Tú, robot
Hace unos días leí un artículo de Ignacio Sánchez Cuenca, uno de nuestros más brillantes científicos sociales, en el que sugería que, para mejorar nuestra ... democracia, los líderes políticos despidieran a todos sus asesores. Al terminar de leer el artículo, y sin llegar a estar completamente de acuerdo con mi admirado Sánchez Cuenca, pensé en la respuesta que hubiera dado el bueno de Nicolás Maquiavelo: «Si un príncipe no es sabio de por sí, no puede ser bien aconsejado». Alguna responsabilidad tendrá el político en la elección de sus asesores y a la hora de seguir sus consejos.
Me atrevería a decir que el problema es que los líderes políticos a título individual, y la democracia como institución, tienen pocos asesores. Para regular unas sociedades tan complejas y poco transparentes como las nuestras hace falta más información, más conocimiento y más sabiduría de la que puede disponer una sola persona.
En esta misma línea, otro brillante politólogo, Pablo Simón, defendía hace pocos días la idea de dotar de más recursos a una de esas instituciones de la democracia: el Parlamento. Los comentarios despectivos y poco amables que recibieron autor y artículo en la redes antisociales me recordaron a otro italiano, Dante Alighieri, y la famosa frase que colocó en la entrada del Infierno: «Abandonad toda esperanza». Y, sin embargo, Pablo Simón tiene más razón que un santo. Es muy difícil regular bien algo que comprendes mal. Y el conocimiento cuesta.
Claro que también los avances tecnológicos pueden ayudarnos algo. El jueves pasado leía un artículo de prensa en el que se afirmaba que unos expertos de la ONU han desarrollado un algoritmo capaz de redactar discursos políticos que podrían ser indistinguibles del escrito por un humano. Sobre todo cuando se trata de temas generales. Y todo eso hecho con software libre y una inversión menor de diez euros. Leyendo la noticia me entró la duda de si no nos habremos tragado ya alguno de esos discursos, genéricos y sin alma, pero con las palabras justas y la cadencia exacta para dormirnos en el sofá o el escaño. Va a ser que, por falta de medios y asesores, algún político ya se ha visto en la tesitura de tirar de algoritmo.
Con todo, en el artículo de Sánchez Cuenca que mencionaba al comienzo podría estar el germen de una idea seminal: denunciar la usurpación de la función política por supuestos técnicos. Sin embargo, en la práctica, si rascas debajo de la piel de un asesor sangrará un político. Por eso quizá no sea tan casual que tres de los actuales líderes de los principales partidos de nuestro país iniciaron sus trayectorias políticas como asesores de otros políticos. No obstante, sí podríamos pedir a los grandes medios de comunicación que prescindan de esos debates entre políticos subrogados, y de los otros, que, como diría el famoso vecino de Stratford-upon-Avon, generalmente derivan en un espectáculo lleno de ruido y furia que nada significa, y los sustituyan por algo más ilustrativo y que se entienda. No sea que, al final, nos reemplacen a todos por robots y algoritmos.
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