El secreto del presidente
A finales de noviembre sorprende el decidido propósito de Pedro Sánchez de quedarse al abrigo de Moncloa a prueba de lo que sea. Normalmente en ... la Europa democrática tradicional los gobiernos, los políticos -más aún los primeros ministros-, necesitan contar con el favor del pueblo, no sólo para acceder a sus responsabilidades, sino también para permanecer. Tanto es así que, ante el revés que significa haber mentido, saltarse normas, derrotas parlamentarias o la constatación de soledades políticas, la respuesta suele sustanciarse con dimisiones o crisis gubernamentales.
Pero, señoras y señores, Pedro no. Ya le pueden abuchear atronadoramente una y otra vez -hasta hacerle desistir sistemáticamente de aparecer en público, más allá de platós controlados o salones con invitados de contrastada lealtad- o al enfrentarse a un parlamento que no le aprueba ni presupuestos ni prácticamente ninguna ley, o incluso al verse salpicado por la imputación de su mujer, su hermano y su ex número dos. Intentar desentrañar el misterio o el secreto que Sánchez esconde, esa vocación de pastorear a los españoles, aunque los españoles le rechacen, es complicado y necesitaría de algunos especialistas, mucha imaginación y hasta determinadas licencias. La clave democrática de la caída o dimisión de muchos políticos europeos, que se marcharon con premura o antes de cumplir su mandato, siempre ha estado en la vergüenza, en el sonrojo en situaciones determinadas que afectaban a la credibilidad o el honor de esas personas o bastando con el mero cuestionamiento.
Ejemplos los hay todos en los últimos cuarenta años, por supuesto también en España. Desde Boris Johnson en Reino Unido, al saberse de una fiesta con sus colaboradores en Downing Street durante la pandemia, a Antonio Costa, primer ministro portugués por un caso aclarado posteriormente. O pensemos en Adolfo Suárez, que dimitió por no sentirse respaldado, Antonio Asunción (caso Luis Roldán, al que era ajeno), Manuel Pimentel (discrepancias en la redacción de la ley de extranjería), Ruiz Gallardón (por la retirada de un anteproyecto de ley del aborto), José Manuel Soria (empresas familiares en papeles de paraísos fiscales luego aclarados) o Cifuentes, que se fue ante la distribución de unas imágenes en las que se ponía en cuestión haber pagado dos cremas, etc.
Tras las graves acusaciones de Víctor de Aldama -cuyos detalles y fechas son casi imposibles de refutar-, la reacción del Presidente Sánchez ha sido la de siempre, negarlo todo. Su desencajada mandíbula comienza a ser un gesto habitual ante la cada vez menos llamativa deriva de su impronta y acción de gobierno. Sánchez lidera una mayoría parlamentaria cuyos miembros sólo le apoyan por una conveniencia de oportunidad aritmética. Si nadie te cree y menos te quiere, Sánchez, ¿a qué te quedas?
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