Es obvio que la pandemia era imprevisible, a pesar de que Bill Gates y algunos otros llevaran años advirtiendo de la necesidad de que la ... humanidad, a través de sus Estados, se fuese preparando para la gran amenaza de nuestro tiempo: un virus. Quiere ello decir que, aunque pueda parecer obvio que era imprevisible, tampoco era tan imprevisible. El mundo estaba a otra cosa, a tanta velocidad que apenas veía lo que tenía ante sus ojos.
Y Pedro Sánchez no deja de hablar de la nueva normalidad que vendrá, aunque no hay que ser un lince para divisar y darse cuenta de que estamos asistiendo a lo que será una nueva 'anormalidad', si entendemos por ello algo que, accidentalmente, se halla fuera de su estado natural. Esto que está pasando, y no me refiero al virus, no es normal; más bien es anormal.
Porque al Gobierno y a Pedro Sánchez no se le puede reprochar que no fuese capaz de asumir a tiempo el riesgo de la pandemia, ni tampoco que tomara decisiones atropelladas. Ni siquiera que fuese improvisando una vez tras otra. Todo eso puede entrar dentro de su normalidad. Sobre todo en estos tiempos y con estos dirigentes. Lo que sí se le puede reprochar es la actitud con la que ha afrontado esta crisis, despreciando el peligro al creer que podía sacar las cosas adelante ignorando a comunidades autónomas, ayuntamientos y agentes sociales. El pecado de la soberbia es, en este caso, el peor de los pecados. Y más aún en dirigentes displicentes de un país con más de 25.000 muertos.
Es como el experto Fernando Simón. Su papel es el de actuar como virólogo y especialista en estas crisis -si se puede ser especialista en esta crisis-, pero ni mucho menos su papel es dar clases de ética y moral, y mucho menos reprender a la ciudadanía sobre lo que es decente o no. Y este ejemplo sirve para ilustrar cómo se han comportados casi todos: fuera de su sitio. Ojalá hubiésemos podido aunar esfuerzos en torno al liderazgo del presidente Pedro Sánchez. Pero ha sido imposible, moral, ética y prácticamente imposible.
Ojalá el país se hubiese podido identificar con su Gobierno, pero en el peor de los momentos algunos de sus miembros optaron por la política, por las caceroladas contra el Jefe del Estado, por nacionalizar medios, por amordazar la discrepancia, por saltarse cuarentenas y tantas cosas más. Ojalá los votantes se hubiesen podido identificar mayoritariamente con sus partidos políticos y con sus líderes, pero muchos han decepcionado por no estar donde debían estar, por hacer cosas como las de Ifema que no se debían hacer.
El propio Felipe González abogó por la unidad de los grandes partidos (PSOE y PP), por la generosidad frente a la política. Si con 25.000 muertos, una pandemia y un terremoto económico sin precedentes nuestro Gobierno no ha practicado la generosidad es evidente que nunca lo hará. Y ello hace temer por las cosas que nos quedan por ver y por sufrir en esta nueva 'anormalidad'.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión