currículum personal (que no es solo académico ni mucho menos), en personas que generen la confianza para que gestionen algo tan importante como la cosa pública.
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