La próstata
A los jóvenes les parece una cosa desconocida de la que hablan los maduros, por no usar los viejos
Había oído hablar de la próstata, como un mal enigmático y lejano, y también incomprensible. La próstata a los jóvenes les parece una cosa desconocida ... de la que hablan los hombres maduros, por no usar el adjetivo terrorífico de viejos. La próstata, que conoce la paciencia, espera sentada en el cuerpo de los hombres jóvenes hasta que llega el día de su presentación en sociedad. Y con los años aterriza el inesperado instante en que de repente tienes unas urgentes ganas de orinar en medio de cualquier acto decoroso, una cena, una película en el cine, una conferencia, una reunión importante, una noche a las tres de la mañana mientras duermes, un ligue que reclama tu vigor erótico, ese día la conocerás, conocerás a tu próstata. Irás al médico y este hará las presentaciones oficiales. Te acabas casando con tu próstata. Y tienes que medirla todos los años. Y tu médico llama a esa medición el PSA. La primera vez que oí esas siglas pensé que se trataba del Partido Socialista de Aragón, pues uno es aragonés y ve a Aragón en todas partes.
Y luego viene el diagnóstico de «hiperplasia prostática benigna», que quiere decir que tienes la próstata grande, pero no tienes cáncer de próstata. Con lo bien que había vivido yo sin saber nada de mi próstata. Yo lo que hago es ignorarla todo lo que puedo. Una vez un médico, cuando yo vivía en Estados Unidos, me metió el dedo índice por el año y consiguió tocarla. Tocó mi próstata. Y dijo que estaba bien. Ningún médico español me ha tocado la próstata, imagino que no les pagan lo suficiente para meter su dedo índice en lugar tan poco sofisticado. Yo a ese médico americano le estaré eternamente agradecido porque consiguió tener un trato presencial con mi próstata. Los médicos españoles jamás me tocan y solo tienen un trato imaginario con mi hiperplasia, porque les da asco palparla.
Ahora lo malo es cuando caminas por la calle y te entran unas ganas de mear irresistibles. Me ha pasado en muchas ciudades. Y si no hay ningún bar a la vista, te entra un sudor frío y depresivo que te convierte en mártir y que te deja dos soluciones: o te meas encima o meas donde dios te da a entender. Mi dignidad la salvaron las tapias de los descampados, los arbolitos perdidos en avenidas aún más perdidas, los callejones, las señales de tráfico, las puertas abandonadas, los árboles frondosos en parques inextricables y las esquinas oscuras. Dios tenga en su gloria estos santos lugares, que salvaron mis pantalones, mis calzoncillos y mis zapatos nuevos.
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