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Plásticos en la mesa

Sin ir más lejos ·

Lo de ser omnívoros hasta lo inorgánico no pasaba de anécdota infantil, cuando nos comíamos la goma de borrar

Domingo, 28 de octubre 2018, 09:55

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Nos tranquiliza ver cómo unos voluntarios salvan a una tortuga boba atragantada con una bolsa de plástico que se tragó creyendo que era una medusa ... patrocinada por un súper. En las mismas, maldecimos a quienes tiraron esa basura por la borda o la dejaron tirada un día de playa. La mezcla de emoción e indignación es más fuerte entre los militantes del reciclado, pero tampoco deja indiferentes a los que viven en una indolencia más o menos informada y arrojan toallitas higiénicas por el retrete sin pensar que, además de en la enorme factura que todos pagaremos para reparar atascos en el saneamiento, pueden pasar a dieta de la fauna marina. Y con el tiempo también volver al plato, como revela un reciente estudio científico. El resultado demuestra que somos mucho más bobos que el simpático quelonio y, aunque nos creamos tan espabilados como los delfines, estamos aliñando nuestra comida con un mar de despojos más o menos invisibles que tardan cientos de años en desintegrarse. No estamos a salvo de los que se traga la fauna, un silencioso camino tóxico de ida y vuelta que recorre todos los mares. Lo de ser omnívoros hasta lo inorgánico no pasaba de anécdota infantil, cuando nos comíamos la goma de borrar en el colegio, pero el petróleo no se ha ido de nuestra dieta y lo tenemos hasta en la sopa en forma de plástico, aunque de momento no se nos atraganten. Ahora veremos con ojos distintos las imágenes de esa mancha gigantesca, una isla creciente que forman miles de toneladas de envases que vagan por los océanos. Ocho personas de ocho países -Finlandia, Italia, Japón, Países Bajos, Polonia, Rusia, Reino Unido y Austria- han participado en el estudio que acaba de certificar que las micropartículas de plástico son también polizones por un día en nuestro cuerpo. El resultado final de las sucesivas digestiones no engaña, y más de la mitad de la población mundial podría presentar microplásticos en sus deposiciones, según el director del informe. Y la culpa no es sólo del pescado. La sal marina, según denunció ya Greenpeace a partir de un análisis de 40 marcas en el mundo, también nos llega condimentada con polímeros diversos. En España, la dosis de micropartículas -60 a 280 por kilo de sal- aliña los males del sodio, según una investigación de la Universidad de Alicante. Si se mira al agua dulce, y sin que sea la muy lejana de los ríos a los que vierten las fábricas de antibióticos de China o India, ya nos viene con su farmacopea vía WC, para muchos un cómodo punto Sigre sin salir de casa. Lo de ser omnívoros hasta lo inorgánico no pasaba de anécdota infantil, cuando nos comíamos la goma de borrar en el colegio. Supimos hace años que los billetes de Londres y otras ciudades presentan restos de cocaína, lo que no deja de ser llamativo, pero el plástico no es una anécdota, sino un planeta sumergido. Nadie podía imaginar que la mirada del besugo escondiera tanto peligro.

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