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Se va el año entre oropeles y barro. Como siempre las promesas, los buenos deseos y la melancolía de lo que no fue, o de ... lo que definitivamente se fue. Año de polarización aguda. El año de la máquina del fango que Pedro Sánchez anunciaba en la tribuna del Congreso como un Moisés recién bajado de la montaña y que finalmente resultó profético. Tristemente profético. La retórica se materializó en la riada terrible de Valencia. En los pueblos de esa provincia siguen conviviendo con el fango. El auténtico, el que resucita una y otra vez después de ser regado y baldeado. El que cayó en forma real y acompañado de insultos contra los reyes, contra Pedro Sánchez y Mazón. El barro de la indignación, el del desamparo.
Los reyes regresaron. Parece que entendieron, que se estremecieron ante el desconsuelo y trataron de cumplir su función. Al lado del pueblo. Para intentar desmentir el peligroso dicho de que solo el pueblo ayuda al pueblo. Para hacer comprender que los soldados, los bomberos y los cimientos de las instituciones también son pueblo. Acercarse. Desmentir la lejanía de algunos políticos que a pesar de ser representantes directos del pueblo parecen disponer de un sistema circulatorio regado por sangre azul, azulísima. Nos prometen más fango para 2025. El vértigo de los años.
El vértigo de una política en suspenso. De película de suspense. Dicen que pronto habrá una foto de Sánchez con Puigdemont. Ese otro fango. El del chantaje. Dos boletos por un duro para subir al carrusel del Furo, decía una canción de Serrat. Siete votos por un futuro, dice la copla de Junts. Y también le vale el boleto al PP para subir a ese carricoche. Ya se empiezan a entender los populares con los siete muy poco magníficos de Puigdemont. El delincuente, el prófugo de la justicia es menos delincuente y menos prófugo si arrima el ascua a la sardina propia. Hay que girar, el carrusel no puede detenerse. La pianola acompañando la música. El tenor Tellado o la palmera Montero. Sigue el cante. No solo es el superagente Aldama -el doble de Anacleto, el de la TÍA- quien ejercita las cuerdas vocales en los juzgados. El vocerío es grande. A veces tiene ecos de patio de colegio. Eso se lleva el año. Solo que no para siempre. Lo aleja, pero como una ola que se repliega para cobrar nuevo impulso. Sin embargo, hay que tener esperanza. Es imprescindible. Es la fuerza motriz que nos ha hecho llegar hasta aquí. Desde la caverna hasta aquí. Las últimas campanas de 2024 están cerca. Al otro lado del calendario nos esperan Trump, una ración más de fango y algún sobrevenido, pero también el aliento necesario para soportarlos. Y superarlos.
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