Con la que está cayendo en este país que todavía se denomina Reino de España, llama la atención que haya miles, diría que hasta millones ... de personas que están realmente convencidas de que su querido líder Pedro Sánchez es realmente una víctima de sus más estrechos colaboradores, los pecadores de la corrupción. Y entre ellos hay gente formada, que asume postulados muy peligrosos, como por ejemplo que el fin justifica los medios. Y que efectivamente ven que la corrupción no deja de ser algo anecdótico, que es imposible de eliminar como sostiene el mesías de La Moncloa (Palabra de Dios, te rogamos, róbanos), que saca pecho del castigo divino que infringe a los pecadores, la expulsión del reino de los cielos socialistas. Eso sí, cuando los pillan y se hace público por los malvados medios de comunicación que no forman parte de la biblia sanchista.
El presidente del Gobierno ha conseguido algo que parecía imposible: la fe ciega de sus seguidores. Ya hubiera querido San Agustín haber llegado de una manera tan rápida a aceptar el misterio de Dios, que no tenía tanto poder de convicción. En todas las religiones siempre hay algo contra lo que luchar para no caer en la tentación y evitar el castigo divino. El temor de Dios. El catolicismo habla del diablo y el sanchismo, de la derecha de Feijóo y la ultraderecha de Abascal, que tiene un cierto aire a Barrabás. Todo vale para evitar caer en ese infierno político, por eso Sánchez, sabedor de las debilidades de los españoles, nos quiere guardar de votar. Hágase su voluntad. El presidente del Gobierno también tiene sus discípulos, hombres y mujeres, que para eso es una religión progresista y muy feminista. Ahí está Yolanda Díaz, que se asemeja a San Pedro al no querer estar junto a Sánchez, al que niega en el Congreso, pero se sienta en el Consejo de Ministros, porque no quiere vivir el amargor de celebrar su última cena en La Moncloa. No parece que siga el ejemplo de Judas, pues no está por la labor de su suicidio político en el seno del Gobierno.
También le ha salido un apóstol inesperado como Antonio Maíllo, que aunque podría formar parte de los calvinistas por la austeridad moral que siempre predica en favor de los valores de la verdadera izquierda, a la hora de la verdad le puede su temor al infierno de la derecha y se mantendrá entre los fieles de esta particular religión. Puigdemont se lava las manos y continuará como el verdadero gobernante, como Poncio Pilatos, y el PNV sigue en su tónica de partido de fariseos. Y qué decir de María Jesús Montero, que se relame en su escaño del Congreso de los Diputados cada vez que escucha a Sánchez. Se parece a esas señoras de Harlem que asienten tocando las palmas y bailando cuando oyen la palabra de Dios a través de esos predicadores con túnicas tan chillonas como los salmos que cantan.
El presidente del Gobierno ha logrado tener fieles seguidores con verdadera fe ciega en él
Entre los fieles hay alguna que otra oveja descarriada que osa enfrentarse al líder de los socialistas, como Emiliano García Page, pero no acaba de seguir los pasos de Lutero para crear un verdadero cisma en la iglesia sanchista. En los altares socialistas también hay ya mártires, como el hermano del presidente y como el fiscal general del Estado, que están siendo víctimas de grandes injusticias por el mero hecho de pertenecer a la religión sanchista. Pronto se verán sus retratos colgados en las casas del pueblo. Los fieles siguen viendo con profundo dolor el calvario que está pasando Sánchez, que tiene su particular vía dolorosa en muchas calles de las ciudades españolas, donde es insultado por el populacho que no sigue sus postulados. Perdónalos, Pedro, que no saben lo que hacen. El problema es que el presidente del Gobierno puede acabar políticamente crucificado y puede provocar una enorme desazón entre sus fieles, que seguramente están ya rezando para evitar este desastre. «Pedro Sánchez, que estás en La Moncloa, santificada sea Begoña…». A los no creyentes sólo les quedará la resignación. Cristiana.
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