El mal rollo del buen rollo
Hace unos días le contaba a un sabio y buen amigo, en parte con ánimo de provocar, que me habían escandalizado las imágenes de lo ... que comúnmente se entiende como buen rollo entre el líder de Unidas Podemos y uno de los más altos dirigentes de la extrema derecha durante la celebración del día de la Constitución en el Congreso. Mi amigo, con buen criterio, me dijo que no se esperaba eso de mí, porque él sabe que tengo excelentes relaciones con personas de partidos de todos los colores, lo cual es cierto.
Muchas personas te dicen, unas con indignación y otras con alivio: «Pero después de pelearos os vais a la cafetería y os lleváis bien». A lo que generalmente les respondo que sí, que hay muchos políticos que tienen excelentes amigos en otros partidos, y que esa amistad es positiva para ellos y para la política. Lo cierto es que, en lo que a mí respecta, me ha tocado batirme en numerosas ocasiones con adversarios políticos de todo tipo con los que, antes, durante y después de nuestros enfrentamientos parlamentarios, he mantenido y mantengo una buena amistad. Claro que para eso son importantes las reglas de enfrentamiento. A mí me parece que la manera de batirse políticamente en una democracia debiera ser algo parecido a lo que en los siglos XVI y XVII se llamaban duelos a primera sangre. Vence quien primero hace una ligera herida al adversario, apenas un rasguño, que deja una pequeña mancha de sangre en la camisa a la altura del corazón, en su versión más cinematográfica. Después de un enfrentamiento de ese estilo te vas a la cafetería del Hemiciclo con tu adversario, te tomas un café, y procuras pactar algunas enmiendas.
Hay gente que, sin embargo, confunde el debate parlamentario con una tertulia televisiva, de esas en las que los analistas, para separar finamente la complejidad de lo real, en lugar de bisturí, llevan una sierra mecánica y un hacha, por si se les estropea la sierra, para destripar al analista del otro bando. Pero los héroes de la democracia deliberativa no tienen su mejor equivalente en los de la lucha libre. Si, en lugar de un elegante ejercicio de esgrima, le montas una carnicería a tu adversario, probablemente solo te van a aprobar las enmiendas tu grupo parlamentario y, si la dejaran votar, tu virtuosa madre.
¿Por qué me chocaron las imágenes a las que me he referido? Principalmente por la incongruencia entre declarar una alerta antifascista y seguidamente echar unas risas con aquellos a los que has declarado fascistas. Salvo que seas Stalin, claro. No parece muy razonable pasar los días de diario quemando herejes y confraternizar con ellos los festivos. En ese sentido me pareció más coherente la actitud de Aitor Esteban en el debate preelectoral: si me insultas, luego no esperes que te salude como si no hubiera pasado nada.
Lo bueno y prudente es promover el civismo en todas partes, pero no se puede alimentar la ira social en la calle y, al mismo tiempo, reivindicar las maneras cortesanas en las instituciones, sin dejarse una parte del crédito personal y político en el camino.
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