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Ha pasado poco más de un mes de la toma de posesión del nuevo Gobierno andaluz, el primero encabezado por el PP, el primero que no ostenta el PSOE y aún hay nuevas estampas para confirmar a este último partido que no ha sido un sueño, como le dijo Cavafis al triste Antonio, abandonado por su dios frente a Octavio. Ha ocurrido y para comprobarlo está la imagen del presidente de la Junta, Juanma Moreno, descendiendo por esa escalera de mármol, tan majestuosa como teatral, que baja al salón de plenos desde el despacho principal, rodeado por su nueva 'mesa camilla' -tan masculina por cierto-, el consejero de Presidencia, Elías Bendodo, y el portavoz de su partido, José Antonio Nieto, y está la primera sesión de control en la que el controlado, o sea, el jefe del Gobierno andaluz, era antes el controlador, como jefe de la oposición, mientras el papel de azote del Ejecutivo correspondía a la anterior presidenta, Susana Díaz, sentada con los suyos en segunda fila.

Moreno no se ha prodigado mucho este mes bajo los focos y ha entregado el micrófono, y la vara de mando, a Bendodo. La medida se sitúa en la estela de los manuales de práctica política: buscar a alguien que haga de parachoques, que ponga la cara y preserve al jefe. Lo hizo Felipe González con Alfonso Guerra, Zapatero con Teresa Fernández de la Vega, Rajoy con Soraya Sáenz de Santamaría. No, en cambio, Susana Díaz, que siempre apareció como el mando único, tanto para apuntarse todo lo que se moviera («mis hospitales, mis dependientes») como para no tener a quién culpar, por ejemplo, de las maniobras oscuras por el poder en su partido que tanto han marcado, para mal, su imagen. No solo es que se duplicaran los votos nulos el pasado 2D, con papeletas socialistas con su nombre tachado. Es muy significativo el dato de la última encuesta de CIS, la postelectoral andaluza, que sitúa la valoración de Díaz por detrás de Juanma Moreno, en un 3,6, una décima menos que contrasta con los datos del mismo instituto demoscópico de noviembre pasado, cuando la entonces presidenta estaba en primer puesto, con un 4,1, aunque lejos ya del 6 que sacaba antaño. Si antes de la cita electoral era la mejor vista por los andaluces, hoy está a la cola, en tercer puesto igualada con Teresa Rodríguez, la lideresa de Podemos con la que tantas distancias ha querido marcar. En cambio, Moreno se situaba en noviembre en el 3,1, el peor valorado.

De este primer choque dialéctico en el Parlamento andaluz con los papeles cambiados cabe preguntarse si la baronesa socialista va a poder aguantar en el sillón de la oposición mucho tiempo, escuchando, como ayer, que prácticamente todos los grupos le atacan más a ella y a su gestión, la 'herencia' recibida, que al nuevo Gobierno. Díaz no se plantea abandonar, como ha recalcado hasta la saciedad. Desde dentro del PSOE se defiende su posición entre otros motivos porque se cree que si se fuera habría una disgregación del partido, que se dividiría en muchos grupos, pero también porque espera que los resultados de los próximos procesos electorales la refuercen, es decir, que se vea que no es la única que gana y no gobierna. Con todo, se observa una concienzuda disciplina en la baronesa para hacer ver el cierre de filas con Pedro Sánchez. Así, empezó por reconocer la legitimidad del nuevo Ejecutivo, al que, dijo, nunca calificaría de 'okupa', como ha hecho el PP de Casado con su secretario general.

Susana Díaz, como el Antonio de Cavafis, se asomó ayer a la ventana para despedirse de la Alejandría que le encumbró, mientras pasaba la procesión de sus vencedores. Moreno debatía con calma desde el escaño de presidente y sonreía tranquilo. La auténtica sonrisa del destino.

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