Considero un error analizar hoy la exhumación de Franco desde la perspectiva de los dos bandos, como si sólo cupiese estar a favor o en ... contra. Y como si por estar a favor se fuese de izquierdas o por estar en contra se fuese de derechas. Y lo peor aún, si la discusión fuese sólo cosa de rojos o fachas. Una pena.
La salida de Franco del Valle de los Caídos es una buena decisión, porque es difícil encontrar argumentos para justificar que un país como España rinda honores a un dictador. Hubiera sido preferible verlo como un hecho natural que normalizara el final de una etapa oscura de la Historia de España. De la misma forma, es evidente que ha sido una decisión política e institucional que en el Congreso de los Diputados, de donde emana la voluntad del pueblo, no recibió ningún voto en contra.
Pero si somos coherentes y evitamos engañarnos al solitario, la exhumación de Franco ha sido más un debate político y mediático que ciudadano. De hecho, apenas un par de cientos de personas se dieron cita para honrar al dictador, muchas menos, claro, de las que lo despidieron en su capilla ardiente. De aquellos, muchos ya no están y otros muchos han perdido la memoria.
Tampoco hubo expresiones de euforia ni mucho menos salidas espontáneas a la calle como las que se producen cuando el equipo de fútbol gana una final. La ciudadanía se lo tomó con una naturalidad inversamente proporcional a la excitación política. Es triste escuchar a políticos con enorme responsabilidad institucional, como la vicepresidenta en funciones Carmen Calvo, agitar el agravio y la división.
Faltan pensadores como el recientemente fallecido Santos Juliá, que decía aquello de que «no hay memoria histórica sin olvidos voluntarios». Él, poco sospechoso en este asunto, aportó mucha sensatez en este caso y por ello merece ser releído su espléndido artículo publicado en El País 'Memorias en lugar de memoria'.
Deberíamos dejarnos guiar en este asunto por nuestros padres y abuelos, aquellos que fueron capaces de convivir sin querer ajustar cuentas con el pasado, conscientes quizá del peligro que ello conlleva. La revisión del pasado nos llevaría a un proceso interminable, a un revisionismo imposible.
El mayor tributo que podemos hacer al pasado es reconocerlo, asumirlo y aprender de él sobre la base de la dignidad de todas las personas, de todas las víctimas. Como escribió Santos Juliá, «mejor será dejar al cuidado de la sociedad y fuera del manejo instrumental de los políticos la tan asendereada memoria histórica».
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