Salvar el Aula del Mar
Varios museos caros que no hacen ni la mitad de su labor social están pagados con dinero público
Lo recuerdo a modo de flashes, dispersos, nublados. Lo poco que soy capaz de recordar de hace 30 años. Subir por una gran escalera en ... aquel edificio desvencijado de la Cofradía de Pescadores, que hoy ya no existe. Un esqueleto de ballena y una tortuga boba viva, que se estaba recuperando de alguna faena de humanos, basura tragada o anzuelos clavados. Eso por desgracia no ha cambiado. Que me perdonen si no era exactamente así, porque desde entonces les he visitado tantas veces que igual confundo recuerdos antiguos y recientes. Mi cole, el Platero, ya era una referencia en la educación ecológica cuando casi nadie hablaba de esto, así que estoy seguro de que fui de los primeros en tomar contacto con aquel proyecto educativo que se dio en llamar el Aula del Mar.
Aquellas personas eran una mezcla entre profesores y monitores de campamento, a los que también íbamos con frecuencia. Nos hablaron con devoción de las especies marinas amenazadas, de cómo protegerlas, de la playa como hábitat natural, y creo que fue de las primeras veces que escuché la bella palabra Alborán. Aquel sitio fue entonces y lo ha seguido siendo a lo largo de los años, vital para mi formación ecológica y para que hoy parte de mi trabajo, la que más satisfacciones me da, esté dedicada a la protección y promoción de la naturaleza en las páginas de SUR.
En los más de 20 años que llevo escribiendo en el periódico han sido una referencia permanente... ¡Hasta les he acompañado a rescatar a una foca en el río Guadalmedina! Gracias a ellos he podido explicarles a ustedes todo lo llamativo que aparece en el mar, desde algas que se iluminan de noche hasta tiburones peregrinos enormes en la Bahía. No siempre hemos estado de acuerdo, como cuando se enrocaron en rechazar la playa de los Baños del Carmen, que tiene el beneplácito de Costas y de la Universidad de Cádiz; pero su posición siempre ha sido argumentada y respetuosa.
La mudanza, cuando fue necesario abandonar la vieja sede, les llevó a un lugar privilegiado pero envenenado, en uno de los tres únicos edificios que se permitieron construir en el Palmeral. Prueba, dicho sea de paso, de que el urbanismo a veces falla, pues todos ellos están hoy vacíos o en desuso. Y ahora están más agobiados que un delfín en una bañera, porque el alquiler cuesta un pastón todos los meses y con la pandemia se han quedado sin visitas ni excursiones de los colegios. Me indigna saber que hay varios museos en la ciudad mucho más caros de mantener, sin apenas visitantes, que no hacen ni la mitad de su labor social y que están subvencionados con millones de dinero público. Sea como sea, hay que salvar el Aula del Mar.
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