Sobre la edad de los Stones y la mía propia
Da medida del paso del tiempo que los Stones ya no viajen en sus giras con un puñado de groupies dispuestas a quitarse el sujetador ... a la primera oportunidad y que ahora vayan por ahí con un geriatra. Hoy me acuerdo de ese carajote que indica amablemente que uno ya no está para hacer algo, lo que sea: correr una media maratón, jugar un partido de rugby, entrar al agua con la tabla después de una noche de copas, subirse al caballo o bajar a los infiernos de la Cuesta de Santo Domingo el 7 de julio por la mañana con el corazón momificado por el tiempo, el miedo y las ganas de vomitar. Es curiosa la cantidad de gente que receta prudencia a los demás y termina partiéndose el cuello por un resbalón en la bañera, o colgados de una soga en el garaje, aunque no es cuestión de ir respondiendo a quien se preocupa por uno que para vivir así mejor que se pegue un tiro.
Al cierre de esta columna me voy al Metropolitano con Elena a escuchar a los Stones, que es como escucharse el corazón y entender que sigue latiendo. Vi al grupo la primera vez en 1995 en Gijón con 18 años. A mi abuela Amparo ya le hacíamos la broma de que era la novia de Charlie Watts. Le había gustado el batería en una foto del periódico pues le parecía un tipo formal. En la grada se sentó a nuestro lado un ejecutivo con traje y coleta. En un maletín llevaba una bota de vino, un chorizo, papel, tabaco y una piedra de hachís como la isla de Santa Clara. Más tarde volví a ver a los Stones en San Mamés y con los primeros acordes de 'Start me up' recibí una llamada y supe que había aprobado la última asignatura. Después los vi en el Bernabéu siendo padre ya y, pasando por debajo de una valla en plan acrobacia de Mick, se me abrió el pantalón por la línea de flotación y anduve toda la noche con los 'Satisfactions' medio al aire. Para el concierto de esta noche he necesitado un ejército de canguros, dos permisos en el trabajo y veremos mañana (hoy periodístico) cómo me levanto. Los Stones tienen una edad y yo tengo otra, qué pasa. Dejen de darnos la turra.
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