Pim, pam, pum
«Muy pocas personas decidieron tomar las armas. Ninguna de aquellas personas las empuña en la actualidad. Pero vinieron otros, y más tarde otros muchos ... que, sin mirar demasiado hacia atrás, se dejaron impulsar por la onda generada en aquella explosión inicial hasta nuestros días». La cita no es sobre Cataluña. Es de 'HB. Crónica de un delirio', de Kepa Aulestia. Un libro con ciertos años (la primera edición es de 1998) pero que sigue siendo uno de los manuales imprescindibles para entender qué diablos generó y dio combustible a medio siglo de barbarie etarra.
Tengo esa reflexión señalada con un 'post-it' en mi libro. Son sólo unas pocas líneas, sí, pero se podrían convalidar casi como un ensayo porque en ese pensamiento breve está condensado lo que significa sembrar la semilla del odio y dejarla germinar hasta que se vuelve incontrolable. Pasó en Euskadi, donde las ensoñaciones de Sabino Arana a principios del XX fueron calando, Guerra Civil por medio, en la memoria artificial y sintética de agravios imaginados y repetidos hasta la saciedad. Hasta llegar, claro, al mártir necesario: la muerte en 1968 de Txabi Etxebarrieta en un control de la Guardia Civil poco después de acabar con la vida del agente Pardines, a quien, tras darle el alto, descerrajó tres tiros envalentonado por las anfetaminas.
Y está pasando, nos cueste aceptarlo o no, en Cataluña. Sorprende ver a algunos tratando de restarle importancia a ese episodio de la periodista zarandeada al grito de «puta España». O a esos cuarteles de la Guardia Civil rodeados por radicales que entonan el «Pim, pam, pum», los mismos mantras de los protagonistas de la 'kale borroka', aquellos a los que llamó «chiquillería» Arzallus (sí, el genio del RH vasco, a quien por cierto le ha salido un remedo payés esgrimiendo la «diferente genética catalana»). Claro que no estamos, al menos de momento, en la infamia de ETA. Pero los CDR detenidos tenían explosivos para empezar a expresarse ya en el lenguaje unilateral de la Goma Dos. Se empieza por el disturbio y se acaba en el coche-bomba. Y todo esto del 'apreteu' de Torra, los comandos y la calle exigiendo libertad a unos tipos cazados antes de reventar carreteras y zonas de paso de multitudes son las señales de un camino. El que va del odio a la violencia, que puede ser tan corto como para que le dé tiempo a transitarlo a una generación. Primero fue la reivindicación del levantamiento de 'Els Segadors' en 1640. Luego vino la falacia de Companys y su república catalana de 1934. Más recientemente, el Estatut de Artur Mas y el 'Espanya ens roba' de Alfons López Tena. Ya vamos por el 'pim, pam, pum' al estilo matón de la Camorra. Ojo, pues, a la «onda generada» de la que escribió Aulestia.
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